Reparadores de la Brecha



“Luchen por sus hermanos, sus hijos, sus hijas, sus mujeres y sus casas.” ¿No suena eso como a un grito de concentración en una escena teatral de batalla? Uno puede visualizar a un general subiendo y bajando por las líneas de jinetes, con su espada desenvainada, pidiendo a cada hombre que se ponga hombro con hombro en defensa de lo que más ama. Sin embargo, en realidad, esas palabras inspiradoras fueron pronunciadas hace miles de años por Nehemías, alentando a la gente para que reconstruya la arruinada ciudad de Jerusalén y se mantenga firmes ante lo que parecían obstáculos insuperables (Neh. 4:14).
En 444 a.C., Nehemías, el copero del rey Artajerjes de Persia, se enteró de que el remanente de los judíos en Judá estaba angustiado y que los muros de Jerusalén estaban derribados. Le pidió permiso al rey para regresar y reconstruir la ciudad. Se le concedió el permiso y, una vez en Jerusalén, desafió la oposición por parte de todos los enemigos de Judá en derredor y reconstruyó las murallas en 52 días.
Desde el primer día, Nehemías trató el muro como su prioridad. Sin esa sólida defensa, la comunidad que vivía en el interior de la ciudad estaba vulnerable y expuesta. Tan pronto como comenzó la obra, los enemigos de Judá se levantaron en señal de protesta. Mientras los judíos dentro de Jerusalén todavía tenían que caminar sobre los escombros, los enemigos no estaban muy preocupados. Pero una vez que la gente se unió bajo una causa en común e hizo el esfuerzo por reconstruir su herencia, dicha fortaleza representó una amenaza para las naciones circundantes.
Echemos un vistazo a lo que el libro de Nehemías, y la asombrosa historia de reconstrucción de las antiguas ruinas, puede enseñarnos hoy día respecto a la importancia de que tengamos fuertes muros espirituales, una sólida defensa contra el enemigo, y lo que significa pararnos en la brecha por aquellos a quienes amamos.
Cuando los Muros Yacen en Ruinas 
En el primer capítulo del libro que lleva su nombre, Nehemías se acercó solo a las puertas de Jerusalén y encontró el área en ruinas. Asombrado, regresó a la gente y les dijo: “Ustedes ven la mala situación en que estamos, que Jerusalén está desolada y sus puertas quemadas a fuego. Vengan, reedifiquemos la muralla de Jerusalén para que no seamos más motivo de burla” (Neh. 2:17). Luego animó a la gente, hablándoles sobre la fidelidad de Dios y del favor que el rey Artajerjes le había mostrado, una prueba más de que la mano de Dios estaba con ellos.
Ese llamado al pueblo de pararse en la brecha y reconstruir el muro se repite en un contexto diferente en Ezequiel, cuando Dios le ruega a alguien no-específico que se levante e interceda por el pecaminoso Israel para que Dios no lo destruyese. “Busqué entre ellos alguien que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de Mí a favor de la tierra, para que Yo no la destruyera, pero no lo hallé” (Ezeq. 22:30). En ese verso, el Señor describe el profundo pecado en el que había caído Israel, diciendo: “Las [naciones] que están cerca de ti y las que están lejos se burlarán de ti, ciudad de mala fama, llena de confusión” (v. 5). “Y por ti misma quedarás profanada a la vista de las naciones…” (v. 16); “…entre lo sagrado y lo profano no han hecho diferencia…” (v. 26). Ese es el equivalente espiritual de la destrucción física que enfrentaban Nehemías y el pueblo de Judá, mientras luchaban por reconstruir a Jerusalén. La gente se burlaba de ellos y, ante los ojos de las naciones, eran como nada. La ciudad había perdido la apariencia de “santidad” que una vez poseía y ya no era más que un montón de escombros. 
En Ezequiel 22, Dios llama a alguien a levantarse y reconstruir lo que se había vuelto moral y espiritualmente desolado. Nadie responde a la llamada. Eso contrasta fuertemente con la historia de Nehemías, cuando este pidió ayuda y se encontró con una respuesta positiva de inmediato: “Entonces dijeron: ‘Levantémonos y edifiquemos.’ Y esforzaron sus manos en la buena obra” (Neh. 2:18b). Pero según sucede tan a menudo, cuando respondemos al llamado de trabajar en la obra de Dios, somos inmediatamente confrontados por el enemigo. Por todos lados, los trabajadores se encontraban rodeados de ejércitos y gobernantes que amenazaban no sólo el trabajo, sino también sus propias vidas.
Los Que se Oponían a la Obra
Muchos países se opusieron a Nehemías y al pueblo de Judá cuando comenzaron a reconstruir el muro. Del norte llegó Sanbalat el horonita, el gobernador de Samaria. Luego llegaron Tobías el amonita y Gesem el árabe. 
El pastor y teólogo Wilfredo De Jesús habla en su artículo In the Gap: What Happens when God’s People Stand Strong [En la Brecha: Qué Sucede cuando el Pueblo de Dios se Mantiene Firme] sobre el simbolismo que cada uno de esos enemigos representan: la rendición, las divisiones y las tormentas. Él dice que Sanbalat, cuyo nombre literalmente se traduce como “hagamos que el pecado cobre vida,” representa nuestra rendición ante las presiones. Dijo: “Los samaritanos doblegaron sus vidas, sus normas y su fe para acomodarse a los paganos entre ellos. Pudo haber comenzado gradualmente, pero después de unos años, los judíos allí perdieron su distintiva fe y cultura.” Continúa diciendo que Tobías, el amonita pagano, representa la división. Ese enemigo trató de dividir sus corazones, así como dividir la comunidad. Y Gesem, cuyo nombre significa “tormentas” o “lluvia,” representa las tormentas emocionales, como adicción, abuso, abandono, pobreza, depresión o vergüenza, que destruyen a individuos, familias y comunidades. Añade De Jesús: “Para Nehemías y nosotros, un muro terminado a medias no es suficiente protección. Necesitamos terminar la obra, sin importar lo que requiera.”
En el libro de Nehemías, los enemigos de Jerusalén vinieron contra la gente, atacando el ánimo de los constructores, acusándolos de tener motivos equivocados y mostrando un obvio desprecio por su esfuerzo. Sanbalat dijo: “¿Qué hacen estos débiles Judíos? ¿La restaurarán para sí mismos? ¿Podrán ofrecer sacrificios? ¿Terminarán en un día? ¿Harán revivir las piedras de los escombros polvorientos, aun las quemadas?” (Neh. 4: 2). Se burló de sus esfuerzos, plantando la semilla de duda de que su trabajo era en vano, de que sería mejor abandonarlo todo en vez de continuar. Eso refleja la rendición que describe De Jesús. Sanbalat usó la insinuación extrema: “¿Lo completarán en un día?” para desalentar a la gente de continuar la imposible hazaña que se proponía. Sería mejor rendirse, ¿verdad? 
Entonces Tobías el amonita se acercó a Sanbalat y le dijo: “Aun lo que están edificando, si un zorro saltara sobre ello, derribaría su muralla de piedra” (Neh. 4: 3). Él y los demás, enfadados con la idea de que se restaurase el muro y se cerrasen los huecos, conspiraron para atacar a Jerusalén y “causar disturbio en ella”(v. 8).
Eso sucede también hoy día. Cuando intentamos reconstruir los escombros en nuestro camino personal de fe, en nuestra familia y en nuestra comunidad, vemos que pronto se acerca la oposición. En Puentes para la Paz hablamos sobre la reconstrucción de puentes derrumbados entre cristianos y judíos. Eso también invita la oposición desde todos lados. Conviene que reconozcamos las estratagemas comunes del enemigo que amenazan con distraernos o desanimarnos en la batalla, como la rendición, la división y las tormentas emocionales. Mientras más nos mantengamos dedicados a la reconstrucción, más sólidos se volverán los muros que nos defiendan del enemigo.
La Espada y el Palustre 
Entonces, ¿qué hizo Nehemías cuando el enemigo los atacó por todos lados? Reconoció los planes del enemigo, oró contra ellos y continuó trabajando. Al principio, esa táctica funcionó, y los constructores completaron la mitad del muro (Neh. 4: 6). Luego los enemigos se acercaron nuevamente con amenazas y conspiraciones, planeando atacar y matar a los trabajadores. Aun así, Nehemías no se inmutó. “Entonces aposté [puse] hombres en las partes más bajas del lugar, detrás de la muralla y en los sitios descubiertos; aposté  [puse] al pueblo por familias con sus espadas, sus lanzas y sus arcos. Cuando vi su temor, me levanté y dije a los nobles, a los oficiales y al resto del pueblo: ‘No les tengan miedo. Acuérdense del Señor, que es grande y temible, y luchen por sus hermanos, sus hijos, sus hijas, sus mujeres y sus casas’” (Neh. 4: 13-14). Y eso no fue todo. Nehemías puso a la gente a trabajar, pero esta vez con espadas atadas a sus costados.
Hay algunas cosas realmente asombrosas en la respuesta de Nehemías. Primero, nombró a las personas para que se parasen en la brecha según su grupo familiar, reconociendo el poder y la motivación que la unidad familiar podía aunar en defensa del muro. Podemos recordar eso cuando enfrentamos situaciones retadoras, tanto dentro como fuera de la familia. Para usar el viejo cliché, ‘hay más fuerza en la unidad.’ Nehemías también armó a las familias con espadas y lanzas, y luego les dijo: “Acuérdense del Señor” y luchen por lo que más aman. Unos pocos versos después, leemos que él también dividió a cada grupo en dos, una mitad que continuaba la obra mientras la otra permanecía armada y lista. Incluso los albañiles “…llevaban la carga en una mano trabajando en la obra, y en la otra empuñaban un arma. Cada uno de los que reedificaban tenía ceñida al lado su espada mientras edificaba” (Neh. 4: 17-18).
Aquí vemos que pararse en la brecha significa llevar una espada en una mano y un palustre de albañil en la otra. Mientras estaban alertos al peligro en su derredor y se encontraban listos para cualquier eventualidad, tampoco permitían que algo les distrajese de su propósito. El rabino Naphtali Weisz y Josh Even-Chen comentan en la Biblia de Israel que algo semejante todavía ocurre en Israel: “En las ceremonias de juramentación para el ejército israelí, cada soldado recibe un arma para sostener en una mano y una Biblia hebrea para sostener en la otra.” Así se expresa el llamado de realizar una defensa física al “hacer la obra” y también de continuar siendo luz a las naciones, obedientes al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
El Poder de la Intercesión 
Frecuentemente tenemos la oportunidad de pararnos en la brecha a favor de nuestros amigos y nuestra comunidad para interceder por ellos. Un ejemplo bíblico conmemorado en los Salmos es cuando Moisés oró a favor de los israelitas después del incidente con el becerro de oro: “Él dijo que los hubiera destruido, de no haberse puesto Moisés, Su escogido, en la brecha delante de Él, a fin de apartar Su furor para que no los destruyera” (Sal. 106: 23). En las Escrituras de los Apóstoles (NT), leemos acerca de otro valiente intercesor: “Epafras, que es uno de ustedes, siervo de Jesucristo, les envía saludos, siempre esforzándose intensamente a favor de ustedes en sus oraciones, para que estén firmes, perfectos y completamente seguros en toda la voluntad de Dios” (Col. 4:12). Mire las palabras usadas para describir las oraciones de Moisés y Epafras. Este no es un rito semanal a ser cumplido en una banca de iglesia. Es una labor apasionada en la brecha para el beneficio de otro. Esta intercesión le cuesta energía e intención al guerrero de oración y, por ende, obtiene resultados.
La revista por internet The Word Among Us [La Palabra Entre Nosotros] lo expresa muy bien en su artículo Standing in the Gap [Parados en la Brecha]: “Ofrecemos orar por alguien, pero la mayoría de las veces se nos olvida orar. Nuestra promesa es como una forma educada de desearle el bien a alguien.” Pero lo que vemos descrito en el anterior verso es muy diferente al desganado “buen deseo” del creyente apático. El intercesor indiferente es como un guerrero totalmente equiparado con espada en mano para enfrentar una fuerte batalla, pero usa la espada como un bastón. En contraste, la intercesión que vemos modelada en ambos versos anteriores toma muy en serio el ministerio y toma muy en serio a Dios. Tenemos la misma exhortación de “orar sin cesar” (1 Tes. 5:17) hoy día como en tiempos de Isaías, cuando Dios dijo: “Los tuyos reedificarán las ruinas antiguas. Tú levantarás los cimientos de generaciones pasadas, y te llamarán reparador de brechas, restaurador de calles donde habitar” (Isa. 58:12).
Un Ejemplo Santo 
Mientras meditamos sobre cómo responder al llamado de Dios de pararnos en la brecha y reconstruir las antiguas ruinas, debemos mirar el ejemplo que Jesús nos dejó. El libro de Hebreos describe el papel de Jesús como sacerdote: “Pero Jesús conserva Su sacerdocio inmutable, puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos”(Heb. 7: 24-25). Un ejemplo práctico de eso aparece en los Evangelios, cuando Jesús predijo la negación de Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos” (Luc. 22: 31-32). Ese tiene que ser uno de los versículos más aterradores en la Biblia, la idea de que Satanás se pueda parar frente a Dios para pedir que le entregue a Pedro, como una vez pidió que le entregara a Job. No me gustaría estar en los zapatos de Pedro. Pero el versículo que sigue inmediatamente está lleno de esperanza. ¡Qué privilegio tan grande es que Jesús mismo interceda a nuestro favor para que nuestra fe no falle! Pedro todavía negó a Jesús, pero luego su fe se convirtió en la roca sobre la cual fue edificada la iglesia.
También leemos: “De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Y Aquél que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque El intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Rom. 8: 26-27). ¿Cómo podemos imitar ese santo ejemplo cuando oramos por otras personas? A menudo, cuando personas atraviesan tiempos de prueba y oscuridad, se les hace difícil orar. Pudiera ser nuestro mayor privilegio el sentarnos con ellos en esos momentos tan oscuros, tomar el manto de oración y orar al Padre por su bienestar.
Determinación de Obrar 
Dios todavía nos llama a reconstruir las “ruinas antiguas.” Como dijimos antes, esas ruinas pudieran ser una cantidad de cosas: relaciones rotas, vidas débiles en oración o familias que hayan caído en la desesperación. Pero nada está fuera del alcance de Dios, y nos ha dado una herramienta única, la intercesión, que es tanto defensiva contra los dardos del enemigo como ofensiva en la reconstrucción de ruinas. Podemos aprender del ejemplo de Nehemías cuando enfrentamos oposición a la obra, ya se trate de personas que piensan que el quebranto ha sido “demasiado,” o que enfrentemos las artimañas del enemigo cuando arroja piedras en nuestro camino. El propio Nehemías recurría primero a la oración y la intercesión frente a la oposición (Neh. 4:4, 9), “porque todos ellos querían atemorizarnos, pensando: ‘Ellos se desanimarán con la obra y no será hecha.’ Pero ahora, oh Dios, fortalece mis manos” (Neh. 6: 9). Nehemías reconocía los planes del enemigo e inmediatamente oraba por fortaleza. Mi oración es que nosotros también tengamos la determinación de obrar y que avancemos en la tarea con la misma oración de Nehemías en nuestros corazones: “Señor fortalece nuestras manos.”

por: Abigail Gilbert, Escritora Puentes para la Paz
Traducido por Teri S. Riddering,
Coordinadora Centro de Recursos Hispanos


Bibliografía
De Jesús, Wilfredo. “In the Gap: What Happens When God’s People Stand Strong.” Enrichment Journal.http://enrichmentjournal.ag.org/201404/201404_036_In_The_Gap.cfm
Guthrie, Donald et al., eds. New Bible Commentary. Leicester: Inter-Varsity Press, 1970.
“Standing in the Gap.” The Word Among Us. https://wau.org/archives/article/standing_in_the_gap/
Turnbull, Ralph G. The Book of Nehemiah. Ann Arbor: Baker Book House Company, 1968.


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