No hubo lugar para El



La época de Navidad a menudo es la oportunidad para invitar a la familia, a los amigos, a los que viven solos, a una persona mayor o a un extranjero. ¿No cree que también es la oportunidad para reflexionar sobre lo que significó la venida de Jesucristo a nuestro mundo? Con respecto a esto, el célebre Bossuet escribía: «¿Quién de nosotros nació en un establo? ¿Quién de nosotros, por pobre que sea, mete a sus hijos en un pesebre en lugar de una cuna? Jesús vivió en esa extrema pobreza y quiere ser asociado a ella».

Jesús no nació en Roma ni en una de las grandes ciudades de la época, sino en una pequeña aldea. No nació en una familia rica, sino en una familia pobre. A lo largo de su vida aquí en la tierra, Jesús no tuvo un lugar propio. Cuando nació, no hubo lugar en el mesón de Belén. Más tarde, tampoco recibieron su enseñanza en la ciudad de Nazaret, donde se había criado (Lucas 4:29). En los días de su ministerio, no tenía dónde recostar su cabeza (Lucas 9:58). Finalmente, el único lugar que nuestro mundo le dio fue una cruz entre dos ladrones. ¿No le parece conmovedor?

¿Qué lugar ocupa Jesús en mi vida? Darle un lugar es creer en él, discernir que el humilde carpintero de Nazaret es el Hijo de Dios, que es la fuente de la vida. De manera ilustrada, Jesús nos dice lo que puede ser nuestra vida: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).


A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Juan 1:11-12


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