Hijos e hijas del PACTO
Como cristianos, la mayoría de los
que estábamos en esa sala nos sorprendimos por su afirmación, y habríamos
estado en desacuerdo con él. Él se percató de que la mayoría de los cristianos
occidentales de hoy en día no tenemos la menor idea o experiencia personal,
real, de persecución; al menos nada que se pueda comparar con las generaciones
de judíos que la han sufrido, además de discriminación, opresión, intimidación,
incluso tortura y muerte; y que todavía hoy se enfrentan al antisemitismo.
Bueno, la mayoría de los cristianos dirían que un rasgo distintivo del cristianismo
es la libertad. No estamos obligados a orar a determinadas horas; no tenemos
muchas “reglas” que seguir; no tenemos un horario prescrito para la lectura
colectiva de la Biblia; que tenemos comparativamente pocos días festivos y
nuestras celebraciones son bastante libres. Muchos responderían diciéndole a mi
amigo, que Jesús (Yeshúa) vino a liberarnos de… bueno, en parte, del
judaísmo y de todas sus leyes.
Sin embargo, al meditar en ello, me
di cuenta de que tengo otros amigos judíos que podrían estar de acuerdo con él.
Judíos ortodoxos que, según muchos cristianos, están bajo la “pesada carga de
la ley”; pero sus vidas muestran algo muy diferente: alegría, satisfacción,
practicidad y una cierta amable confianza, en lo que ellos saben que son.
Nacido en una identidad
Tal vez, la cuestión con la que
estamos lidiando aquí sea “identidad”. A diferencia de todos, los judíos saben
y declaran que han nacido en una fe singular y única; una afirmación que los
cristianos no hacemos. Se dice que la fe judía “elige al judío, antes de que el
judío la elija a ella”. Todo niño judío nace con una conexión inquebrantable
con la historia de su pueblo; la historia de sus padres, de sus abuelos y los
padres de éstos. Con la historia que procede de casi 40 siglos, desde el día en
que Abraham y Sara comenzaron su viaje hacia una tierra no conocida. Abraham
escuchó la voz de Dios y recibió de Él la promesa de su futuro. Un destino que
se cumpliría en la tierra que hoy conocemos como Israel. Es una increíble
historia. Una historia de amor que también pertenece a todos y cada individuo
creyente en la Biblia.
A través de milenios los
descendientes de Abraham han continuado este viaje; desde los pocos que
salieron de Ur de los de los Caldeos hasta los millones de personas que
salieron de Egipto, y que se convirtieron en las tribus que se asentaron en la
tierra que les fue prometida. Ellos fueron elegidos por Dios para crear una
nación; una con la que construiría una sociedad diferente a todo lo que haya la
tierra visto jamás. Sería una civilización construida sobre los cimientos de la
justicia y la compasión, honrando al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Un Dios
que reconoce al ser humano como “portador de Su imagen”. Una cultura basada en
una relación entre Dios y el hombre, y éste, como su embajador encargado de
transformar al mundo. Una relación que comenzó con la institución de un “pacto
eterno”.
Nacido dentro de un
Pacto
Encontramos ese pacto en Génesis
15:7-18. Es en estos versículos donde Dios revela los inicios de Su plan para
Su pueblo. Él ya ha prometido que los bendecirá y que serán una bendición para
toda la humanidad; y que Él a su vez bendecirá a todos los hombres que los
bendigan a ellos. A partir de aquí, su relación con Abraham se vuelve más
íntima. Dios está tan complacido con las acciones de fe de Abraham y su
confianza que las reconoce como “justicia”. Es entonces cuando le promete a
Abraham que su descendencia será como las estrellas del cielo, y que la tierra
de Canaán será su posesión y la de todos sus descendientes después de él. Él
será su Dios y ellos serán Su pueblo. Y esas promesas están selladas con un
pacto.
En Jeremías 34:18 el profeta habla de
los Israelitas como aquellos que cortaron el becerro en dos y caminaron entre
ambas porciones. Jeremías está haciendo referencia al ritual conocido como
“cortar un pacto” que encontramos en los versículos mencionados de Génesis 15.
Abraham toma una vaquilla, un macho cabrío y un carnero, tal como Dios le
instruyó: «Cortaron en dos el becerro y pasaron entre las dos mitades».
Originalmente este proceso se utilizaba para sellar un pacto, y los
participantes pasaban juntos entre las dos mitades, recitando los términos del
pacto. Al final se dejaba en claro, que de faltar alguno a este pacto, debería
recibir el mismo trato que recibieron los animales sacrificados.
Sin embargo, según Génesis 15:17-18,
Dios hizo algo diferente esta vez. Abraham, como representante del pueblo
judío, no pasó por en medio de los animales cortados en dos. Dios, en la forma
de dos símbolos antiguos de la deidad (horno humeante y antorcha de fuego),
pasó solo entre las dos partes. El pacto se menciona varias veces en los
versículos siguientes e incluye toda la descendencia de Abraham que vendría
después de él. Así que el mensaje queda bien claro: Este es un pacto eterno e
incondicional. Cada niño judío que naciera desde ese día en adelante sería
nacido como “hijo de este pacto”, y la circuncisión realizada en el octavo día
de nacido, sería la evidencia de esta relación.
Los escritos de los apóstoles (NT)
nos dicen, que nosotros como cristianos también somos hijos e hijas de Abraham,
a través de la fe:
“Así Abraham creyó a Dios y
le fue contado como justicia. Por tanto, sepan que los que son
de fe, estos son hijos de Abraham. La Escritura, previendo que Dios
justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las
buenas nuevas a Abraham, diciendo: «En ti serán benditas todas las
naciones». Así que, los que son de la fe son bendecidos con Abraham, el
creyente” (Gál. 3:6-9).
“Por eso es por fe,
para que esté de acuerdo con la gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda la posteridad, no solo a los que son de la ley, sino
también a los que son de la fe de Abraham, quien es padre de todos
nosotros” (Rom 4:16).
“Y si ustedes son de Cristo,
entonces son descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gál.
3:29).
Emunah
No podemos restarle importancia a la
fe en esta ecuación. La palabra hebrea para fe es emunah. Se deriva
del verbo aman que significa: confiar; al igual que la
palabra emet que significa: verdad. Para la humanidad la fe es
una “rara certeza”. Según los rabinos la fe provee del valor para vivir con la
incertidumbre. La fe no es saber todas las respuestas, sino vivir con las
preguntas. Es saber que somos realmente vulnerables, un estado en el que
podemos alegrarnos, porque en esa vulnerabilidad nos acercamos a Dios y Él, en
su fidelidad, nos responde. Tal era la condición de Abraham cuando le creyó a
Dios. Cuando el Señor le habló, Abraham nunca dudó de la veracidad de sus
palabras.
Pero su creencia fue más allá del
asentimiento mental, llegando a la acción de obediencia. Abraham fue fiel.
Respondió a Dios con confianza y honestidad. Fue su fidelidad la que le
permitió tomar a su esposa, su familia y sus posesiones, y emprender un viaje a
ciegas sin conocer el destino final. Él y Sara, dejaron atrás a su familia,
amigos y herencia, y caminaron valientemente hacia un futuro desconocido porque
eran fieles. Y reconocieron que la fidelidad de Dios superaba con creces, incluso
la suya propia.
En Oseas 2:19-20, se nos da una idea
de cómo es la fidelidad del pacto de Dios. Aquí encontramos a Dios hablando de
desposarse con Israel, lo que es claramente una referencia al pacto. Dice que
se desposará con justicia, bondad, misericordia y fidelidad. Estas palabras son
todas sinónimos y son todas “términos de pacto”. Según el Diccionario
Expositivo de Vine, la seguridad de los pactos y promesas de Dios se
establece y permanece, por la naturaleza de Dios. Él es fiel.
Jésed
Uno de los términos más importantes
en el vocabulario de la teología bíblica es jésed. Una palabra que
se utiliza a menudo cuando se habla del amor de Dios por su pueblo. Se traduce
como bondad amorosa, firmeza, y misericordia. Se encuentra 240 veces en el Tanaj (AT),
y es otro término que habla del pacto. El Diccionario Expositivo de
Vine nos dice que hay tres significados básicos para esta palabra y
siempre interactúan entre sí: fuerza, firmeza y amor. Cualquier interpretación
de la palabra que no sugiera estos tres, pierde importantes aspectos de su
significado. El amor por sí mismo puede convertirse fácilmente en sentimental;
mientras que fuerza y firmeza pueden parecer obligatorias imposiciones.
Pero jésed no es sólo una cuestión de obligación; también contiene
la generosidad de Dios. No es sólo una cuestión de lealtad sino también de
misericordia. Es el extravagante, incomprensible y firme amor de Dios. Es el
amor que permanecerá, aunque los montes sean echados al mar y las colinas se
alejen. Es el amor que Dios promete a miles de generaciones y que anuncia
que es eterno.
Cuando Dios pasaba delante de Moisés
en Éxodo 34, se identificó a Sí mismo como el Señor; Dios compasivo y clemente,
lento para la ira y abundante en misericordia (jésed) y verdad, que guarda
misericordia (jésed) a millares. Pero jésed y emunah no
son sólo cosas que Dios hace o una forma de comportarse, o favores que otorga;
¡no! son lo que Dios es, Su naturaleza. Así como emunah es la
esencia misma de Su carácter. Estas dos son la roca misma sobre la que se
construye su alianza: Su Pacto.
La promesa del
Pacto
Aquí tenemos la llave para entender
este sentido de identidad. Ser hijos e hijas de este pacto no es algo que
judíos o cristianos hacemos. ¡Es lo que somos! Y es por causa de que este pacto
construido sobre la sólida roca de la emunah y jésed (fe
y amorosa bondad) de Dios, que no existe un atisbo de duda para su validez e
importancia. Podemos confiar en un Dios en el cual la fidelidad es parte de Su
naturaleza. Podemos estar seguros y ciertos en un Dios, que está sólidamente
adherido a Su amor por Sus hijos, con Su extravagante y eterno amor. Cuando las
circunstancias nos conducen a incertidumbre y duda, podemos caminar en
obediencia y fe porque sabemos quiénes somos.
Romanos 11:17 nos dice que nosotros
como creyentes hemos sido injertados en el olivo, que es Israel. Pablo les dice
a los efesios —gentiles que antes fueron extraños al pacto de la promesa— que
ahora eran parte de ello a través de su relación con el Mesías judío. Y lo
mismo sucede con los creyentes hoy.
Desafortunadamente, en algunos
círculos cristianos es casi ausente la enseñanza de la importancia de pacto en
nuestra relación con el Señor. En la medida de nuestro reconocimiento de la
verdad de este pacto en el que hemos entrado con Él —sólidamente fundado en Su
amor incondicional y fidelidad— nos miraremos a nosotros mismos como hijos e
hijas de Abraham, unidos a esta larga cadena que comenzó con Abraham y Sara
miles de años atrás, y que continúa hasta el regreso de nuestro Mesías.
Descansando en este jésed, amor extravagante, perdonador, todo
compasivo, de Dios; es que podremos entender la oración de Pablo por los
seguidores de Jesús (Yeshúa) en Efesios 3:17-19:
“De manera que Cristo habite por
la fe en sus corazones. También ruego que arraigados y
cimentados en amor, ustedes sean capaces de comprender con
todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el
conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la
plenitud de Dios”.
Al igual que Abraham, cuando tomamos
a Dios por Su palabra; creemos y le somos fieles, confiando en Su fidelidad sin
dudar y seguros de quién es Él, y de quién dice Él que somos… es cuando
realmente encontramos nuestra identidad en Él.
Por: Rvda. Cheryl Hauer, Vicepresidenta Internacional
Traducido por Chuy González –
Voluntario en Puentes para la Paz
Revisado por Raquel González
– Coordinadora Centro de Recursos Hispanos
Bibliografía:
Strong, J. Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible.
Nashville: Abingdon Press, 1983.
Vine, W. E. Vine’s Expository Dictionary of Biblical Words. USA:
Thomas Nelson Publishers, 1985.
Wilson, Marvin R. Our Father Abraham: Jewish Roots of the
Christian Faith. Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1989.
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