En 2020, como todos sabemos, se desató una pandemia mundial, y con ella una crisis sanitaria que se produjo en parte por no saber cómo atacar la enfermedad. Al iniciarse la guerra contra la COVID-19 —el coronavirus—, comenzó también otra guerra seria: la guerra de la información, que va desde debates sobre los orígenes, efectos y protocolos de tratamiento de esta crisis sin precedentes. Esto fue particularmente problemático para los profesionales de la salud —como yo— y aquellos con los que trabajé, ya que buscábamos brindar la mejor atención posible en una atmósfera de confusión generalizada. A medida que avanzaba la pandemia, se hizo evidente que la humanidad estaba dividida en grandes grupos: los enfermos, los trabajadores médicos, los políticos, y aquellos que usan —y abusan— regularmente de las redes sociales. Los que estaban enfermos se vieron afectados por un contagio que se movía con una velocidad impresionante. Los médicos y las enfermeras luchando contra un enemigo al que n