¿Cómo debemos arrepentirnos?
El arrepentimiento es un tema de gran importancia en la Biblia. De hecho, es el meollo de muchos de los mensajes de Jesucristo. Sin embargo, a pesar de que el arrepentimiento nos concierne a todos, pues Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30), la mayor parte del mundo religioso moderno no comprende este concepto correctamente.
El verdadero arrepentimiento es mucho más que una reacción emocional efímera, ¡es un proceso que dura toda la vida! Muchas personas reconocen que deben cambiar ciertos aspectos de su forma de vivir, pero ¿qué es exactamente lo que debemos cambiar? ¿Qué debemos hacer para tener una actitud de arrepentimiento permanente? ¿Según la Biblia cómo debemos arrepentirnos?
Reconocer la superioridad de la mente de Dios
Una
de las primeras cosas de que debemos recordar siempre es el hecho de que la
mente de Dios es muy superior a la nuestra. En Isaías 55: 8-9 Dios nos dice:
“mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos…Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más
altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.
La
mente humana funciona de manera muy diferente a la de Dios; tal como explica el
apóstol Pablo, “los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero
los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5).
En
Marcos 7:20-23, Jesús nos dice lo que sucede con quienes enfocan su mente en
cosas carnales: “lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de
dentro, del corazón de los hombres, salen los malos
pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,
los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al
hombre” (énfasis añadido).
En
otras palabras, nuestra mente carnal produce pensamientos y acciones que no son
agradables a Dios. Nuestra naturaleza humana tiende hacia las “obras de la
carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a
estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los
que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).
Por
lo tanto, si queremos agradar a Dios, debemos aprender a arrepentirnos y
cambiar nuestra manera de pensar; debemos resistir a la tendencia de nuestra
mente carnal hacia la maldad, pues “los designios de la carne son enemistad
contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos
8:7). Debemos reconocer la importancia de procurar que nuestra mente esté en
armonía con los caminos y pensamientos de Dios.
Reconocer nuestra culpa
Cuando
un grupo de creyentes judíos celebraba la Fiesta de Pentecostés en Jerusalén,
el apóstol Pedro dio un poderoso mensaje que estremeció sus conciencias. Miles de ellos “se compungieron de
corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué
haremos?” (Hechos 2:37). Al reconocer su culpa,
sintieron la necesidad de saber cómo podían arrepentirse y comenzar a cambiar
sus vidas.
El
arrepentimiento va más allá de reconocer lo que está bien o mal; implica
aceptar que somos culpables de quebrantar la santa ley de Dios. Es una profunda
tristeza que viene de Dios y que nos lleva a cambiar diligentemente nuestra
manera de vivir (2 Corintios 7:9-10) cuando nos damos cuenta de que nuestro estilo
de vida nos ha alejado de Él. El arrepentimiento implica entender que nuestros
pecados nos han separado de nuestro Creador y que necesitamos del sacrificio de
su Hijo, Jesucristo. Nuestro deseo de ser perdonados y de obedecer a Dios de
ahora en adelante, debe nacer de lo más profundo de nuestro corazón.
Vivir según la Palabra de Dios
El
arrepentimiento nos lleva a la conversión—un cambio profundo en nuestra vida. Y
la ley de Dios nos enseña qué necesitamos cambiar exactamente. Debemos tomar
muy seriamente las instrucciones de Dios.. “Arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados (Hechos 3:19).
A
través del profeta Isaías, Dios mismo nos dice: “miraré a aquel que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
Más
adelante, en Mateo 5: 17-19, encontramos el mensaje principal de Jesucristo. Él
afirmó dogmáticamente: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los
profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os
digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará
de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que
quebrante uno de estos mandamientos…muy pequeño será llamado en el reino de los
cielos; mas cualquiera que los haga…será llamado grande en el reino de los
cielos”.
Entonces,
quien desea aprender a arrepentirse debe comenzar a obedecer a Dios guardando
sus mandamientos; “pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos;
y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). El libro de Apocalipsis nos
da más información sobre los cristianos de los últimos tiempos “que guardan los
mandamientos de Dios” (Apocalipsis 12:17; 14:12; 22:14).
Cambiar nuestros pensamientos y caminos
En
Isaías 55:7, el profeta Isaías nos da el siguiente consejo: “Deje el impío su
camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual
tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”.
Ninguna
persona es inmune al pecado; “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios” (Romanos 3:23). “Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no
hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1
Juan 1:8, 10).
El
resultado del pecado como dice el apóstol Pablo, es la muerte eterna: “la paga del pecado es muerte”
(Romanos 6:23). En cierta ocasión Jesucristo dijo “si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente” (Lucas 13:3, 5), pero Dios no quiere que paguemos tal
precio. Por el contrario, Él desea que cada uno de nosotros aprenda a
arrepentirse para que nuestros pecados sean perdonados y seamos absueltos de la
pena de muerte. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2
Pedro 3:9; énfasis añadido).
Arrepentirnos
implica dejar atrás nuestros pecados—sean acciones o pensamientos—y comenzar a
obedecer a Dios. Para esto, debemos confesarle nuestros pecados y dejar de
pecar. Si nuestro deseo de agradar a Dios es sincero, este proceso durará toda
la vida.
Pedir a Dios la actitud de arrepentimiento
Ninguno
de nosotros puede entender la importancia del arrepentimiento por sí mismo;
nuestra mente carnal se resiste a arrepentirse. Sólo Dios puede darnos la
actitud de verdadero arrepentimiento y ayudarnos a comprender lo importante que
es arrepentirnos. Es por esto que en Romanos 2:4 el apóstol Pablo escribe: “¿O
menosprecias las riquezas de su benignidad…ignorando que su benignidad te guía
al arrepentimiento?”.
Con
la ayuda de Dios, debemos llegar a reconocer que nuestros pensamientos y
caminos son inaceptables para Él y que necesitamos hacer un cambio. Es
interesante notar que Pablo instruye a Timoteo “que con mansedumbre corrija a
los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para
conocer la verdad” (2 Timoteo 2:25).
Dios
también nos provee con la determinación y la fuerza necesarias para enfrentar
nuestros pecados y vencerlos. Nuestra determinación humana no es suficiente
para triunfar en esta batalla espiritual; Dios debe estar involucrado en este
proceso sin importar cuánto tiempo nos tome vencer el pecado. Es Él quien nos
da la fortaleza tanto para “el querer como el hacer, por su buena voluntad”
(Filipenses 2:13).
El arrepentimiento es para con Dios
En
1 Juan 3:4 leemos: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues
el pecado es infracción de la ley”. Arrepentirse es dejar atrás toda acción o
pensamiento que infrinja la ley—lo cual es pecado—y comenzar a pensar y vivir
según la voluntad de Dios, que son sus mandamientos. El arrepentimiento es
mucho más que sentirnos culpables por nuestros pecados; debe ser un
“arrepentimiento para con Dios” (Hechos 20:21), quien nos ha entregado sus
leyes. Cada vez que pecamos estamos infringiendo la ley
“santa…justa…buena…espiritual” de Dios (Romanos 7:12, 14, 16) y, por lo tanto, arrepentirnos
es el proceso de corregir nuestra conducta para que esté de acuerdo con esta
ley.
Cuando
el rey David se dejó llevar por su mente carnal, no justificó sus pecados; en
cambio, cuando fue confrontado reconoció inmediatamente que había pecado “contra
el Eterno” y que lo había ofendido profundamente (2 Samuel 12:13; Salmos 51:4).
David comprendía lo que Isaías escribió tiempo después en Isaías 59:2:
“vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y
vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”. Era
consciente de la gravedad de sus pecados y temía destruir su relación con Dios,
por lo que se arrepintió amargamente “para con” Él.
Tener fe en Jesucristo
Además
de predicar sobre el “arrepentimiento para con Dios”, el apóstol Pablo enseñó
acerca de la “fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). Cuando nos
arrepentimos y confesamos nuestros pecados a Dios, Él nos perdona gracias a lo
que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por nosotros.
Jesucristo
es nuestro Salvador. Su muerte pagó la pena que merecíamos por nuestros
pecados; como leemos en Romanos 5:8, “Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Nuestra
fe hacia Él y lo que ha hecho por nosotros, debe continuar toda nuestra vida.
Cada vez que pecamos debemos pedir a Dios perdón, el cual es posible sólo a
través del sacrificio de Jesucristo. Cada vez que nos arrepentimos debemos
tener fé en que el sacrificio de Cristo se va a aplicar a nosotros.
Además,
Cristo también cumple el rol de Sumo Sacerdote y está a la diestra de Dios en
el cielo: “por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos,
Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (Hebreos 4:14). Esto
implica que, además de ser nuestro Salvador, Jesucristo es el intermediario
entre Dios y la humanidad.
Nuestros
pecados son perdonados por la muerte de Cristo y así somos reconciliados con
Dios. Nuestra fe en Jesucristo debe ser constante, pues es Él quien nos guía
hacia la salvación. Como dice Romanos 5:10, “seremos salvos por su vida”.
El arrepentimiento debe ser una actitud permanente
Nuestra
naturaleza humana tiende a dejarse guiar por los deseos carnales y siempre lo
hará; tendremos que luchar contra esos impulsos por el resto de nuestra vida.
Algunas veces lograremos vencerlos y otras no, pero, siempre y cuando Dios vea
que deseamos dejar de pecar sinceramente, que odiamos el pecado y que luchamos
por obedecer sus leyes, ¡Él tendrá misericordia de nosotros!
“Porque
como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre
los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se
compadece el Eterno de los que le temen” (Salmos 103:11-13). Dios entiende que
somos humanos y está presto a perdonarnos cuando nos arrepentimos genuinamente.
En
1 Juan 1:7-9, el apóstol Juan explica cómo debemos arrepentirnos y cuál será la
respuesta misericordiosa de Dios ante nuestro arrepentimiento: “la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado…Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”
(consulte también Salmos 51:2, 7).
Fuente: Vida, Esperanza y Verdad
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