El Profeta Renuente


Cada año en Yom Kipur (Día de Expiación), el pueblo judío lee el libro de Jonás por ser como un estudio sobre el verdadero teshuvá (arrepentimiento). El breve relato de solamente 48 versos enfatiza la importancia de abandonar la maldad y regresar a los caminos de Dios, según ilustrado tanto por medio de Jonás como por medio del pueblo de Nínive.
El libro de Jonás está repleto de lecciones y principios sobre la infructuosidad de desobedecer a Dios, Su disposición en aceptar a la persona arrepentida, Su amor por cada alma sin importar su trasfondo, y Su paciencia y misericordia. Pero otro tema que se destaca a lo largo del libro es la insistencia y convicción personal de Jonás en que Nínive no debería tener la oportunidad de arrepentirse. ¿De dónde surgió esa idea y cuál fue la respuesta de Dios? Ambas preguntas son contestadas en el libro de Jonás.
Conociendo a Nuestro Profeta
Cuando Dios habló a Jonás, hijo de Amitai, Su palabra fue escuchada, según Jonás 1:1. Pero esa no es la primera vez que encontramos a Jonás en las Escrituras. En 2 Reyes leemos que Dios “restableció la frontera de Israel desde la entrada de Hamat hasta el Mar de Arabá, conforme a la palabra que el SEÑOR, Dios de Israel, había hablado por medio de Su siervo el profeta Jonás, hijo de Amitai, que era de Gat Hefer” (2 Reyes 14:25). Un Midrash (comentario judío) dice que Jonás fue reconocido como un verdadero profeta porque su profecía respecto a la restauración de las fronteras de Israel fue cabalmente cumplida “desde la entrada de Hamat hasta el Mar de Arabá” (v. 25). El rey Jeroboam, hijo de Nabat, era malvado ante los ojos de Dios, y leemos que “no se apartó de todos los pecados con que…hizo pecar a Israel”(v. 24). El capítulo 14 sigue describiendo la manera en que Dios salvó a Israel de la destrucción porque vio su aflicción, no habiendo ayuda para ellos. Salvó a su pueblo a pesar del mal que había hecho ese rey impenitente.
Jonás participó en llevar al pueblo la buena noticia de cómo Dios restauraría las fronteras, y vio cómo Dios actuó. Vio la inmerecida compasión divina sobre el pueblo pecaminoso de Israel. Pero cuando Dios llamó a Jonás para ir a la capital asiria de Nínive con un mensaje de arrepentimiento, Jonás desobedeció. Había visto la ilimitada misericordia de Dios de primera mano, y sabía que si llevaba el mensaje del perdón de Dios a los enemigos de Israel en la enorme ciudad de Nínive, posiblemente viese esa misericordia de Dios manifestada nuevamente.
Jonás Salió Huyendo
Cuando el Señor ordenó a Jonás para que fuese a Nínive y proclamase contra ella (Jon. 1:2), decidió huir hacia Tarsis, en dirección contraria a Nínive, en lugar de obedecer una orden en la que no creía. La Escritura dice que huyó “lejos de la presencia del SEÑOR” (Jon. 1:3), prefiriendo crear distancia de Dios en vez de obedecerle. Para comprender esa medida tan drástica por parte de un profeta ya maduro, tendremos que ver quiénes eran los asirios y qué significaría su sobrevivencia para Israel.
Los asirios eran particularmente crueles enemigos de Israel. Según algunos historiadores, surgieron como pueblo territorial en el siglo 14 a.C., y para el siglo 9 a.C. ya habían consolidado su control sobre el norte de Mesopotamia. Pero eso no fue suficiente para dicho reino sanguinolento. Se convirtieron en una amenaza para los pueblos más pequeños hacia el occidente, incluyendo Israel y Judá. Tenemos vastos registros de sus conquistas, tallados en piedra y obeliscos. Muchos describen de manera gráfica las horribles torturas que los asirios inventaron para castigar a las naciones que conquistaban. La crueldad de los asirios sembraba el terror entre todas las naciones de su tiempo.
Muchos eruditos creen que el conocimiento de Jonás sobre la brutalidad asiria pudiese haber sido producto de su propia experiencia, quizás porque conocía de alguien que hubiese muerto durante una de sus incursiones infames, como un miembro familiar. El llamado de Dios pondría a Jonás en una situación peligrosa, y al anunciar a los ninivitas sobre la inminente ira de Dios contra ellos, probablemente crearía la oportunidad para que ese pueblo, al que Jonás tanto odiaba, se arrepintiese y escapase de la destrucción. Encima de esa idea tan tortuosa estaba el insulto de que el propio pueblo de Jonás había rehusado escuchar su mensaje de arrepentimiento. La Rabanit Tziporah Heller lo resume muy bien en su artículo ‘Jonás y la Ballena’: “Su propio pueblo había caído inconteniblemente en un cisma que parecía no tener fondo, pero fue enviado a otros para que fuesen salvos, ¡a los peores enemigos de Israel!”
Como profeta, Jonás también pensaba que el arrepentimiento de Nínive pudiese significar la eventual destrucción de su propio pueblo. Los rabinos Nosson y Slotowitz expresaron en su comentario sobre la antología de los Doce Profetas Menores titulado Trei Asar, Jonás pudiese haber pensado que si los ninivitas se arrepentían, “serían hallados dignos de ser la ‘vara de la ira de Dios’ e instrumento de Dios para entonces castigar a Israel.” Eso intimidaba a Jonás, haciéndolo sentir que quizás pudiese ser portavoz para la inminente destrucción de su propio pueblo. Por lo tanto, Jonás decidió no obedecer la palabra del Señor, sino que huyó de la tierra de Israel, y pronto descubrió que el Dios de Israel no se limita a fronteras humanas.
En el Mar
El libro de Jonás es altamente poético. Podemos ver el uso frecuente de la palabra “levantar” en referencia a una respuesta positiva para obedecer a Dios, y “descender” en referencia a un distanciamiento de Dios. Desde el momento en que Jonás decidió alejarse de la presencia de Dios, el autor enfatiza que Jonás “descendió a Jope” (1:3) y que “había bajado a la bodega del barco” (1:5). Incluso, la palabra hebrea para dormir, yardam (ירדם), se relaciona con la palabra yarad (ירד), que significa “descender,” la misma palabra usada en el verso 3. Por otro lado, los marineros le exhortaron que hiciese todo lo opuesto, diciendo: “¡Levántate, invoca a tu Dios!” (1:6). Irónicamente, cuando los marineros “levantaron” a Jonás y lo lanzaron al mar, eso permitió que los marineros, además de Jonás y los ninivitas, pudiesen ser salvos.
Aunque los marineros eran paganos, sus acciones parecían ser más justas que las del desacreditado siervo de Dios. Clamaron a sus dioses, y cuando supieron que Jonás era hebreo, quien temía “al SEÑOR Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra” (v. 9), se atemorizaron y reconocieron la conexión entre la tormenta y la desobediencia de Jonás. Cuando Jonás les pidió que lo tirasen al mar, al principio no lo quisieron hacer sino que trataron aún de remar a la orilla. Incluso, clamaron a Dios para que su sangre inocente no estuviese sobre sus manos. Pero luego de lanzarlo a las olas embravecidas, no se olvidaron de Quién los había salvado. “Y aquellos hombres temieron en gran manera al SEÑOR; ofrecieron un sacrificio al SEÑOR y le hicieron votos” (Jon. 1:16). Qué bello testimonio de la fidelidad de Dios en medio de ese relato tan difícil. Dios evidenció Su amor hacia esos marineros, quienes no conocían Su nombre, de la misma manera en que quería demostrar Su amor hacia los ninivitas paganos y Su renuente profeta, Jonás.
Cara a Cara con Seol
El Señor “dispuso” un gran paz para que tragara a Jonás una vez que cayese entre las olas (Jon. 1:17). Contrario a lo que quizás usted escuchó en su clase dominical, la idea de que el pez fuese una ballena no tiene sustento. Las palabras dag gadol se traducen estrictamente como un “gran pez,” y esa referencia a la intervención divina podría implicar un pez especial o hasta un monstruo marino escogido para tragar a Jonás. Según Trei Asar, “la identidad de la especie del pez no tiene importancia, y cualquier esfuerzo por identificarlo nos distrae del hilo esencial de nuestra narrativa. Es suficiente mencionar que el verso enfatiza que dicho pez estuvo dispuesto por Dios para actuar como Su agente.”
Estando tres días y tres noches dentro del vientre del pez, Jonás oró a Dios. Su oración es un salmo de adoración y aflicción. Clamó al Señor desde el “seno de Seol” (Jon. 2: 2) y dio gracias a Dios por escuchar su voz, por no dejarlo en las profundidades del mar con las algas alrededor de su cabeza: “…Pero Tú sacaste de la fosa mi vida, oh SEÑOR, Dios mío. Cuando en mí desfallecía mi alma, del SEÑOR me acordé; y mi oración llegó hasta Ti, hasta Tu santo templo” (Jon. 2:6-7). En esos momentos Jonás se arrepintió, reconociendo la misericordia del Señor. Y cuando alzó su voz en gratitud, dijo: “Lo que prometí, pagaré” (Jon. 2:9).
Ese momento fue también representativo del arrepentimiento de Nínive. Jonás reconoció su pecado cuando había desobedecido el mandato de Dios, y también se arrepintió por ello. Todavía le faltaba comprender el corazón de Dios hacia el pueblo de Nínive, pero por lo menos reconoció que su propio camino lo había conducido a la fosa y al nauseabundo vientre del gran pez. Ya estaba dispuesto a obedecer a Dios, y en ese momento de reconocimiento espiritual, el Señor ordenó al pez para que vomitara a Jonás en tierra seca. En Jonás 3:2 nuevamente vemos la orden de Dios para que se levante, y esta vez Jonás obedeció.
Nínive 
Los ninivitas tenían una leyenda sobre un emisario cuasi-divino que saldría del mar, relacionado íntimamente con Dagon, ídolo mitad pez y mitad humano proveniente de Asiria, y también adorado por los filisteos. Geoffrey Bull, en su libro The City and the Sign [La Ciudad y la Señal], notó que, aunque el libro de Jonás nunca hace mención de ese detalle, la llegada de Jonás desde el “vientre de un gran pez” debió haber impresionado a los ninivitas más de lo que uno se imagina. Esa una posibilidad interesante, aunque no totalmente segura. De todos modos, cuando Jonás entró a la enorme ciudad, su único mensaje era condenatorio: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada” (Jon. 3:4). No ofreció la esperanza de salvación. Con la certeza de que sólo les esperaba juicio y muerte, el pueblo de Nínive decidió abandonar su maldad y tornarse a Dios en arrepentimiento. El rabino Baruch escribió en The Sign of Jonah [La Señal de Jonás] que el profeta renuente “revela que el verdadero arrepentimiento no se basa en las promesas de D-os, sino en el hecho de que existe un supremo D-os Santo y Recto, y todas las personas lo deben servir por Quién es y no por lo que ofrece.”
Dado que este libro de Jonás se lee en su totalidad durante el día de Yom Kipur, debemos prestar gran atención a los temas de arrepentimiento. El rey de Nínive declaró un teshuvá (arrepentimiento) general por medio de tres pasos: detener toda actividad, clamar a Dios y volver en dirección contraria. Primero leemos que el rey se levantó de su trono, dejó a un lado su manto y declaró: “Ni hombre ni animales, ni buey ni oveja prueben cosa alguna. No dejen que pasten o beban agua” (Jon. 3:7). Luego les dijo: “…clamen a Dios con fuerza,” (v. 8) y luego: “vuélvase cada uno de su mal camino y de la violencia que hay en sus manos” (v. 8). Ese es un buen modelo aun para nosotros los creyentes, cuando reconocemos nuestros pecados y necesitamos arrepentirnos. El rey dijo al pueblo que dejara de pecar, además de dejar de hacer otros actos naturales de la vida diaria: comer, beber y atender a los animales. Ese ayuno permitió a los habitantes de la ciudad, cegados por su pecado, que vieran la realidad de su condición. Su clamor a Dios fue poderoso porque implicaba que realmente tenían fe y confianza en Dios, y que tenían esperanza de que Dios decidiera no destruirlos. El “volverse de su mal camino” fue quizás el más poderoso paso en su teshuvá. No significa simplemente tornar de hacer algo malo, sino comenzar a hacer algo bueno. No es simplemente dejar de pecar. Lo sustituimos con tornarnos hacia Dios.
Yom Kipur es un tiempo para que el pueblo judío se mueva hacia la voluntad de Dios y la misión por la cual fueron creados: un tiempo santo para arrepentirse de sus pecados y regresar a Dios con amor. El rabino Baruch añade a sus previos comentarios sobre la historia de Jonás y su conexión con Yom Kipur, diciendo: “HaShem busca personas que estén afligidas por sus pecados, que deseen ser perdonados y que entonces sirvan a D-os según Su voluntad para sus vidas.” Como el huir del plan de Dios es activamente escoger una separación de Él, Yom Kipur también es un bello momento para regresar ante Su presencia.
¿Tienes Razón para Enojarte?
En muchas maneras, la historia de Jonás pudo haber terminado al final del capítulo 3, cuando Jonás finalmente obedeció a Dios y la ciudad de Nínive se arrepintió. El último capítulo en el libro de Jonás es como una añadidura, un incómodo comentario luego de un buen trama literario. Sin embargo, pudiese ser el capítulo más importante de todos. Es evidente que, aunque Jonás accedió a cumplir la voluntad de Dios luego de su traumática experiencia en el vientre del gran pez, lo hizo como en respuesta a su sentido de responsabilidad, pero todavía creía que la ciudad de Nínive no merecía el perdón de Dios.
Cuando Nínive se arrepintió, Jonás se quejó sobre la misericordia del Señor, diciendo: “¡Ah SEÑOR! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis. Porque yo sabía que Tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia, y que Te arrepientes del mal anunciado” (Jon. 4:2). Durante esta jornada, Jonás tuvo varios destinos: Tarsis, Seol y Nínive. Pero este capítulo demuestra el destino más importante de todos – el corazón de Dios. La Rabanit Heller escribe en su artículo “Jonás y la Ballena,” diciendo: “Él era un profeta, y el reconocimiento de Dios no era nada nuevo para él. Pero el reconocimiento de las profundidades de la misericordia de Dios sí lo era.” 
La respuesta del Señor ante esa previa emotiva explosión de Jonás fue una simple pregunta: “¿Tienes acaso razón para enojarte?” (Jon. 4:4). Jonás no tenía nada que responder. Sólo se sentó fuera de la ciudad y esperó a ver si el Señor cambiaba de parecer y decidía castigar a Nínive. Pero esa no fue la única vez que Dios le preguntó algo parecido a Jonás. Dios hizo que creciera una enredadera llamada kikayón sobre su cobertizo, lo que proveyó a Jonás la sensación de frescura. Pero al día siguiente, Dios envió un gusano para que la destruyese. Entonces Dios le preguntó nuevamente a Jonás: “¿Tienes acaso razón para enojarte por causa de la planta?” (Jon. 4:9). Esa vez Jonás le respondió con toda vehemencia: “Tengo mucha razón para enojarme hasta la muerte”(v.10).
El libro de Jonás termina con una última palabra de Dios para Jonás. No sabemos lo que contestaría Jonás. No sabemos si aprendió la lección de la enredadera y el gusano. No sabemos si su corazón fue ablandado, pero sí escuchamos el corazón de Dios, que es más importante. El Señor le dijo: “Tú te apiadaste de la planta por la que no trabajaste ni hiciste crecer, que nació en una noche y en una noche pereció, ¿y no he de apiadarme Yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 120,000 personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales?” (Jon. 4:10-11).
Muchos teólogos creen que la referencia a 120,000 personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda se refiere literalmente a niños. Eso significaría que hubo muchos miles de personas más a quienes Dios salvó en Su acto de misericordia. Dios contrasta eso con la planta que Jonás ni siquiera sembró ni cuidó, implicando que el Dios de la tierra y del mar sembró y cuidó a esa gran ciudad. Era obra de Sus manos. Aunque había caído en los caminos de maldad, Dios todavía deseaba restaurarlos.
¡Cuán vasto e imaginable es ese tipo de amor! Fue ese amor y esa paciencia lo que condujeron a Jonás hasta un lugar de obediencia, y lo mismo que nos conduce a nosotros al arrepentimiento. El salmista escribió sobre ese amor en unas expresiones que debiesen ser una final actitud correcta de Jonás:
“Tu misericordia, oh SEÑOR,
se extiende hasta los cielos,
Tu fidelidad, hasta el firmamento.
Tu justicia es como los montes de Dios;
Tus juicios son como profundo abismo.
Tú preservas, oh SEÑOR, al hombre y al animal.
¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres
se refugian a la sombra de Tus alas.”
(Salmo 36:5-7).

En la actualidad, el libro de Jonás nos advierte sobre la infructuosidad de resistir el llamado de Dios a nuestras vidas. Es un manual que nos indica los pasos a tomar en nuestro arrepentimiento cuando pecamos. Pero sobre todo, es una ilustración de la profunda y paciente misericordia de Dios, la que salvó a un reino odiado por las naciones y tiernamente enseñó a Jonás para que mirase a todos los pueblos con Su propia compasión. Esa misma misericordia también nos persigue y nos instruye hoy día. 
Traducido por Teri S. Riddering,
Coordinadora Centro de Recursos Hispanos

Bibliografía
Bull, Geoffrey T. The City and the Sign: An Interpretation of the Book of Jonah. Grand Rapids: Baker Book House, 1970. Scherman, Rabbi Nosson and Rabbi Meier Zlotowitz, eds. Trei Asar: The Twelve Prophets Vol. 1. Brooklyn: Mesorah Publications, Ltd., 1995.

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