El amor extravagante y la misericordia de Dios


 

La Biblia es única entre los libros. Tampoco es un libro, sino ‘el Libro’. No es una colección de palabras y pensamientos de hombres, sino que está llena de las palabras vivas del Creador de todas las cosas. Cuando me convertí en creyente, leía la Biblia constantemente. La consumía, la bebía, no podía tener suficiente de ella. Me encantaba también tenerla en mis manos, porque podía sentir la energía vitalizadora contenida en sus páginas, cada vez que tocaba su cubierta.

Esas páginas eran un cofre del tesoro de las promesas de Dios, cada una revelando más del carácter de Aquel que creó el universo. Y no tenía ninguna duda de que cada una de ellas se cumpliría. Era una proposición sencilla. Cuanto más leía sobre lo que Dios hizo, más profunda era mi comprensión de quién es Dios. Según el libro de Herbert Lockyer, All the Promises of the Bible (Todas las promesas de la Biblia), ésta contiene más de 8,000 promesas. Algunas son las que se hacen entre los hombres y otras son promesas que los hombres le hacen a Dios. Pero más de 7,000 son promesas que Dios hizo al hombre, y la gran mayoría de ellas se refieren directamente a Israel.

               Algunas de las promesas de Dios para Israel:

o    Génesis 12:1-3

o    Génesis 12:7; 15:18-21; 28:13-15; 26:3-4

o    Éxodo 23:31

o    Deuteronomio 1:8; 28:1-14

o    Salmo 102:13, 16-22

o    Isaías 10:22; 11:12; 43:5-6; 49:22-26; 60:8-12

o    Jeremías 16:14-18; 23:3, 7-8; 29:10,14; 31:7-8 32:37-40

o    Ezequiel 11:16-17; 28:25; 36:22-23

o    Amos 9:11-15

o    Oseas 3:4-5, 10-11

o    Zacarías 8:4-8

La Biblia contiene la revelación más profunda de Dios sobre Sí Mismo

Estamos viviendo un momento increíble e histórico, en el que cientos de esas promesas se están cumpliendo a la vista de todas las naciones de la tierra. Sin embargo, existe una gran controversia en la Iglesia con la relación de Dios e Israel y la validez de esas antiguas promesas, en nuestro mundo moderno. Quizá parte de esa confusión se deba, a que olvidamos lo que estamos leyendo. Buscamos respuestas a situaciones complejas, principios teológicos profundos o, la última palabra que Dios tiene para nosotros al enfrentar nuestro día a día; y perdemos de vista que lo que estamos leyendo es en realidad la revelación más profunda que Dios da de sí mismo. Cada palabra, cada versículo, cada historia; todos existen para ayudarnos a captar la naturaleza y la esencia del Dios, que nos ama apasionadamente.

Permítanme darles algunos ejemplos. En Mateo 19:16-26, Marcos 10:17-27 y Lucas 18:18-27, leemos la historia del joven rico que se acercó a Jesús (Yeshúa) y le preguntó: qué tenía que hacer para alcanzar la vida eterna. La respuesta de Jesús fue sencilla: obedecer los mandamientos. Cuando el joven respondió que siempre lo había hecho obviamente buscaba algo más, Jesús no le corrigió ni le condenó. En cambio le explicó el siguiente paso en el camino: “Vende lo que tienes y dáselo a los pobres… Después de eso, ven y sígueme” (Mt 19:21 RVC). Según los relatos evangélicos, el joven se alejó, triste.

En este punto la mayoría de las conversaciones de estudio de la Biblia, se convierten en condenación para este joven insensato que se alejó de su salvación, debido a su apego a las posesiones que tenía en este mundo. Pero eso no es lo que dicen las Escrituras. Además, en los versículos siguientes Jesús no condena al joven, ni le castiga. Pienso que podemos escuchar un tono de compasión en Jesús, cuando expresa lo difícil que es para este joven rico tomar esa decisión. La parábola no se trata de este joven, sino del extravagante amor y la misericordia de Dios. Y cuando llegue yo a la gloria, ¡espero encontrarme con ese joven cara a cara!

Lo mismo es igual con la historia de los obreros de la viña en Mateo 20:1-16. Algunos comienzan sus labores por la mañana; otros a la hora tercera del día; y algunos casi ya al finalizar el día. Sin embargo, todos recibieron la misma compensación por su trabajo. Nuestros debates de estudio de la Biblia se centran en lo que es justo y nosotros pensamos ¡qué injusto! ¿qué pasa con la legislación laboral? Pero el corazón del mensaje no trata con la justicia, sino con el extravagante amor de Dios y Su misericordia.

Y lo mismo puede decirse de la parábola del hijo pródigo. El joven precoz pidió su herencia mucho antes de merecer recibirla. Su padre, que ciertamente no tenía por qué hacerlo, renunció al dinero, sin duda sabiendo muy bien que su hijo lo despilfarraría. Al leer las decisiones pecaminosas del hijo, nos chasqueamos la lengua ante la insensatez de la juventud y no podemos evitar pensar, que merecía acabar en esa pocilga. Sin embargo, su padre vigilaba todos los días esperando el regreso de su hijo. Y cuando finalmente lo vio a la distancia, corrió hacia él, abrazó su cuerpo maloliente, besó sus mejillas sucias y derramó todas las bendiciones imaginables sobre este joven, que no merecía nada. La historia no trata de la conducta del hijo, sino que trata sobre el amor extravagante y la misericordia del padre.

La incomprensible misericordia de Dios

Desafortunadamente durante casi dos milenios, los cristianos han cometido el mismo error al leer a los profetas del Tanaj (AT). Esta incapacidad para reconocer el corazón del mensaje de Dios ha sido la base del antisemitismo cristiano durante casi 2,000 años. Cada uno de los profetas habló durante una época oscura de la historia de Israel, cuando el ‘Pueblo Escogido’ estaba haciendo muy malas decisiones y se estaba alejando del Dios de sus padres. Cada vez, un profeta venía con acusaciones de naturaleza trágica, acompañadas de claras consecuencias, si el pueblo continuaba con su comportamiento impío. Pero sin falta alguna, cada profecía contenía una pepita de gracia; un estímulo para volverse de sus malas decisiones y clamar a Dios. Cada profecía vino con la promesa del inmerecido perdón y restauración.

Sin embargo, cuando los cristianos han leído estos versículos a lo largo de los siglos, lo que han sacado en conclusión ha sido la condena de Israel. ¿Cómo pudieron ser tan malvados? ¿Cómo pudieron olvidar todo lo que Dios había hecho por ellos? Pero ese no era el mensaje. Dios no estaba tratando de decirnos lo malvado que era Israel. Nos estaba diciendo lo inexplicablemente bueno que es Él. ¿Cómo podría revelarnos Su insondable misericordia sin yuxtaponerla con la profundidad del pecado de Israel? Y qué triste, que durante 2,000 años tantos cristianos han perdido el corazón del mensaje: la incomprensible misericordia de Dios.

Luz contra tinieblas

Uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras es Isaías 60:1–3: “Levántate resplandece, porque ha llegado tu luz; y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. Porque tinieblas cubrirán la tierra y densa oscuridad los pueblos. Pero sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti aparecerá Su gloria. Y acudirán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer” (NBLA).

El concepto de la luz frente a las tinieblas es un tema común en la Biblia y sirve como recordatorio de la fidelidad de Dios, incluso en los momentos más oscuros. El profeta Isaías por ejemplo, habla de un Mesías venidero que traerá luz “a los que habitaban en tierra de sombra de muerte” (Is 9:2b). En los Evangelios se hace referencia al propio Jesús como la “Luz del mundo” (Juan 8:12) y sus seguidores son llamados a ser “la luz del mundo” también (Mt 5:14). En varios lugares Dios le recuerda a Israel que Su llamado sobre ellos como nación, es ser una luz para las demás naciones del mundo.

A pesar del hecho de que muchos piensan en el Éxodo, como un tiempo de infidelidad por parte de los israelitas; otros lo consideran como un tiempo en el que Dios estuvo con su pueblo en una forma increíblemente íntima. Cuando el profeta pronunció las palabras de Isaías 60, aquellos oyentes no pudieron evitar rememorar el Éxodo cuando la luz de la gloria de Dios brilló desde el monte Sinaí; o cuando Moisés se vio obligado a cubrirse el rostro por el resplandor del reflejo de Dios. Tal vez, el pueblo esperaba que así fuera una vez más, que el increíble encuentro de Moisés con Dios fuera la experiencia de toda la nación.

En palabras de Isaías y los demás profetas del Tanaj, la luz representaba la presencia de Dios, y con esa presencia venía la liberación y la bendición, la justicia y la paz. Siendo muy claro el hecho de que el pueblo no tiene luz propia. Dios es la luz que se levanta sobre ellos, como lo hace el sol. Los antiguos sabios de Israel contaban un maravilloso midrash (interpretación y exégesis rabínica de textos bíblicos) sobre la sociedad que tiene Dios con Su pueblo: “Yo tengo mi luz“, dijo el Santo, “y os he dado de esa luz. Vuestra luz es un reflejo de Mi luz. Seamos pues compañeros y juntos llevemos nuestra luz a Sión y al resto de las naciones“. En ocasiones como cristianos, malinterpretamos este mensaje y decidimos que es hora de ponernos los guantes de boxeo y vencer a las tinieblas. Pero Dios no es así. Él es luz, y en Su presencia la oscuridad simplemente no puede existir. Como Su pueblo, debemos ser Su reflejo, y los que anhelan la luz como el joven rico, serán atraídos hacia ella.

La luz hace retroceder a las tinieblas

Dios rara vez, quizás nunca; envió a sus profetas en tiempos de paz, cuando el pueblo actuaba con rectitud y no había calamidades en el horizonte. Ellos traían sus mensajes cuando la nación ya estaba sumida en la oscuridad, o a punto de estarlo. Estar en oscuridad es algo aterrador. Significa estar en medio de la confusión y el miedo, caos y destrucción, turbulencias, división y devastación. Cuando las naciones estén en tal oscuridad, Dios le dijo a Israel, serán atraídas a la luz de Israel.

Israel ha tenido muchos periodos de oscuridad en su historia. Uno de ellos fue la ocupación romana de la tierra. Claramente fue un tiempo de confusión y caos, con claros casos de persecución e innumerables crucifixiones. Pero durante ese tiempo de oscuridad, como cristianos reconocemos que llegó el amanecer de la luz. En medio de ese caos, nació nuestro Mesías. En repetidas ocasiones Dios ha hablado a través de Sus intervenciones en la historia: “Este soy Yo. Yo soy la Luz que aleja las tinieblas. Soy la calma en tu tormenta. Soy tu Escudo y tu Defensor, a pesar de cómo se miren las circunstancias “.

Vivimos días muy parecidos a los que advirtió el profeta Isaías. La tierra está cubriéndose de tinieblas y de profunda oscuridad —llamada densa negrura en hebreo— que envuelve a los pueblos. Es un tiempo de violencia, división, miedo y confusión. Un tiempo en el que al bien se le llama mal y al mal bien. Las libertades están siendo erosionadas y los gobiernos están tomando el control, en nombre de la salud y la seguridad. El pueblo de Dios —tanto judíos como cristianos— se enfrenta cada vez más a la opresión e incluso a la persecución. Y lo que es más alarmante, muchos no reconocen las terribles circunstancias a las que se enfrenta este mundo.

Entonces, ¿cuál es nuestra conclusión? Los innumerables y hermosos pasajes del amor de Dios por Su pueblo, Su redención y liberación; Sus bendiciones de rescate y seguridad fueron declaradas directamente a Israel. Pero ¿eran estos mensajes sólo para ellos? ¿Podemos tomar conceptos que también se aplican a nosotros en medio de nuestra propia oscuridad? Yo creo que sí podemos. Dios también habló a Israel a través del profeta Isaías cuando dijo: “No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de Mi justicia” (Is 41:10). Porque, dice Dios, ese es quien Yo Soy. Él animó a Israel a ser fuerte, a ser valiente, a seguir reflejando Su luz; a ser luz para las naciones, sin importar la oscuridad que las rodeara. Sólo debemos recordar que cuando Él le dijo a Israel: “Esto es lo que serás “, lo que en realidad estaba diciendo era: “Este es quien Yo Soy“.

Por: Rvda. Cheryl Hauer, Vicepresidenta Internacional

Traducido por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz   

Revisado por Raquel González – Coordinadora de Recursos Hispanos  

 

Bibliografía

Lockyer, Herbert. All the Promises of the Bible. Grand Rapids: Zondervan, 1962.

Pesikta d’Rav Kahana 21:1, Mandelbaum ed. p.319

 

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