El amor infinito de Dios
Para
una naturaleza egoísta como la nuestra es difícil creer en un amor tan
desinteresado como el de Dios. Él creó al hombre a su imagen y lo colocó en un
paraíso, pero la criatura se apresuró a desobedecer y a rebelarse contra su
Creador. Entonces Dios, durante siglos, trató de tocar el corazón y la
conciencia de los hombres. Al final envió a su amado Hijo unigénito a la
tierra, en donde fue rechazado y odiado desde el día de su nacimiento. A pesar
de los múltiples milagros que muestran la gracia y el amor de Jesucristo, el
mundo se unió contra él para entregarlo a la muerte, como un malhechor.
¿Cómo respondió Dios a tanto odio? En virtud de la sangre de Cristo vertida en
la cruz, perdonó a todos los que aceptan su gracia y ponen su confianza en
Jesús. Hizo de ellos sus hijos y les dio una eternidad de felicidad en su
compañía.
No podemos comprender tal amor, porque no tiene medidas humanas, sino una
escala divina. Sin embargo se manifestó por nosotros, y repetimos con
adoración: “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas
2:20). Necesitaremos toda la eternidad para “comprender con todos los santos
cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”, y para “conocer
el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:18-19).
Él levanta del polvo al pobre, y
del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y
heredar un sitio de honor. 1 Samuel 2:8
Oh Señor… amargura grande me
sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida… Isaías 38:16-17
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