La libertad del perdón – Parte 1

 

Pocas frases en el idioma español traen consigo una sensación de alivio y restauración de la alegría como estas dos pequeñas palabras: Te perdono.  Seamos nosotros quienes extendamos el perdón o quien lo recibimos, una ‘especial alegría’ es el resultado de la libertad que experimentamos, pues hemos sido libertados de una prisión: “la falta de perdón”. Cuando somos libres podemos encontrar también la reconciliación.

Los expertos nos dicen que la gran mayoría de las personas hoy en día luchan con sentimientos de culpa. Es a menudo por situaciones que no fueron su responsabilidad; pero no buscan el perdón de aquellos que resultaron perjudicados. Otras personas se pasan la vida consumidos por el dolor y la ira, habiendo sido perjudicados por alguien; pero incapaces de extender ese perdón que les traería a la libertad. 

De cualquier manera la Biblia deja bien claro que la falta de perdón es una herramienta que el enemigo utiliza para destruir nuestra fe y poder arruinar nuestras vidas; al estársele permitiendo robarnos la alegría y llenarnos de dolor y de odio.

Los psicólogos hoy en día definen el perdón como: “una decisión consciente y deliberada, que liberará sentimientos de rencor, de resentimiento y aún más, de venganza, hacia una persona o grupo de personas que te han lastimado. Esta decisión es tomada independientemente de si aquellos lo merecen o no”.

Nuestro mundo moderno está plagado de odio y creciente violencia; y es así quizá por la falta de perdón. Pero las acciones de perdonar a otros y de perdonarnos a nosotros mismos, nos dicen estos expertos, implican complejos procesos psicológicos que afectan tanto física como mentalmente a nuestro ser; y podemos llevarnos años en implementarlos a nuestro favor … si es que lo llegamos a hacer. Los expertos pintan una imagen bastante sombría, con pocas esperanzas de libertad para quienes están esclavizados por esos sentimientos; que no pueden o no quieren rendir.

Un ciclo de odio

El escritor del libro de Efesios nos describe una imagen de lucha de ¡vida o muerte! utilizando un lenguaje fuerte, y lo hace para que podamos rendir nuestro dolor ante el Señor, en lugar de permitir que el enemigo nos mantenga atrapados en ese dolor. Comprendamos con profunda claridad el significado griego de sus palabras en Efesios 4:31:

·         “Sea quitada de ustedes (quita, levanta de ti como cuando un barco eleva su ancla),

·         toda amargura (maldad, odio, amarga rudeza),

·         enojo (mal genio, venganza),

·         ira (ferocidad, indignación),

·         gritos (clamor, tumulto),

·         insultos (hablar mal, chismes),

·         así como toda malicia (depravación, maldad, odio)”.

Comprendamos mejor su consejo en el versículo 32:

·         Sean más bien amables unos con otros (agradable en lugar de amargo o duro),

·         misericordiosos (compasivos) … ”.

Dándonos la clave para nuestra libertad:

·         ´´… perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo …´´ (énfasis agregado).

Cuán afortunados somos de que nuestro Dios, no nos deje a Sus hijos ahogándonos sin remedio en ese pantano de dolor y de amargura. Él ha provisto las llaves que abrirán las puertas de esa prisión, y las encontramos en la Biblia:  Verdades bíblicas que nos permiten perdonar a los demás y perdonarnos a nosotros mismos; y caminar en la victoria y libertad que Él pretende para nosotros Sus hijos.

Una vida como ninguna otra

Algunos consideran la historia de José simplemente como alguien que al final perdonó a sus hermanos. Pero, ¿porqué no damos una examinada a profundidad al mensaje que Dios tiene para nosotros? Puede perderse fácilmente la verdadera comprensión de su vida, sus experiencias y el trato que recibió de quienes lo rodeaban. Pasemos un tiempo examinando esta vida y buscando esas verdades que nos ayudarán a vivir libres por el perdón.

La vida de José fue una vida llena de intriga, aventura, engaño y odio; además de haber experimentado la liberación, la justicia, la misericordia y la prosperidad. Sin embargo, esa vida no se puede entender realmente sin retroceder en su historia y entrar en la búsqueda de una esposa, que vivió su padre Jacob. En el antiguo Medio Oriente, era común que los padres buscaran cónyuges para sus hijos entre la familia existente. Por lo tanto, cuando Jacob era joven viajó a Padán Aram; lugar de nacimiento de su madre Rebeca y donde aún vivía la familia de ella.

Jacob vio a su prima Raquel y se enamoró de inmediato de ella, y fue mejor cuando supo que era su prima. El padre de ella, Labán, le dijo que tendría que trabajar con sus rebaños durante siete años para ganarse el privilegio de casarse con ella.  Las Escrituras nos dicen que la amaba tanto que los siete años le parecieron «unos pocos días» (Gn 29:20), y Jacob vivía anticipando el día de su boda.  Sin embargo en su noche de bodas, las dos hijas de Labán fueron vestidas con velo y fueron cambiadas. Para sorpresa de Jacob, terminó casándose con Lea, la hermana mayor de Raquel. Jacob por supuesto estaba indignado, pero Labán le explicó que la costumbre exigía que la hija mayor se casara primero. Pero esta justificación cultural no limitaría en Jacob el deseo de casarse también con la prima que él amaba: Raquel; aunque fuese en segundo término. Jacob tuvo que volver a trabajar otros siete años adicionales y hacer a Raquel su esposa, además de a Lea.

Raquel, durante la mayor parte de su vida de casados, fue estéril. Lloró y clamó a Dios por un hijo, mientras que Jacob engendraba hijos con su primer esposa, Lea, y también con las siervas de ambas esposas. 

Finalmente la Biblia nos dice que Dios escuchó los gritos de Raquel y abrió su matriz. Por fin ella le daba a Jacob un hijo. Su primogénito, José, fue el deleite de la vida de Jacob, la respuesta a sus muchas oraciones y la preciada descendencia de su amada esposa. Para su deleite Raquel volvió a quedar embarazada milagrosamente y su segundo hijo Benjamín nació unos años más tarde. Trágicamente ella murió en el parto, lo que sirvió solo para hacer que José fuera aún más preciado a la vista de Jacob.

Los diez hermanos mayores de José siempre jugarían un papel de subordinados a los hijos de Raquel, pero José, el primogénito de la única mujer que Jacob realmente amaba, sería siempre el primero en la vida de Jacob.

Una historia de celos

Como cualquier madre sabe, nada genera más problemas entre los niños tan rápido, como los celos provocados por cualquier indicio de favoritismo: “¿Cómo es que él pudo …?” “¿Por qué a ella le permitiste …?” “A  no me dejarías hacer …”. Enseñar a los niños a regocijarse en los logros de sus hermanos y las recompensas que recibirán, a veces puede ser difícil. Y ciertamente eso fue para Jacob y sus 12 hijos. Y lo que complicaba el hecho era que sus otros hijos sabían que Jacob realmente amaba más a José. Pero ese favoritismo no era nuevo ni inusual para Jacob. El creció en una familia que estaba constantemente en crisis y dividida por el favoritismo de sus padres. Su padre Isaac prefería abiertamente a su hermano Esaú sobre él, mientras que su madre Rebeca favorecía a Jacob sobre su hermano Esaú.

Jacob solo empeoró la situación cuando le regaló a su hijo favorito lo que se conoció como ´´el manto de muchos colores´´. En realidad era una capa de suave lana que llegaba al piso; tenía mangas largas y estaba decorada con bordados vibrantes; a diferencia de las prendas incoloras, sin mangas y de tejido áspero que usan todos los demás. En esa antigua cultura del desierto, tales prendas extravagantes estaban reservadas para el uso exclusivo de los jefes tribales.  Claramente, Jacob estaba haciendo más que bendecir a su hijo con una bonita chaqueta. Estaba haciendo una declaración al resto de sus hijos y a las tribus circundantes. José sería su heredero; el jefe del clan, a pesar de que era sabido en aquella cultura que la herencia debería ir por costumbre al hijo primogénito.

Parecía que José era casi un socio de su padre Jacob, en la gestión de los otros 11, espiando sus actividades e informando a Jacob sobre su comportamiento.  Tal favoritismo podría haber hecho sentir muy bien a Jacob, manteniendo a su precioso hijo cerca de él; haciéndolo un constante recordatorio de su esposa favorita. Pero solo engendró un creciente odio en los demás por José.

La gran venta

El final de la vida en familia para José en la tierra de Israel comenzó bastante inocentemente. Como era su costumbre, Jacob envió a José a espiar a sus hermanos. Esta vez sin embargo, era una larga travesía caminando, desde su hogar en Hebrón hasta Dotán; eran aproximadamente 80 km (50 millas) además de ser terreno peligroso y montañoso, donde José se encontraría con sus hermanos y los rebaños de su padre Jacob. Para sus hermanos, la situación era demasiado buena como para dejarla ir. La tentación era demasiado fuerte.  Por fin podrían deshacerse de este miserable soñador; la ruina de su existencia; y ya nadie sería el más sabio. ¡Qué fácil sería convencer a su padre de que una bestia salvaje lo había devorado en el peligroso viaje a través de las montañas! <<Vamos a matarlo>>, dijeron, <<y tirémoslo a algún pozo, en alguna parte>>.

Génesis 37:25 revela la profundidad del odio que los hermanos de José sentían por él. Se revela claramente en su acción despiadada que los perseguiría por los años venideros. José desnudo, casi magullado y aterrorizado, les pidió a gritos piedad; rogándoles que lo sacaran del pozo y le permitieran regresar a casa.  Ignorando el dolor y el terror de José, se sentaron cruelmente a comer. Años más tarde ante el líder de Egipto, confundidos y aterrorizados, pues aquel pecado fue lo primero que vino a sus pensamientos. “Entonces se dijeron el uno al otro: <<Verdaderamente somos culpables en cuanto a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos, por eso ha venido sobre nosotros esta angustia>>” (Gn 42:21).

Vemos claramente que estos hombres habían vivido durante años con la carga de su culpa; sin saber lo que le había sucedido a José; sin saber lo que había sido el resultado final de sus acciones; además de no haber ayudado a su padre a asimilar el impacto que sus acciones. Durante años vivieron una mentira y vieron cómo ésta, destruía la vida de Jacob. ¿Cómo podría alguien perdonarlos?

Sin embargo José sí lo hizo. Cuando estuvo satisfecho y convencido de que estaban realmente arrepentidos, abrió su corazón y su vida a sus hermanos.  Les aseguró que reconocía la mano de Dios en todo lo que había sucedido.  Que había sido Dios quien lo había posicionado para ser un canal de salvación para su familia y para las generaciones por venir, del pueblo de Dios. Es difícil imaginar la sensación de alivio, gratitud y libertad, que experimentaron cuando descubrieron que José realmente los había perdonado. ¿Realmente lo habrán experimentado?

Creo que fue su incapacidad de perdonarse a sí mismos por lo que habían hecho, lo que les hizo dudar del perdón de José. Estaban llenos de miedo ante la idea de que su padre muriera al saber que José estaba vivo; o de que los odiara así como lo habían odiado ellos; o que se vengaría de ellos por su pecado. Quizás sus corazones fueron libres finalmente cuando José solo habló palabras de amor y confirmándoselos.

¡Cuán a menudo somos culpables de esa misma incredulidad! Sabemos que nada está oculto a los ojos de Dios. Que Él ha visto la oscuridad de nuestro pecado y ha mantenido nuestras lágrimas de arrepentimiento tiernamente en una botella (Sal 56:8). Sabemos que nos ama apasionadamente y que nada, literalmente nada, puede separarnos de Su amor (Ro 8:1). Sabemos que es implacable en Su ternura hacia la humanidad y que ofrece Su perdón a todos los que se acercan a Él, con un corazón arrepentido (Is 55:7).

Sin embargo, de alguna manera nosotros nos negamos a abandonar la culpa que sentimos, permitiendo que el enemigo nos convenza de que no somos dignos de perdón. Caminamos avergonzados, a veces incluso nos detestamos a nosotros mismos porque, como los hermanos de José, dudamos de Su perdón.  Podemos decir junto con el rey David: ´´…A causa de la voz del enemigo … terror y temblor me invaden…´´ (Sal. 55:3-5). Pero la simple verdad es, un amor tan compasivo e infinito está al alcance; pero  estamos tan presionados como humanos para comprender esta realidad. Si tan solo silenciásemos la voz del enemigo y escuchásemos la voz de Aquel que perdona:

“ …El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida,
El que te corona de bondad y compasión; El que colma de bienes tus años
… Compasivo y clemente es el Señor, lento para la ira y grande en misericordia … No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades. Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande Su misericordia para los que le temen. Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones” 
(Sal 103:3-5, 8, 10-12).

Esta es la primera de una serie de dos partes, que explora el poder del perdón que nos libera del dolor, la ira y el odio para vivir una vida de alegría y paz.

por: Cheryl L. Hauer, Vicepresidenta

Traducido y adaptado por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz

Revisado por Robin Orack – Voluntaria en Puentes para la Paz

Bibliografía

Vine, W.E., Unger, Merrill F., and White, William Jr., eds. Vine’s Expository Dictionary of Biblical Words. Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1985.

“What Is Forgiveness?” Greater Good

Magazine. https://greatergood.berkeley.edu/topic/forgiveness/definition

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