Jesús es Señor de todos



En la Antigüedad, el emperador romano (el César) reivindicaba el título de Señor. Se decía que encarnaba el espíritu de Roma, que era divino. Una vez por año, cada ciudadano en el imperio debía pasar ante los magistrados, quemar un poco de incienso ante un busto del emperador y declarar: «César es Señor».
¡Los primeros creyentes no podían hacer esto! Para ellos el único Señor era Jesucristo. Pero rechazar la fórmula oficial y decir en su lugar: «Jesús es Señor», significaba ser perseguido incluso hasta la muerte. Esto sucedió con Policarpo, en el segundo siglo, y con muchos otros.
Este día de la Ascensión nos recuerda que Jesús fue levantado al cielo y que ahora está coronado “de gloria y de honra” (Hebreos 2:7). Salió de la tumba para sentarse a la diestra de Dios. Ya no es el humilde Jesús, carpintero de Nazaret. Dios lo exaltó de forma soberana y lo hizo “Señor de todos”. Él es “Señor y Cristo”, “Autor de la vida”, “Príncipe y Salvador”, “Juez de vivos y muertos”, “luz de los gentiles” (Hechos 10:36; 2:36; 3:15; 5:31; 10:42; 13:47).
Estos títulos sacados del libro de los Hechos de los Apóstoles subrayan la majestad de nuestro Salvador, quien un día será “Señor de señores y Rey de reyes” (Apocalipsis 17:14). Pero no es suficiente proclamar que Jesús es Señor; debemos someternos a su autoridad, sin reserva, como lo hacían los primeros cristianos.


Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.  Filipenses 2:9-11


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