En el momento de la muerte de Jesús
En el momento de
dar su vida, aquel que es la fuente de toda vida estaba clavado en una cruz.
Allí Jesús, mediante su muerte, logró una victoria definitiva sobre la muerte,
para dar la vida eterna a todos los que creen.
Jesús entró
voluntariamente en la muerte, y lo hizo por amor. En efecto, él dijo: “Yo pongo
mi vida... Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (Juan
10:17-18). Sufrió por amor; vino para dar la vida, pero una vida en abundancia
(Juan 10:10). Y en este camino fue necesario el sacrificio de su propia vida.
El “Autor de la vida” (Hechos 3:15) sufrió la muerte para que nosotros
pudiésemos tener la vida.
Jesús experimentó
la muerte porque el pecado nos impedía el acceso a la vida eterna. Él, el único
justo, llevó “nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).
Llevó sobre sí mismo el juicio que merecíamos: “fue herido” en nuestro lugar
(Isaías 53:8).
A la luz de la cruz
descubrimos la gravedad del pecado. “Cristo murió por nuestros
pecados” (1 Corintios 15:3). Pero también tomamos conciencia de la inmensidad
del amor de Dios, que nos dio a su Hijo único para expiar nuestros pecados. En
la cruz, la santidad de Dios y su amor se revelan en toda su plenitud.
Mediante su muerte
y su resurrección, Jesús anuló la muerte y triunfó sobre el diablo. A cambio
nos dio una esperanza. ¡Así es el misterio y la belleza del Evangelio!
... Para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo. Hebreos 2:14
Nuestro Salvador Jesucristo... quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio. 2 Timoteo 1:10
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