Ciudades de Refugio


El Tanaj (Antiguo Testamento) está repleto de especificaciones sobre el sistema revolucionario de leyes judiciales dadas por Dios al pueblo hebreo. Comparado con otros sistemas legales del momento, como el Código de Hammurabi y las leyes asirias y babilónicas, la Torá (Génesis a Deuteronomio) ofrecía un sistema de justicia que valoraba la vida humana sobre cualquier otra cosa, mucho más que otras leyes de su tiempo. Era un Pacto que procuraba entretejer la justicia con la adoración, y las penalidades variaban según las circunstancias individuales.
Claro está, el sistema judicial requería castigar severamente a los culpables de crimen y asesinato intencional. En la Torá, una sangre derramada sólo podía ser expiada con la sangre del que cometió el crimen, preferiblemente a manos del “vengador de sangre,” el pariente masculino más cercano. Tenía el derecho y la responsabilidad de matar al asesino: “No tendrás piedad de él; sino que limpiarás de Israel la sangre del inocente, para que te vaya bien” (Deut. 19:13).
Pero aun en esa clase de retribución tan severa, Dios proveyó una “salida” para proteger a Su pueblo de asesinatos cíclicos de venganza que plagaban a tantas naciones circundantes. En caso de que una persona resultara muerta por accidente, Dios ordenó al pueblo de Israel que separara unas “ciudades de refugio” donde las personas involuntariamente responsables por la muerte de alguien pudieran estar seguras del vengador de sangre.
Esas ciudades hablan mucho acerca de la historia de Israel, su sistema judicial y su Dios. Les proveyó una respuesta para no tan sólo proteger al que accidentalmente derramara sangre, sino que también protegía a la persona que procurara la venganza
“Quien Mata a su Amigo sin Querer”
Leemos sobre las ciudades bíblicas de refugio por primera vez a finales del libro de Números, donde Dios dijo a Moisés que separase 48 ciudades para la tribu de Leví, y seis de ellas también serían ciudades de refugio (Núm. 35:6). Las seis ciudades serían lugares seguros para cualquier homicida involuntario o accidental. Luego en la Torá, hay un ejemplo de ese tipo de accidente: “como cuando un hombre va al bosque con su amigo para cortar leña, y su mano blande el hacha para cortar el árbol, y el hierro salta del mango y golpea a su amigo, y éste muere…” (Deut. 19:5).
Ese tipo de asesinato no era premeditado, malicioso ni extremadamente negligente. Aun así, todo tipo de tragedia donde sangre fuese derramada requería de un pago (Gén. 9:6; Lev. 24:17). Por lo tanto, las ciudades de refugio proveían otra opción a la aplicación de la ley de retribución. Si el asesino pudiese llegar a una de esas seis ciudades, podría estar protegido de la ira del vengador de sangre.
Las reglas que gobernaban las ciudades se detallan en los libros de Números y Deuteronomio, y podemos leer en el libro de Josué, capítulo 20, que el Señor reiteró Su mandato a Josué cuando el pueblo hebreo finalmente llegó a la Tierra Prometida. Josué estableció tres de las ciudades de refugio por el lado este del Río Jordán y tres por el lado oeste. Las ciudades estaban dispersas entre sí de manera equitativa de norte a sur. Cedes, la ciudad más norteña, se encontraba en la Galilea, mientras que la más sureña, Hebrón, se construyó 32 km. al sur de Jerusalén (Josué 20:7-8).
Las seis localizaciones representaban a seis de las doce tribus de Israel. Por el lado oeste, Cedes estaba en el centro del territorio perteneciente a Neftalí, Siquem pertenecía a la tribu de Efraín, y Hebrón se encontraba en las montañas de Judá. Por el lado este del Jordán, eran representadas las tribus de Rubén, Gad y Manasés. Pero las ciudades de refugio y la tierra donde se encontraban pertenecían enteramente a la tribu de Leví.
¿Prisión o Seguro Refugio?
Aunque el término “ciudad de refugio” pudiera dar la impresión de un lugar indulgente, en realidad era un lugar de juicio. El homicida involuntario sólo podía quedarse allí si era declarado inocente de asesinato por premeditación y alevosía. Si la persona huía a dicha ciudad, su caso era escuchado en la puerta de la ciudad por los ancianos gobernantes. Si era hallado culpable, no se le permitía entrar y era entregado a manos del vengador de sangre para darle muerte. La ciudad de refugio estaba allí simplemente para asegurar que la persona pudiera hacer su defensa y asegurar que nadie inocente fuera muerto antes de que su caso fuera escuchado.
En cierta manera, las ciudades de refugio eran como prisiones sin ningún tipo de fianza o indemnización. El homicida probablemente tendría que vivir el resto de su vida dentro de los muros de la ciudad. No obstante, había una cláusula de vencimiento a esta regla. La disposición legislativa sobre el crimen de homicidio accidental caducaba luego de morir el Sumo Sacerdote. En ese momento, el hombre podría regresar a su hogar y a su familia sin temor de retribución.
La vida dentro de la ciudad tenía sus beneficios, además de la evidente seguridad y poder escapar de la muerte. Las ciudades eran manejadas por los levitas, quienes proveían un ambiente educativo saludable para la persona hallada culpable de homicidio involuntario. Si el ofensor finalmente lograba regresar al mundo fuera de la ciudad, sería un mejor ciudadano y seguidor de Dios. Al ser expuesto al estilo de vida en esa ciudad, según Adam Clarke escribió en Clarke’s Commentary[Comentario de Clarke], “podría resultar ser más sabio y mejor; [podría] obtener el favor de Dios y mucha bendición en un mundo mejor.”
“En el Furor de su Ira”
Las ciudades de refugio eran una evidente extensión de misericordia a homicidas involuntarios, salvándoles de una muerte segura, pero también extendían misericordia al vengador de sangre, aunque era menos evidente.
En Deuteronomio leemos que el sistema judicial declara: “No sea que el vengador de la sangre en el furor de su ira persiga al que lo mató, y lo alcance porque el camino es largo, y le quite la vida aunque él no merecía la muerte…” (Deut. 19:6). Hay una clara comprensión de que el pariente, actuando en ira y dolor, pudiese tomar la justicia en sus manos antes de que el caso pudiese ser investigado por la congregación para dictaminar la justicia correcta.
No sólo existía en la Escritura un permiso al vengador de tomar retribución. Existía la responsabilidad. Charles Lee Feinberg escribió en su artículo titulado “The Cities of Refuge” [Las Ciudades de Refugio] que la idea hebrea del hombre creado a imagen de Dios daba fundamento para el proceso de venganza por sangre, descrito así en Génesis: “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gén. 9:6). Feinberg escribe que, porque Dios es el Creador y Señor sobre toda vida humana, “un golpe contra una vida es un golpe contra Dios mismo. La venganza de sangre se convierte en una responsabilidad religiosa, no meramente un asunto de honor.”
Por lo tanto, existe la posibilidad de que, aunque el pariente más cercano no estuviese controlado por su ira y dolor ante la muerte accidental de su miembro familiar, todavía tendría la responsabilidad de matar al perpetrador. Aquí nuevamente, las ciudades de refugio proveían una alternativa compasiva, dando al pariente una manera legal, honorable y justa de permitir que el ciclo de venganza disipe sin más derramamiento de sangre.
¿Qué hace la Congregación?
El proceso de justicia establecido respecto a las ciudades de refugio no sólo respondía a la relación entre el vengador de sangre y el acusado. También involucraba a la comunidad. Leemos en Números: “…entonces la congregación juzgará entre el que mató y el vengador de la sangre conforme a estas ordenanzas” (Núm. 35:24). Luego en el mismo capítulo, dice: “La congregación librará al acusado de la mano del vengador de sangre, y la congregación lo restaurará a la ciudad de refugio a la cual huyó” (v. 25).
La congregación jugaba varios papeles importantes. Tenía la responsabilidad de intervenir en momentos de ira luego del trágico accidente, cuando el vengador de sangre pudiese no percibir la situación con claridad. También tenía que ejercer sabiduría en el descubrimiento de la verdad para llegar a un veredicto justo. La congregación refrenaba cualquier acto de injusticia y proveía el derecho al acusado de una audiencia justa.
¿Quién componía esta “congregación”? En Josué 20:4 leemos que el homicida declaraba su caso a los ancianos en la ciudad de refugio a donde había huido. En Números 35:24-25 y Deuteronomio 12:19 leemos que la comunidad se tenía que involucrar, y los ancianos lo deberían rescatar de manos del vengador de sangre. 
A la vez, la comunidad tenía una responsabilidad respecto a sus entornos físicos. Seis tribus habían cedido terreno para los levitas manejar las ciudades de refugio, pero tenían la instrucción de “preparar los caminos” (Deut. 19:3). Muchos comentaristas interpretan que eso significa el mantener los caminos en buen estado y con claras señales para que los acusados de homicidio pudiesen encontrarla fácilmente y obtener su justa protección.
El Corazón del Asunto
Ya hemos discutido los requisitos para que una persona encuentre seguridad en una ciudad de refugio. La muerte accidental tenía que estar fuera del control del perpetrador, completamente involuntario, y no como resultado de una negligencia extrema. Como ejemplo de negligencia, un hombre que tuviese un buey que había acorneado a alguien en el pasado, y no hizo nada por evitar que matara a alguien en el futuro, era culpable de extrema negligencia y meritorio de muerte (Éx. 21:28-29).
Pero había otra especificación que lo pudiera definir como inocente, asumiendo que no fuera hallado negligente. “Y este será el caso del que mató y que huye allí para vivir: cuando mate a su amigo sin querer, sin haberlo odiado anteriormente”(Deut. 19:4). Esa frase es la misma expresada en Números, donde el hombre inocente merecía recibir protección en una ciudad de refugio si había cometido el crimen: “…no siendo su enemigo ni procurando herirlo” (Núm. 35:23).
Este concepto de juzgar la inclinación o la intención del corazón no se limita sólo a la Torá. En las Escrituras de los Apóstoles (Nuevo Testamento), Jesús/Yeshúa hizo referencia al mandamiento de no asesinar, y lo llevó un poco más allá, diciendo: “Pero Yo les digo que todo aquél que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: ‘Insensato’ a su hermano, será culpable ante la corte suprema; y cualquiera que diga: ‘Idiota,’ será merecedor del infierno de fuego” (Mat. 5:22). El término arameo usado para “insensato” es raca, y era una palabra común de insulto. En esa expresión, Jesús puso énfasis en el corazón, diciendo a Sus discípulos que un espíritu airado y vengativo, aunque no realizara el asesinato en lo físico, también pudiese causar daño y por lo tanto, tiene sus consecuencias.
1 Juan 3:15 añade: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él.” De la misma manera en que un homicida era juzgado por la pureza y la intención de su corazón, así también seremos juzgados ante Dios: “Yo, el SEÑOR, escudriño el corazón, pruebo los pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras” (Jer. 17:10). 
El Señor no es engañado por las apariencias externas. El mismo Dios, quien juzga al corazón inocente de un homicidio no-intencional, ve el corazón de cada uno de nosotros. Eso nos enseña que examinemos nuestras motivaciones además de nuestras acciones. Evitemos las reacciones que provienen de un corazón lleno de odio, ira o venganza.
¿Y Qué de Hoy en Día?
En la actualidad, no tenemos ciudades de refugio a donde podamos recurrir, ni tampoco las necesitamos dado nuestro moderno sistema judicial. El vengador de sangre en la sociedad hoy día no tiene el derecho de establecer su propia justicia, y si se vengara, se consideraría un asesino si así lo hiciera.
Aún en tiempos antiguos, las ciudades de refugio eran una excepción a la norma, creadas por Dios para Su pueblo escogido, y ninguna otra nación tenía tal concepto. En años recientes, ha habido intentos de revivir una idea parecida con las “ciudades de santuario,” especialmente en Estados Unidos, pero sin una comprensión del trasfondo bíblico. El término moderno se refiere a una ciudad que acepta a los indocumentados sin hacer previo juicio de sus circunstancias. Como hemos discutido previamente, eso es diferente a lo que representa una ciudad de refugio bíblica, donde se juzgaba al culpable y sólo se recibía a los ofensores involuntarios. 
Pero la iglesia moderna puede aprender de las antiguas ciudades de refugio. Tenemos la responsabilidad de facilitar la justicia y metafóricamente preparar el camino hacia un lugar de paz. En el libro de los Romanos, Pablo cita Deuteronomio 32:35, diciendo: “Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: “MIA ES LA VENGANZA, YO PAGARE,” dice el Señor” (Rom. 12:19). Pablo escribió que no debemos pagar mal por mal, exhortando a los creyentes que vivan en paz con todos los hombres. El rol de la congregación en las ciudades de refugio era de ayudar a conciliar la idea entre “ojo por ojo” y el deseo de Dios de que los hombres vivan en paz y dejen la venganza en Sus manos.
La comunidad creyente tiene la responsabilidad de intervenir, preparar el camino hacia la paz y suavizar las relaciones comunitarias, así como tenían que mantener los caminos abiertos hacia las ciudades de refugio.
En adición, el sistema de justicia “ojo por ojo” no era un permiso para cualquier tipo de venganza, sino que limitaba la clase de retribución aceptable. Jarrod McKenna escribió un artículo titulado “Which is it? Eye for an Eye or Turn the Other Cheek?” [¿Cuál debe ser? ¿Ojo por Ojo o Poner la Otra Mejilla?]. Allí el autor aclaró que en Jesús, la violencia no sólo es coartada, sino transformada: “No hay nada pasivo en lo que Jesús dijo sobre poner la otra mejilla ante la injusticia (Juan 18:23). El poner la otra mejilla es practicar una paz provocativa que incorpora la justicia sanadora del Reino.”
Me encanta la manera en que McKenna dice que el procurar la paz no es algo pasivo. Es provocativo. Es la manera en que luchamos por la justicia en el reino de Dios. En tiempos de Moisés y Josué, el camino a la ciudad de refugio era claramente marcado para que el vengador de sangre y el homicida pudieran juntos encontrar la paz y la reconciliación, rompiendo así el ciclo de violencia. En algunos casos de intención asesina podría ser ojo por ojo, pero hoy día debemos ser agentes conciliadores en nuestra comunidad para que, cuando aparezcan los desacuerdos, podamos trabajar juntos para que el ofendido y el ofensor puedan llegar a una solución pacífica.
 por: Abigail Gilbert, Escritora Puentes para la Paz
Traducido por Teri S. Riddering,
Coordinadora Centro de Recursos Hispanos



Comentarios