Armados para la batalla
Los historiadores antiguos se maravillaron cuando
las legiones conquistadoras de Roma ampliaron sus fronteras para rodear el mar
Mediterráneo. Polibio, el historiador griego del siglo II a. C., grabó la
famosa inscripción sobre la República Romana: “¿Quién es tan inútil o tan
indolente como para no desear saber por qué medios y bajo qué sistema de
gobierno los romanos en menos de cincuenta y tres años han conseguido someter
casi todo el mundo habitado a su único gobierno —algo único en la historia—?
Fortalézcanse en el Señor
Antes del año 70 d. C., cuando el general romano
Tito arrasó Jerusalén, el apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Éfeso usando
la armadura de un legionario romano para simbolizar la fe y la fuerza
espiritual en tiempos difíciles. La representación de “la armadura de Dios” ha
sido una fuente de consuelo para los seguidores de Jesús (Yeshúa) desde
que fue escrita.
Efesios 6:10 comienza con ánimo: “Fortalézcanse en
el Señor y en el poder de su fuerza”. Pablo, un fariseo judío (Fil 3:5),
usó una palabra griega relacionada con “hacer algo fuerte en un acto de poder”,
pero sin duda habría pensado en el equivalente hebreo jazak, que
significa “fuerza” o “poder”. En la mente de Pablo, esta fuerza sólo es posible
a través de la fe en Dios, quien es la fuente de toda fuerza. Sólo Él puede
reemplazar nuestra débil fuerza corporal con fuerza y valentía sobrenatural y
celestial. Piensa en Sansón como ejemplo físico de fuerza literal, pero también
considera la increíble fuerza en el Señor que los líderes bíblicos como Moisés
o Débora debieron haber necesitado.
En la Biblia, Dios muestra Su fuerza dominante como
el Rey Guerrero victorioso (Éx 15:1-18; Sal 18:32-39, Is 28:6). En 1 Crónicas
16:11 se nos recuerda que debemos buscar la fuerza de Dios; el Salmo 20:6 nos
asegura que el Señor responderá desde el cielo con Su fuerza liberadora,
mientras que en el Salmo 28:7 este poder se describe como un escudo. La
principal fuente de esta fortaleza no es confiar en la liberación militar
terrenal, aunque Dios puede usarla, sino apoyarse en Él.
Protección espiritual
Pablo pintó un cuadro de la armadura de los
legionarios romanos (Ef 6:11a) como un ejemplo práctico para permitir al
creyente justo en Dios resistir los ataques espirituales. La creencia de Pablo
es que, aunque puede haber desafíos y enemigos terrenales —incluso males como
los que enfrentó Israel el 7 de octubre— hay una batalla espiritual de
proporciones demoníacas que viene contra los kedushím (santos)
de Dios. Serán perseguidos y atacados por fuerzas espirituales de
maldad que operan en un ámbito diferente al de la carne natural (Ef 6:12).
Los cristianos suelen describir esto como guerra espiritual.
Pablo usa un lenguaje fuerte y declara que la
fuente o epicentro del mal es el diablo (Ef 6:11b). No niega el mal físico ni
excusa ni justifica las acciones producidas por él, pero recuerda a sus
lectores que hay una batalla espiritual en “las regiones celestes” donde
principados, potestades, poderes de las tinieblas y fuerzas de maldad vienen
contra todo lo justo y finalmente contra Dios (Sal 83:1-5).
Debido a la realidad de estos poderes espirituales,
Pablo imploró a los creyentes en Éfeso que se pusieran una armadura espiritual
y estuvieran listos para la batalla. Cuando nos detenemos y observamos el
antisemitismo que abunda en las universidades del mundo y la barbarie de la
violencia genocida contra Israel, ciertamente parece que hay “un espíritu”
detrás de todo esto. Al visitar el Ministerio de Asuntos Exteriores dos semanas
después del 7 de octubre, me senté en una mesa redonda con otros líderes cristianos
que sirven en Israel y escuché las inquietantes palabras del ministro de
Asuntos Exteriores que dijo: “¡El 7 de octubre fuimos atacados por el
diablo!”.
En estos días debemos ser una luz en la oscuridad;
debemos hablar y actuar. Para hacerlo necesitamos la fuerza del Señor y
necesitamos estar “vestidos” con la armadura adecuada para resistir en
el día malo (Ef 6:13b). Si no estamos preparados para la batalla —no
importa cuán buenas sean nuestras intenciones— caeremos y seremos destruidos.
Nos sentiremos abrumados y azotados por el miedo cuando enfrentemos obstáculos.
Hoy en día, muchas personas están paralizadas por
el miedo —incluso dentro de la Iglesia— y no están dispuestas a hablar y
calcular el costo frente al odio puro genocida y antisemita. Sin embargo,
también hay una increíble ola de cristianos en todo el mundo que se están
levantando, apoyando a Israel y a la comunidad judía y haciendo retroceder la
oscuridad. El Señor dará valentía a Sus justos. Salmo 27:14 dice: “Espera
al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor”. Para
poder mantenernos de pie debemos estar equipados.
El cinturón de la verdad
La primera pieza de la armadura, a menudo llamada
“el cinturón de la verdad”, se describe como “ceñida su cintura con la
verdad” (Ef 6:14a). El soldado romano llevaba un cinturón con un delantal
de correas de cuero tachonado de hierro. Este delantal sonaba y emitía un
tintineo metálico cuando el soldado marchaba. El cinturón también aseguraba la
espada y la daga del soldado.
¡El delantal con tachuelas de hierro es clave! No
sólo protegía los vulnerables muslos y la ingle de un soldado de un ataque,
sino que también era una herramienta inteligente de guerra psicológica. Una
cohorte romana marchaba silenciosamente hacia la batalla, entrenada para
reprimir su impulso de lanzar un grito de guerra como lo hacían la mayoría de
los ejércitos antes del enfrentamiento debido al terror y la adrenalina
mezclados con la realidad siempre presente de lo que estaba a punto de suceder.
Al ver y escuchar el pesado asalto romano avanzando, el miedo se apoderaba del
alma de la fuerza contraria.
Pablo vincula el cinturón con “la verdad” y el
maravilloso recordatorio que se puede extraer de esta descripción verbal es que
si uno está equipado con la verdad (Juan 8:32), entonces las tinieblas, las
mentiras, el engaño y el mal se ven obligados a huir o volverse serviles.
“Ceñirse” es una acción de preparación, como sujetarse un cinturón. Uno no
puede ser perezoso. Naturalmente, uno no tiene “un cinturón de la verdad”, sino
que debe “ponérselo bien” para poder mantenerse firme.
La coraza y el calzado
El siguiente símbolo que nos alista para la batalla
es la coraza, que Pablo relaciona con “la justicia” (Ef 6:14b). El
soldado romano usaba la armadura con placas de escama para la batalla, lo que
le daba la capacidad de moverse y ser flexible. La armadura protegía órganos
vitales, así como hombros y antebrazos. Esto fue crucial, ya que permitió que
el soldado luchara bajo intensa coacción y amenaza de un enemigo. Pablo llama a
esta pieza de armadura “la justicia”, que se relaciona con vivir en pureza y
ser recto ante Dios mientras uno se esfuerza por ser irreprochable.
La gente nota la justicia y puede atraerla hacia el
bien. La coraza es usada sólo por “el soldado profesional”, que no sirve
solamente a su nación sino que lucha contra el enemigo. Si uno no está equipado
adecuadamente, perecerá rápidamente. Justicia en hebreo es tsédek y
se atribuye al gobierno perfecto de un rey, pero también es parte de la pureza
perfecta e intachable de Dios en la verdad. Llamar a alguien tsadik reconoce
su observancia de los mandamientos de Dios y su naturaleza justa y caritativa.
Un último punto, la coraza romana no podía
ponérsela uno mismo; un soldado necesitaba un compañero que lo ayudara. Esto es
algo en lo que debemos meditar cuando pensamos en enfrentarnos a la oscuridad y
luchar por la justicia. No se supone que lo hagamos solos (Mt 18:20).
Luego, Pablo anima a los creyentes de Éfeso a
“calzarse los pies” para llevar “el evangelio de la paz” (literalmente,
buenas nuevas de shalom). Una de las cosas más vitales y básicas
que usaba el soldado romano eran sus sandalias de cuero resistente, con clavos
o tachuelas de metal. Les impedían resbalarse; les preservaban los pies durante
interminables kilómetros de largas jornadas; y les daban un agarre para seguir
adelante. En pocas palabras, todo lo que hacemos debe traer shalom y
reflejar lo que Dios está haciendo en nuestro mundo mientras reflejamos Su luz
en la oscuridad.
Los toques finales
A los soldados romanos les faltarían tres cosas
finales: el escudo, el casco y la espada. Pablo llama al escudo “la fe”
(Ef 6:16a). Para los romanos el escudo era sin duda crucial y ellos entrenaban
con él constantemente. Podían ejecutar formaciones complicadas como el
‘caparazón de tortuga’, desplegado principalmente en guerras de asedio, donde
los hombres formaban filas apretadas en un cuadrado y superponían sus escudos
para protegerse contra los peligros al frente de ellos y las amenazas arriba de
ellos. El escudo romano era flexible. Podía protegerlos contra las flechas y
las lanzas; y también el soldado se podía arrodillar detrás de él para obtener
la máxima protección.
Al nombrar el escudo “la fe” (emuná),
Pablo se hace eco de la verdad que se encuentra en Santiago 2:14-26: “la fe
sin las obras está muerta”. En el pensamiento hebreo, la fe es una acción,
no un estado de ánimo o un asentimiento mental. La fe se hace, no
sólo se cree. Nuestra fe necesita crecer y madurar, pero el enemigo busca
destruirla y paralizarnos con sus dardos de fuego (Ef 6:16b), por lo que
debemos estar en guardia y usar nuestro “escudo”.
El casco del soldado romano protegía sus mejillas,
cuello, cabeza, cejas, frente y ojos. Esta era una pieza crucial de la
armadura, ya que los golpes de espada, los proyectiles y los escombros
fácilmente podían costarle la vida a un soldado. La cabeza es una de las partes
más vulnerables del cuerpo porque contiene los principales puntos sensoriales
(ojos, oídos, boca y nariz) y, si cualquiera de ellos queda incapacitado en la
batalla, puede ser letal. Mientras que uno podría sobrevivir a una herida en el
brazo, la pierna o el pecho, un golpe en la cabeza desprotegida significaría
sin duda el fin.
Pablo llama a este casco “la salvación” y
sus lectores —la mayoría de ellos antiguos paganos de la ciudad grecorromana de
Éfeso— naturalmente pensarían que la cabeza es el lugar de la mente, la razón,
la sabiduría o el intelecto. Por lo tanto, un “casco de salvación” que protege
la cabeza, se conectaría naturalmente con el poder de salvación de Dios (Is
12:2) otorgado a la persona, así como con la fuente de su redención (el poder
de salvación en 2 Sam 22:3).
Para terminar, el accesorio de la armadura que
hacía letal al legionario era la espada gladius. La gladius tenía
una hoja de doble filo de 60 centímetros (dos pies) de largo. Era
extremadamente letal. El soldado romano estaba entrenado para atacar con la
espada, no para cortar; por lo que con una acción de bloquear con el escudo y
dar una estocada con la espada, una cohorte romana podía aniquilar una fuerza
enemiga.
Pablo nombra esta arma simple pero efectiva, “la
espada del Espíritu” y rápidamente les da a sus lectores de Éfeso una
definición adicional del propósito de esta “espada” cuando afirma que es “la
palabra de Dios” (Ef 6:17b). Como creyentes en Jesús (Yeshúa),
debemos estar cimentados en la Palabra de Dios y ser guiados por el Espíritu (1
Tes 5:19-24) para que podamos discernir lo que es justo y lo que es malo. ¡Para
que conozcamos la ‘fidelidad de pacto’ de Dios con Israel y con nosotros; y que
estemos en guardia, atentos a las señales de estos tiempos y listos para
responder al llamado de nuestro Rey!
Fuente: BRIDGES FOR PEACE
por: Rvdo. Peter Fast,
Presidente Ejecutivo Internacional
Traducido por Robin Orack –
Voluntaria en Puentes para la Paz
Bibliografía
Goldsworthy, Adrian. In the Name of Rome.
Great Britain: Phoenix, 2007.
——— The Complete Roman Army. London:
Thames and Hudson Ltd, 2003.
Holy Bible, New King James Version. Nashville: Thomas Nelson: 1982.
Polybius. The Histories Volume One.
trans. W.R. Paton. Loeb Classical Library: Harvard University Press, 2005.
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