Un Encuentro Que Cambia la Vida como Ningún Otro



Uno de los puntos de inflexión en mi vida espiritual fue haber asistido a una clase de escuela dominical para adultos en una iglesia a pocas cuadras de donde vivía con mi esposa Donna, en Charleston, Virginia Occidental. Un hombre llamado C.W. Lee estaba impatiendo la clase. No era un clérigo, sino un técnico de laboratorio de la Union Carbide. Estaba muy impresionado con su enseñanza e hice una cita para hablar con él antes de la clase el siguiente domingo.

En ese momento, Donna y yo estábamos experimentando algunas dificultades en nuestro matrimonio, y Lee y su esposa Ruth, acordaron reunirse con nosotros. Cuando todos intercambiamos saludos, tanto Donna como yo teníamos claro que esta pareja era diferente a cualquiera que hubiéramos conocido. Era obvio que Jesucristo era el centro de su vida.

En tan sólo unos instantes, Lee ya tenía su Biblia abierta y explicaba lo que significaba conocer a Dios personalmente y recibir a Jesucristo como Salvador y Señor. Primero nos leyó Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» [RVR]. Había escuchado esas palabras muchas veces antes, pero de alguna manera en esta noche llegaron hasta el fondo de mi corazón como nunca antes; comprendí que Dios, mi Creador, el gobernante de este universo, realmente me amaba personalmente, lo suficiente como para enviar a Su Hijo Jesucristo a nacer en esta tierra, a fin de salvarme.

Pude ver en la cara de Donna que ella estaba respondiendo a este mensaje tan intensamente como yo. Luego, Lee nos llevó a través de una serie de versículos del libro de Romanos del Nuevo Testamento. Cuando terminó, no necesitaba explicar que ahora era nuestro turno. Donna y yo oramos en voz alta, pidiendo perdón por nuestras fallas y pidiéndole a Jesús que entrara a nuestros corazones. Lee y Ruth pasaron tiempo explicándonos lo que significaba vivir nuestras vidas siguiendo a Jesucristo. No sabíamos entonces por completo la importancia de lo que nos había sucedido, pero ambos comprendíamos que este era el evento más importante en nuestras vidas.

Después de llevarnos a Donna y a mí a Cristo, Lee y Ruth no solamente no se alejaron, sino que se dedicaron a ayudarnos a crecer como cristianos. Esto es aún más significativo porque éramos completamente desconocidos para ellos antes de esa noche, y ambos estaban muy ocupados. No sé cómo encontraron el tiempo para hacer todo lo que hicieron, y mucho menos para convertirse en nuestros mentores espirituales. Se aseguraron de que nos integráramos en una buena iglesia que enseñaba la Biblia, pero su principal «programa de mentoría» consistía en llevarnos con ellos a donde fueran.

A través de Lee, me involucré en CBMC y comencé a reunirme con otros hombres cristianos temerosos de Dios que tuvieron un gran impacto en mi vida y crecimiento en varias maneras. Lee y Ruth siguieron siendo nuestros amigos más cercanos y mentores espirituales hasta que nos mudamos de Virginia Occidental. Incluso después, hablábamos con frecuencia por teléfono. Cuando él pasó a la presencia de Dios a la edad de 92 años, había impactado miles de vidas a través de su ejemplo y de su testimonio fiel.

Lee siempre le decía a la gente que cuando muriera, no quería dejar nada atrás. Quería dar todo lo que tenía a la obra del Señor. Así es como lo recuerdo. Así es como quiero que la gente se acuerde de mí.

Por Ray Kerwood - MANÁ DEL LUNES es una edición semanal de CBMC INTERNATIONAL

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