Hijos e hijas del PACTO


Durante la conferencia de un amigo muy querido, judío ortodoxo, me senté atentamente a escucharlo dirigiéndose a nosotros los cristianos y compartir su corazón sobre las relaciones judeo-cristianas. Se trata de un hombre que ama a Dios apasionadamente y que ha dedicado literalmente su vida, a construir amistades sinceras y respetuosas entre su comunidad religiosa y la mía. Habló de su experiencia, cuando tomó la decisión de asistir a una universidad cristiana para conocernos mejor; logrando ver atisbos de las similitudes y diferencias que existen entre nuestros dos sistemas de fe. Se alegró de las áreas en las que claramente tenemos un mismo corazón, pero a veces, le preocupó reconocer el abismo que todavía existe entre ambos sistemas. Curiosamente, al final de su esfuerzo de investigación, terminó con la sensación de que, en algunos aspectos, le pareció que ser cristiano es más difícil que ser judío.

Como cristianos, la mayoría de los que estábamos en esa sala nos sorprendimos por su afirmación, y habríamos estado en desacuerdo con él. Él se percató de que la mayoría de los cristianos occidentales de hoy en día no tenemos la menor idea o experiencia personal, real, de persecución; al menos nada que se pueda comparar con las generaciones de judíos que la han sufrido, además de discriminación, opresión, intimidación, incluso tortura y muerte; y que todavía hoy se enfrentan al antisemitismo. Bueno, la mayoría de los cristianos dirían que un rasgo distintivo del cristianismo es la libertad. No estamos obligados a orar a determinadas horas; no tenemos muchas “reglas” que seguir; no tenemos un horario prescrito para la lectura colectiva de la Biblia; que tenemos comparativamente pocos días festivos y nuestras celebraciones son bastante libres. Muchos responderían diciéndole a mi amigo, que Jesús (Yeshúa) vino a liberarnos de… bueno, en parte, del judaísmo y de todas sus leyes.

Sin embargo, al meditar en ello, me di cuenta de que tengo otros amigos judíos que podrían estar de acuerdo con él. Judíos ortodoxos que, según muchos cristianos, están bajo la “pesada carga de la ley”; pero sus vidas muestran algo muy diferente: alegría, satisfacción, practicidad y una cierta amable confianza, en lo que ellos saben que son.

Nacido en una identidad

Tal vez, la cuestión con la que estamos lidiando aquí sea “identidad”. A diferencia de todos, los judíos saben y declaran que han nacido en una fe singular y única; una afirmación que los cristianos no hacemos. Se dice que la fe judía “elige al judío, antes de que el judío la elija a ella”. Todo niño judío nace con una conexión inquebrantable con la historia de su pueblo; la historia de sus padres, de sus abuelos y los padres de éstos. Con la historia que procede de casi 40 siglos, desde el día en que Abraham y Sara comenzaron su viaje hacia una tierra no conocida. Abraham escuchó la voz de Dios y recibió de Él la promesa de su futuro. Un destino que se cumpliría en la tierra que hoy conocemos como Israel. Es una increíble historia. Una historia de amor que también pertenece a todos y cada individuo creyente en la Biblia.

A través de milenios los descendientes de Abraham han continuado este viaje; desde los pocos que salieron de Ur de los de los Caldeos hasta los millones de personas que salieron de Egipto, y que se convirtieron en las tribus que se asentaron en la tierra que les fue prometida. Ellos fueron elegidos por Dios para crear una nación; una con la que construiría una sociedad diferente a todo lo que haya la tierra visto jamás. Sería una civilización construida sobre los cimientos de la justicia y la compasión, honrando al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Un Dios que reconoce al ser humano como “portador de Su imagen”. Una cultura basada en una relación entre Dios y el hombre, y éste, como su embajador encargado de transformar al mundo. Una relación que comenzó con la institución de un “pacto eterno”.

Nacido dentro de un Pacto

Encontramos ese pacto en Génesis 15:7-18. Es en estos versículos donde Dios revela los inicios de Su plan para Su pueblo. Él ya ha prometido que los bendecirá y que serán una bendición para toda la humanidad; y que Él a su vez bendecirá a todos los hombres que los bendigan a ellos. A partir de aquí, su relación con Abraham se vuelve más íntima. Dios está tan complacido con las acciones de fe de Abraham y su confianza que las reconoce como “justicia”. Es entonces cuando le promete a Abraham que su descendencia será como las estrellas del cielo, y que la tierra de Canaán será su posesión y la de todos sus descendientes después de él. Él será su Dios y ellos serán Su pueblo. Y esas promesas están selladas con un pacto.

En Jeremías 34:18 el profeta habla de los Israelitas como aquellos que cortaron el becerro en dos y caminaron entre ambas porciones. Jeremías está haciendo referencia al ritual conocido como “cortar un pacto” que encontramos en los versículos mencionados de Génesis 15. Abraham toma una vaquilla, un macho cabrío y un carnero, tal como Dios le instruyó: «Cortaron en dos el becerro y pasaron entre las dos mitades». Originalmente este proceso se utilizaba para sellar un pacto, y los participantes pasaban juntos entre las dos mitades, recitando los términos del pacto. Al final se dejaba en claro, que de faltar alguno a este pacto, debería recibir el mismo trato que recibieron los animales sacrificados.

Sin embargo, según Génesis 15:17-18, Dios hizo algo diferente esta vez.  Abraham, como representante del pueblo judío, no pasó por en medio de los animales cortados en dos. Dios, en la forma de dos símbolos antiguos de la deidad (horno humeante y antorcha de fuego), pasó solo entre las dos partes. El pacto se menciona varias veces en los versículos siguientes e incluye toda la descendencia de Abraham que vendría después de él. Así que el mensaje queda bien claro: Este es un pacto eterno e incondicional. Cada niño judío que naciera desde ese día en adelante sería nacido como “hijo de este pacto”, y la circuncisión realizada en el octavo día de nacido, sería la evidencia de esta relación.

Los escritos de los apóstoles (NT) nos dicen, que nosotros como cristianos también somos hijos e hijas de Abraham, a través de la fe:

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado como justicia. Por tanto, sepan que los que son de fe, estos son hijos de Abraham. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: «En ti serán benditas todas las naciones». Así que, los que son de la fe son bendecidos con Abraham, el creyente” (Gál. 3:6-9).

Por eso es por fe, para que esté de acuerdo con la gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda la posteridad, no solo a los que son de la ley, sino también a los que son de la fe de Abraham, quien es padre de todos nosotros” (Rom 4:16).

Y si ustedes son de Cristo, entonces son descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gál. 3:29).

Emunah

No podemos restarle importancia a la fe en esta ecuación. La palabra hebrea para fe es emunah. Se deriva del verbo aman que significa: confiar; al igual que la palabra emet que significa: verdad. Para la humanidad la fe es una “rara certeza”. Según los rabinos la fe provee del valor para vivir con la incertidumbre. La fe no es saber todas las respuestas, sino vivir con las preguntas. Es saber que somos realmente vulnerables, un estado en el que podemos alegrarnos, porque en esa vulnerabilidad nos acercamos a Dios y Él, en su fidelidad, nos responde. Tal era la condición de Abraham cuando le creyó a Dios. Cuando el Señor le habló, Abraham nunca dudó de la veracidad de sus palabras.

Pero su creencia fue más allá del asentimiento mental, llegando a la acción de obediencia. Abraham fue fiel. Respondió a Dios con confianza y honestidad. Fue su fidelidad la que le permitió tomar a su esposa, su familia y sus posesiones, y emprender un viaje a ciegas sin conocer el destino final. Él y Sara, dejaron atrás a su familia, amigos y herencia, y caminaron valientemente hacia un futuro desconocido porque eran fieles. Y reconocieron que la fidelidad de Dios superaba con creces, incluso la suya propia.

En Oseas 2:19-20, se nos da una idea de cómo es la fidelidad del pacto de Dios. Aquí encontramos a Dios hablando de desposarse con Israel, lo que es claramente una referencia al pacto. Dice que se desposará con justicia, bondad, misericordia y fidelidad. Estas palabras son todas sinónimos y son todas “términos de pacto”. Según el Diccionario Expositivo de Vine, la seguridad de los pactos y promesas de Dios se establece y permanece, por la naturaleza de Dios. Él es fiel.

Jésed

Uno de los términos más importantes en el vocabulario de la teología bíblica es jésed. Una palabra que se utiliza a menudo cuando se habla del amor de Dios por su pueblo. Se traduce como bondad amorosa, firmeza, y misericordia. Se encuentra 240 veces en el Tanaj (AT), y es otro término que habla del pacto. El Diccionario Expositivo de Vine nos dice que hay tres significados básicos para esta palabra y siempre interactúan entre sí: fuerza, firmeza y amor. Cualquier interpretación de la palabra que no sugiera estos tres, pierde importantes aspectos de su significado. El amor por sí mismo puede convertirse fácilmente en sentimental; mientras que fuerza y firmeza pueden parecer obligatorias imposiciones. Pero jésed no es sólo una cuestión de obligación; también contiene la generosidad de Dios. No es sólo una cuestión de lealtad sino también de misericordia. Es el extravagante, incomprensible y firme amor de Dios. Es el amor que permanecerá, aunque los montes sean echados al mar y las colinas se alejen.  Es el amor que Dios promete a miles de generaciones y que anuncia que es eterno.

Cuando Dios pasaba delante de Moisés en Éxodo 34, se identificó a Sí mismo como el Señor; Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia (jésed) y verdad, que guarda misericordia (jésed) a millares. Pero jésed y emunah no son sólo cosas que Dios hace o una forma de comportarse, o favores que otorga; ¡no! son lo que Dios es, Su naturaleza. Así como emunah es la esencia misma de Su carácter. Estas dos son la roca misma sobre la que se construye su alianza: Su Pacto.

La promesa del Pacto

Aquí tenemos la llave para entender este sentido de identidad. Ser hijos e hijas de este pacto no es algo que judíos o cristianos hacemos. ¡Es lo que somos! Y es por causa de que este pacto construido sobre la sólida roca de la emunah y jésed (fe y amorosa bondad) de Dios, que no existe un atisbo de duda para su validez e importancia. Podemos confiar en un Dios en el cual la fidelidad es parte de Su naturaleza. Podemos estar seguros y ciertos en un Dios, que está sólidamente adherido a Su amor por Sus hijos, con Su extravagante y eterno amor. Cuando las circunstancias nos conducen a incertidumbre y duda, podemos caminar en obediencia y fe porque sabemos quiénes somos.

Romanos 11:17 nos dice que nosotros como creyentes hemos sido injertados en el olivo, que es Israel. Pablo les dice a los efesios —gentiles que antes fueron extraños al pacto de la promesa— que ahora eran parte de ello a través de su relación con el Mesías judío. Y lo mismo sucede con los creyentes hoy.

Desafortunadamente, en algunos círculos cristianos es casi ausente la enseñanza de la importancia de pacto en nuestra relación con el Señor. En la medida de nuestro reconocimiento de la verdad de este pacto en el que hemos entrado con Él —sólidamente fundado en Su amor incondicional y fidelidad— nos miraremos a nosotros mismos como hijos e hijas de Abraham, unidos a esta larga cadena que comenzó con Abraham y Sara miles de años atrás, y que continúa hasta el regreso de nuestro Mesías. Descansando en este jésed, amor extravagante, perdonador, todo compasivo, de Dios; es que podremos entender la oración de Pablo por los seguidores de Jesús (Yeshúa) en Efesios 3:17-19:

De manera que Cristo habite por la fe en sus corazones. También ruego que arraigados y cimentados en amor, ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.

Al igual que Abraham, cuando tomamos a Dios por Su palabra; creemos y le somos fieles, confiando en Su fidelidad sin dudar y seguros de quién es Él, y de quién dice Él que somos… es cuando realmente encontramos nuestra identidad en Él.

Por: Rvda. Cheryl Hauer, Vicepresidenta Internacional 

Traducido por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz

Revisado por Raquel González – Coordinadora Centro de Recursos Hispanos 

Bibliografía:

Strong, J. Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible. Nashville: Abingdon Press, 1983.

Vine, W. E. Vine’s Expository Dictionary of Biblical Words. USA: Thomas Nelson Publishers, 1985.

Wilson, Marvin R. Our Father Abraham: Jewish Roots of the Christian Faith. Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1989.

Comentarios