La autoridad


En mi biblioteca encontré un viejo libro titulado «Reglas del buen vivir», con fecha de más de un siglo. Echándole una ojeada, me reí al ver esas antiguas formas de cortesía, pero también constaté que la cortesía había pasado de moda. Nuestra época está marcada más bien por la ausencia de civismo, por una falta de respeto hacia el prójimo y por la afirmación de la voluntad individual.
¿Soy consciente de mi responsabilidad en una evolución que deploro? ¿He manifestado siempre el debido respeto a mis padres? ¿Tengo tendencia a criticar a mi jefe o al gobierno, cuando una de sus decisiones no me agrada? ¿He mostrado alguna vez una falta de respeto?
Por encima de las relaciones humanas está Aquel que las estableció. Su autoridad es irrefutable pero a la vez benevolente. Dios, quien creó todo, ¿no tendrá derechos sobre nosotros? ¿Qué respeto le mostramos? ¿Queremos vivir para nosotros mismos, sin tenerlo en cuenta? El “pecado” desenmascarado por la Biblia es precisamente esta voluntad de independencia y de insumisión a Dios.
A pesar de esto, Dios ama a todas sus criaturas con un amor tan grande que vino a la tierra en la persona de Jesucristo para hablarnos, revelarse a nosotros, liberarnos del pecado y darnos la vida eterna. Reconozcamos su autoridad; él es digno de nuestro mayor respeto.


No hay autoridad sino de parte de Dios… De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste. Romanos 13:1-2


Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos. Efesios 6:1-4

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