¡Liberado!
(Lea Juan 5:1-9) Una multitud de enfermos se reunió en el estanque de Betesda, en Jerusalén. Jesús se acercó a uno de ellos, enfermo desde hacía 38 años, y le preguntó: “¿Quieres ser sano?”. Normalmente eran los enfermos quienes iban a Jesús para pedirle ayuda, pero en este caso fue Jesús quien propuso la sanación. ¿Por qué Jesús se ocupó solamente de ese hombre paralítico? ¿Era porque ese enfermo había comprendido que no podía ser salvo sin la intervención del Señor? “No tengo quien me meta en el estanque”, respondió el enfermo. Durante su vida sólo había tenido decepciones. Tal vez en otro tiempo había tenido familiares o amigos que le ayudasen, pero ahora no tenía a nadie. Sin embargo Jesús estaba ahí para sanarlo. La pregunta también es para nosotros: ¿Quiero ser liberado de lo que me paraliza, de lo que me impide seguirle? Creyentes o no, quizá toleramos en nuestra vida ciertas costumbres malas, incluso sabiendo que nos hacen daño y nos destruyen. Pero el Señor quiere