La oración de Ezequías

 

Cuando el Rey asirio Sargón II destruyó el reino septentrional de Israel en el año 722 a.C., el reino meridional de Judá debió de quedar aterrorizado. Al oír los informes de cautivos encadenados que eran conducidos a tierras lejanas, las ciudades en llamas y el suelo lleno de cadá- veres debió de ser espantoso. Además, no pasó mucho tiempo antes de que rebaños de extranjeros —cautivos de otras naciones conquistadas, de acuerdo con una práctica común de los asirios para reasentar a las poblaciones vencidas— inundaran las tierras desiertas para reemplazar a los israelitas que una vez vivieron allí (2 Reyes 17:24), trayendo consigo a sus dioses extranjeros. ¡Los futuros samaritanos habían llegado!

Ezequías fue coronado rey de Judá (2 Reyes 18) seis años antes de que el Imperio Asirio, la potencia mundial gobernante en aquel tiempo, capturara Samaria (2 Reyes 18:10-12). La fidelidad de este rey al Señor era bien conocida. Quitó los ídolos de los lugares altos y restableció la celebración de Pesaj (la Pascua) (2 Cr 30).

Diecisiete años más tarde, Senaquerib sucedió a Sargón II como gobernante del poderoso Imperio Asirio. Los egipcios vieron en este cambio de la guardia una oportunidad para fortalecer su propio reino. Comenzaron a organizarse para la guerra contra Asiria y vieron al Rey Ezequías de Judá como su aliado principal.

El Museo Británico alberga la “Columna de Senaquerib”, que describe la primera acción de Ezequías en la rebelión. Él incitó una insurrección en el bastión pro-asirio de Ecrón que resultó en el arresto del gobernador local, quien fue entregado a Ezequías y encarcelado. La columna dice: “Y el pueblo de Ecrón, que había rechazado a su rey, lo ataron con un juramento y una maldición contra Asiria, y lo entregaron a manos de Ezequías el judío. Y él lo puso en cautiverio como a un enemigo”.

Durante los días de los preparativos militares de Ezequías, los profetas Miqueas e Isaías profetizaban activamente, y ambos tenían una palabra del Señor con respecto a Asiria. Miqueas declaró: “Cuando el asirio invada nuestra tierra, y cuando pisotee nuestros palacios, levantaremos contra él siete pastores y ocho príncipes del pueblo. Y ellos pastorearán la tierra de Asiria con espada, la tierra de Nimrod en sus puertas; Él nos librará del asirio cuando invada nuestra tierra y pisotee nuestro territorio” (Miq 5:5b-6).

Isaías entendía que Judá debía dejar que sus naciones vecinas guerrearan a su alrededor y se agotaran (Is 29). Sin embargo, ambos profetas condenaron enérgicamente la alianza entre Egipto y Judá (Is 30-31, Miq 6:4, 7:15). En Isaiah: Prophet of Righteousness and Justice, los autores Yoel Bin-Nun y Binyamin Lau argumentan: “Isaías lo consideraba un movimiento peligroso que amenazaba la seguridad de Israel en relación con Asiria, mientras que Miqueas afirmaba que amenazaba la independencia militar de Israel, ya que mostraba su dependencia de otras naciones”.

La gran respuesta de Ezequías a las palabras de los profetas fue convocar una asamblea para animar al pueblo. “«Sean fuertes y valientes; no teman ni se acobarden a causa del rey de Asiria, ni a causa de toda la multitud que está con él, porque el que está con nosotros es más poderoso que el que está con él. Con él está solo un brazo de carne, pero con nosotros está el Señor nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas». Y el pueblo confió en las palabras de Ezequías, rey de Judá” (2 Cr 32:7-8). Durante este tiempo, Ezequías ordenó la construcción del sistema de agua del manantial de Gihón (2 Cr 32:2-4), conocido hoy como el Túnel de Ezequías.

En el decimocuarto año del reinado de Ezequías, Senaquerib invadió Judá desde el norte. La devastadora llegada del ejército asirio dejó atónito a Ezequías. Bin-Nun y Lau escriben:

Senaquerib inició su camino destructor con la conquista de las ciudades fenicias que controlaban la costa. Navegando hacia el sur, hizo varias paradas en el camino para ejercer la autoridad asiria. Ancló en Akko y conquistó Yafo, Beit Dagon, Benei Berak y Azur, todas ellas bajo la protección del rey de Ashkelon, uno de los principales miembros de la alianza anti-asiria. Desde allí, se dirigió a Ashdod, donde, por primera vez, se enfrentó a la resistencia militar de Egipto”.

Los registros antiguos testifican de la destrucción del ejército egipcio. A continuación, el ejército de Senaquerib destruyó las ciudades costeras filisteas bajo el dominio de Judá, incluyendo a Ecrón, cuyos dirigentes habían destronado al gobernador. Senaquerib castigó a estos gobernantes colgando sus cuerpos en altos pilares de la ciudad. Con el aroma de la victoria en sus narices, el ejército asirio se dirigió hacia el interior, a la región occidental de Judá. Ezequías vio cómo su rebelión se deshacía como la cera al sol. Senaquerib asedió y destruyó Azeca, Gat y el Sefela, lo que Miqueas comparó con la destrucción de Samaria por Sargón II (Miq 1:1-16).

Senaquerib ordenó entonces el asedio total de Laquis y conquistó la ciudad. Este asedio —conmemorado en enormes relieves descubiertos en Nínive— puede contemplarse en el Museo Británico. Estos relieves muestran una terrible destrucción mientras los prisioneros de Judea son llevados desnudos y descalzos al cautiverio, un doloroso cumplimiento de las profecías de Isaías.

Humillado y avergonzado, Ezequías decidió rendirse (2 Reyes 18:13- 16) y pagó un tributo pesado. Aunque Senaquerib recibió el tributo, no pudo saciar su sed de sangre. La conquista de Jerusalén se convirtió en una de sus principales prioridades, y envió a su más alto funcionario, el Rabsacés, a Jerusalén por delante del ejército asirio para entablar una guerra psicológica en el siglo VIII a.C. Bin-Nun y Lau explican: “El ejército asirio tenía poco tiempo que dedicar a la fortificada Jerusalén, pues su verdadero enemigo, Egipto, le esperaba en la costa”.

En Isaías 36 leemos acerca de los cuatro métodos del Rabsacés para desmoralizar al pueblo de Jerusalén.

La primera táctica consistía en desalentar la resistencia. El Rabsacés habló en hebreo e ignoró la petición de los dirigentes de Jerusalén de conversar en arameo (Isaías 36:11). Se burló diciendo: “¿Qué confianza es esta que tú tienes?” (36:4b). Luego argumentó que “el plan y la fuerza de Ezequías para la guerra son sólo palabras vacías” (36:5) y acusó al rey de mentir (36:14-15, 36:18). Incluso atacó al Señor: “¿Quiénes de entre todos los dioses de estas tierras han librado su tierra de mi mano, para que el Señor libre a Jerusalén de mi mano?” (Isaías 36:20).

En la opinión de los asirios, el Señor no era más que otro dios, como las impotentes deidades que “gobernaban” las naciones que los asirios ya habían conquistado. Los paganos del mundo antiguo creían que los dioses sólo operaban en regiones y tenían un poder limitado. La suposición de Senaquerib de que el Señor tenía limitaciones similares resultó ser su perdición. El Salmo 24:1 dice: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan”.

La segunda táctica que empleó Asiria fue burlarse de la alianza de Ezequías con Egipto tachándola de débil. El Rabsacés llamó a Egipto “báculo de esta caña quebrad” (Is 36:6) y preguntó: “¿Cómo, pues, puedes… confiar en Egipto para carros y hombres de a caballo?” (Is 36:9).

La tercera táctica del Rabsacés fue afirmar que todos los problemas a los que se enfrentaba Jerusalén podían atribuirse a una deidad ofendida, siendo esta deidad el Señor (Is 36:7). Sin embargo, malinterpretó el hecho de que Ezequías retirara los altares y los lugares altos, pensando que pertenecían al Señor cuando en realidad habían sido ídolos paga- nos removidos para purificar la tierra. Los asirios creyeron que Ezequías había ofendido a “la deidad de Jerusalén”, lo que consideraron un mal presagio. Como resultado, “el dios de Judá” había convocado a los asi- rios para corregir el mal (Is 36:10).

La cuarta táctica era desacreditar al ejército de Jerusalén. “¡Te daré 2,000 caballos, si por tu parte puedes poner jinetes sobre ellos!” (Is 36:8). El ejército jerosolimitano estaba “condenado a comer su propio excremento y a beber su propia orina con ustedes [los dirigentes de Judá]” (Is 36:12).

Desesperado, Ezequías rasgó sus vestiduras y se cubrió de arpillera (tela áspera). Incluso en circunstancias terribles, en las que todo había fracasado, Ezequías sabía exactamente dónde acudir en busca de ayuda. Entró en el santuario del Templo —considerado como el lugar donde la presencia de Dios habitaba en la tierra— para clamar al Señor. Lo que siguió es una poderosa muestra de fe ante el desastre y una muerte casi segura, y debería considerarse una de las oraciones bíblicas más poderosas. Ezequías tomó la carta de condena que le entregaron los asirios (Is 37:9) y la leyó en voz alta. A continuación, “subió a la casa del Señor y la extendió delante del Señor” (Is 37:14b).

La oración de Ezequías (Is 37:16-20) reconoce poderosas verdades. El Señor es el “Dios de Israel”, “entronizado sobre los querubines” (referencia al Arca de la Alianza) y es Dios de “todos los reinos de la tierra”. Él es Creador del “cielo y de la tierra” y Él debería preocuparse por “las palabras de Senaquerib que… reprocha al Dios vivo”. Al reconocer a Dios como “vivo”, Ezequías descartó a todos los “dioses” de las naciones que habían caído ante Asiria como deidades falsas. Por último, Ezequías pidió al Señor que rescatara a Jerusalén de Senaquerib para que “todos los reinos de la tierra sepan que solo Tú, oh Señor, eres Dios”.

Dios respondió dándole a Isaías una palabra para el desesperado rey. Le aseguró a Ezequías que su oración había sido escuchada y que Él se encargaría de Senaquerib. La aparentemente más débil de Jerusalén, la virgen hija de Sión, se burlaría y sacudiría la cabeza ante los asirios. Dios había condenado a Senaquerib, el que blasfemó contra el “¡Santo de Israel!”. (Is 37:23b). A causa de la arrogancia de Senaquerib (Is 37:29), Dios lo llevaría como a un buey con una argolla en la nariz o a un caballo con una brida (37:29) de vuelta por donde había venido. Jerusalén se salvaría. El rey de Asiria “no entrará en esta ciudad ni lanzará allí flecha alguna; tampoco vendrá delante de ella con escudo ni levantará terraplén contra ella” (Is 37:33). Al marchar contra Jerusalén, Senaquerib había marchado en realidad contra el Dios de Israel. “Porque defenderé esta ciudad para salvarla por amor a Mí mismo y por amor a Mi siervo David” (Is 37:35).

La siguiente escena fue dramática. El ángel del Señor atravesó el campamento asirio y masacró a 185,000 soldados en una sola noche (Sal 37:12-15). Isaías 37:37-38 registra el acontecimiento: “Entonces Senaque- rib, rey de Asiria, partió y regresó a su casa y vivió en Nínive”. También leemos que la profecía del versículo 38 se cumplió cuando los dos hijos lo asesinaron mientras adoraba en un templo dedicado a su dios, el único lugar donde probablemente esperaba estar a salvo (Is 37:38).

¿Adónde vas cuando la angustia llama a tu puerta? ¿Cuándo tus enemigos se levantan contra ti? ¿Cuándo el desánimo parece cundir y la alegría sofocarse? ¿Cuándo te sientes aplastado por la decepción? Te animo a que seas como Ezequías. Ve rápidamente a la presencia de Dios. Busca Su rostro. Clama a Él y espera en Él. Entra en tu aposento de oración (Mateo 6:6) y sumérgete en Su Palabra. Rodéate de un consejo lleno de Dios y ten por seguro que Él te dará Su shalom: plenitud y paz.

El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?… Si un ejército acampa contra mí, no temerá mi corazón… Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en Su templo” (Sal 27:1a, 3a-4).

Por: Rvdo. Peter Fast, Presidente Ejecutivo 

Traducido por Ileana Martínez – Voluntaria en Puentes para la Paz

 

Bibliografía

Arnold, Bill T. and Brent A. Strawn, ed. The World around the Old Testament: The People and Places of the Ancient Near East. Grand Rapids, Michigan: Baker Academic, 2016.

Bin-Nun, Yoel and Lau, Binyamin. Isaiah: Prophet of Righteousness and Justice. Jerusalem, Israel: Koren Publishers Maggid Books, 2019.

Hoerth, Alfred J. Archaeology and the Old Testament. Grand Rapids, Michigan: Baker Books, 2001.

Price, Randall. The Stones Cry Out: What Archaeology Reveals About the Truth of the Bible. Eugene, Oregon: Harvest House Publishers, 1997.

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