ESDRAS – HÉROE NO RECONOCIDO DE LA FE


Para la mayoría de los cristianos, una lista de los hombres más reconocidos de la Tanaj (Génesis a Malaquías) debe incluir personas como Moisés el Legislador, David el Rey, Abraham el Padre de judíos y cristianos, además de los profetas Isaías y Jeremías. Algunos podrían incluir a Nehemías, copero del rey de Babilonia y reconstructor de los muros de Jerusalén, pero pocos incluirían a Esdras. Aunque el libro que lleva su nombre narra la historia de su liderato y amor por Dios y la Torá (Génesis a Deuteronomio), no parece ser lo suficientemente importante para estar en la lista de los destacados.

Pero para los judíos que aman las Escrituras, lo opuesto es cierto. En su lista de los grandes, Esdras está entre los primeros. Se dice que su importancia en la historia judía está casi a la par con el Rey David. Incluso, el judaísmo enseña que si Dios no hubiera dado la Torá al pueblo judío por medio de Moisés, lo hubiera hecho por Esdras.

Por lo tanto, ¿quién era ese hombre y cuáles fueron sus contribuciones al reino de Dios que lo hiciera tan respetable en la historia y para la fe de los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob? ¿Qué tipo de vida llevó que lo ubicara casi a la misma estatura de Moisés, el individuo más reverenciado en los anales del judaísmo? ¿Y qué podemos aprender de su vida, su valentía como líder, las Escrituras que registró, y su inconmovible y apasionada entrega al Señor y Su Palabra?

La Vida en el Exilio:

Para poder comprender mejor a Esdras y su respetada posición entre los ancestros israelitas, debemos primero mirar la comunidad en la diáspora más duradera y antigua del mundo: Babilonia. Luego de la primera dispersión a manos del Rey Nabucodonosor en 597 a.C., y el asedio y la destrucción del Templo de Jerusalén en 586 a.C., hasta el decreto del Rey Ciro en 538 a.C., quien permitió el regreso de los cautivos a Jerusalén, el pueblo de Israel vivió distanciado de su Tierra y su herencia.
Descubrimientos arqueológicos durante el pasado siglo han revelado secretos sobre las vidas de esos exiliados por medio de unas tabletas con escritura cuneiforme desenterradas en Irak y un más reciente tesoro de documentos coleccionados por Saddam Hussein. Por medio de esos hallazgos, los expertos han podido reconstruir un cuadro sobre la vida en el exilio, incluyendo transacciones comerciales, compras de terreno y pagos de impuestos. Algunos ocurrieron cinco años después de la primera dispersión a Babilonia, y registran la entrega de una cantidad de aceite a "Joaquín, rey de Judá y sus cinco hijos."

Otros documentos registran docenas de nombres judíos y también la presencia de una comunidad llamada Ciudad de Judá, referencia directa a Jerusalén. A diferencia del exilio asirio, en que los reyes vencedores determinaron asimilar a la población judía, los babilonios usaron una estrategia más permisiva. Los judíos tenían permiso de vivir juntos en sus propias comunidades étnicas, seguir sus propias tradiciones y determinar su propia forma de vida en el exilio que honrara al Dios de sus padres. En Esdras 2:1, el autor habla sobre el retorno de los cautivos a su tierra ancestral de Israel: "Estos son los hijos de la provincia que subieron de la cautividad, de los desterrados que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevado cautivos a Babilonia y que volvieron a Jerusalén y a Judá, cada uno a su ciudad."

Más análisis revela que aquellas familias asociadas con el Templo en Jerusalén previo al exilio nuevamente se identificaron como sacerdotes, cantantes, porteros y sirvientes del Templo. Otros se organizaron según sus pueblos de origen familiar. Claramente, no habían olvidado su historia ni sus tradiciones, manteniéndolas vivas y relevantes durante todos los años de su cautiverio.

Junto a los Ríos de Babilonia:

Antes de la destrucción del Templo, los judíos en Israel vivían conscientes de la presencia de Dios, sin importar las convulsiones políticas o sociales en su derredor. Dios había prometido repetidamente que había escogido a Sion como Su lugar de habitación, que había puesto allí Su nombre para siempre, que Su amor por Su pueblo y la Tierra sería perpetuo, y que nunca los dejaría ni los abandonaría. Vivir en Jerusalén significaba estar siempre acompañado por la belleza del Templo, la fragancia del incienso y el magnetismo de su espiritualidad. Sion era el hogar de Dios, un lugar donde milagros sucedían frecuentemente y donde todo enfocaba la relación de Dios con Su pueblo.

Aunque la evidencia arqueológica pudiera ayudar en esta comprensión, nunca comunicará el dolor y el sentido de pérdida que padecieron dichos prisioneros cuando fueron obligados a ir al exilio. Lo habían perdido todo. La cobertura y presencia de Dios que dieron por sentado también desaparecieron, e incluso, Dios los rechazó. El Salmo 137 nos deja ver parte de esa agonía de alma:

"Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones, y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo: 'Cántennos alguno de los cánticos de Sion.' ¿Cómo cantaremos la canción del SEÑOR en tierra extraña? Si me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Péguese mi lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no enaltezco a Jerusalén sobre mi supremo gozo" (Sal. 137:1-6).

Nadie Más a Quien Culpar…

Además del indecible horror de ver destrozada su ciudad santa y su Templo, y los mejores y más brillantes jóvenes llevados en cadenas, el pueblo de Israel se dio cuenta que no tenía nadie más a quien culpar sino a sí mismo.  Una vez llegados a Babilonia, los rabinos y maestros exhortaron al pueblo que aceptaran su responsabilidad por el desastre de su exilio. Fue su propio pecado lo que había ocasionado tal catástrofe a su nación. Habían traicionado al Señor, rechazado a Sus profetas, desobedecido Sus mandamientos y abrazado a otros dioses. ¿Qué podían esperar a cambio?

Sin embargo, en medio de su sentido de culpa y desesperación, el Señor les envió una promesa de liberación. Si ellos regresaban al Dios de sus padres, Él les escucharía. Los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel pronunciaron unas palabras divinas de que los exiliados serían nuevamente devueltos, que sus corazones serían purificados y que su reino sería re-establecido. Andarían nuevamente por los montes y los valles de Judea; vivirían libres nuevamente en la Tierra y se nutrirían de la fidelidad.

Un Nuevo Judaísmo:

Arrancados de su Tierra, faltos de un Templo y carentes de sus libertades, los cautivos tornaron sus corazones a Dios y clamaron a Él por redención, una redención prometida pero que tardaría muchas décadas en llegar. Mientras esperaban, era esencial que volvieran su mirada al fundamento mosaico y que se aferraran a las promesas del Pacto de Dios para que no desapareciesen como pueblo. Pero con el paso del tiempo, nuevamente se volvieron complacientes. Aunque la vida en Babilonia no era ideal, sus memorias de Judá y Jerusalén palidecían y su celo por Dios también disminuía.

Zorobabel, un príncipe de Judá en Babilonia, logró conmover los corazones de los cautivos por un tiempo, recordándoles de las promesas de Dios. Partió hacia Jerusalén con 10,000 de sus hermanos quienes, a pesar de grandes dificultades, comenzaron la reconstrucción del Templo. Pero eventualmente se cansaron de la constante oposición y abandonaron el proyecto. "Entonces cesó la obra en la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío, rey de Persia." (Esdras 4:24).

Dios necesitaba un hombre muy especial para ser Su mensajero de liberación al pueblo judío: un hombre de pasión e integridad, de carisma que pudiera conmover los corazones de los exiliados, y un hombre de sabiduría que pudiera inspirar a los judíos de Babilonia para que amen y sirvan al Señor. Ese hombre era Esdras.

El padre de Esdras, Seraías, y su madre estuvieron entre los cautivos llevados a Babilonia, y él nació en el exilio. Era miembro de la familia sacerdotal, descendiente de Zadoc, Finees, Eleazar y Aarón, y era nieto de Hilcías, sumo sacerdote cuando Josías fue rey de Judá. Claramente, su familia tenía gran conocimiento sobre la Torá y las tradiciones de sus padres, enseñadas por el propio Moisés. Esdras fue criado para amar y temer a Dios, procurar la rectitud y permanecer fiel al Señor a pesar de los retos en la Diáspora. Su vida también fue profundamente afectada por su maestro, Baruc ben Nerías, quien fue escriba y ayudante al profeta Jeremías. Era un hombre de vasta experiencia y estudio, influenciado por la pasión de Jeremías hacia el Santo Dios.

El libro que lleva el nombre de Esdras nos narra que, a medida que crecía, hallaba su fuerza espiritual en la oración y el ayuno. La mano de Dios estaba con él porque era un hombre juicioso y de sólidos principios, quien enfrentaba firmemente el pecado y la maldad. Tenía un amor apasionado por la Palabra de Dios, dedicado no sólo a estudiarla, sino también a enseñarla a otros.

Esdras sabía que su pueblo perecería si se alejaba de la Torá, y se dedicó a la preservación de la misma. Como sacerdote, escriba y líder religioso, su influencia no tan sólo impactó el judaísmo de su tiempo, sino que lo cambió para toda la historia. Nada era más importante que reavivar el amor por Dios y Su Palabra. Con ese fin, Esdras supervisó el establecimiento del sistema de yeshivot (academias de estudio de la Torá) en todas las comunidades judías de la diáspora. Su fiel y minuciosa enseñanza le ha dado el lugar histórico de haber sido quien removiera el monopolio que poseía el sacerdocio de las Escrituras y las pusiera en manos y corazón del pueblo.

También se le acredita a Esdras por ser quien creó el concepto de la sinagoga como casa de estudio, además de como centro de adoración y actividad comunitaria. Fue escriba de profesión, y se dice que él fue quien divisó las letras más cuadradas que son parte fundamental de la escritura hebrea moderna. Era el erudito más respetado en toda Babilonia, y fue responsable por la redacción final de la Torá (Génesis a Deuteronomio) y por formalizar el ciclo de lectura anual de los libros de la Torá que es utilizado hoy día. Además, es reconocido como padre fundador y líder de la Gran Asamblea, concilio de 120 ancianos y maestros, incluyendo a Nehemías, Daniel, Hageo, Zacarías y Malaquías. La Asamblea representaba la máxima autoridad religiosa para el pueblo judío a principios del período del Segundo Templo, predecesora del famoso Sanedrín.

Cambiando el Curso de la Historia:

Las contribuciones de Esdras al reino de Dios no terminan en Babilonia. En 457 a.C., dirigió a un grupo de exiliados de regreso a Jerusalén para continuar la reconstrucción del Templo. Su vida de integridad y rectitud no sólo le obtuvo favor dentro de la comunidad judía, sino también ante los ojos del rey Artajerjes, quien le ofreció una vida de sosiego y riqueza, si decidiera permanecer en Babilonia. Pero Esdras estaba determinado a cumplir con su sueño de hacer su hogar en la tierra de Israel, y el rey le otorgó el permiso para hacer ese viaje y la autoridad para establecer un sistema civil y legal en Jerusalén.

Una vez llegado allá, se angustió al encontrar un pueblo muy lejos del Dios de sus padres. Encontró pocos sacerdotes y líderes religiosos, según leemos en las Escrituras. Muchos de los residentes de Jerusalén se habían vuelto a las prácticas paganas y habían desobedecido la prohibición de Dios en tomar a mujeres extranjeras como esposas. Los niños de tales uniones se criaban con casi ningún conocimiento de la rica herencia espiritual de Israel.

Esdras estaba profundamente afligido, pero inmediatamente comenzó a trabajar en la reconstrucción del Templo. Reunió a los pocos fieles líderes que había para desarrollar un equipo unido, y se dedicaron a inspirar en ellos el mismo amor por la Torá que Esdras había comunicado a los cautivos en Babilonia. Restauró las leyes que habían olvidado en el exilio y estableció nuevas costumbres que aún continúan vigentes hasta hoy. Cuando llegó Nehemías, ambos trabajaron juntos para reconstruir los muros derrumbados de la ciudad, además de las vidas quebrantadas de sus residentes.

Así la sabiduría y visión de Esdras cambió el curso de la historia judía. El libro de Nehemías narra cómo Esdras se puso de pie sobre una plataforma de madera frente a miles de los judíos con el Libro de la Ley, la Torá, en sus manos. Hombres, mujeres y niños, todos cuantos tenían la capacidad de entender lo que se decía, esperaron ansiosamente cada palabra que el Señor les habría de hablar. Cuando Esdras comenzó a leer, el pueblo respondió en un mismo sentir. Todos levantaron sus brazos al cielo y clamaron "¡Amén, Amén!" (Neh. 8:6). Inclinados juntos con su rostro en suelo, lloraron. Luego se pusieron de pie y por seis horas, Esdras leyó la Torá mientras escuchaban atentos. El resultado fue un pueblo profundamente transformado. La historia dice que el pueblo judío fue movido al arrepentimiento individual y colectivo, nuevamente unido a su Dios y Su Palabra.

Impartiendo Amor a la Torá:

Además de sus otros logros, Esdras se conoce por sus contribuciones a la rica colección de literatura que salió de la comunidad judía en Babilonia. Eruditos bíblicos opinan que escribió diversas partes de los libros de Jeremías, 2 Reyes, 2 Crónicas, todo el libro de Esdras y secciones de Nehemías. Muchos de esos eruditos también piensan que el mayor logro literario de Esdras fue el Salmo 119.

Ese bello poema, un salmo de sabiduría, es una larga y apasionada canción del corazón, y es fácil ver allí el amor que Esdras sentía por la Palabra de Dios. Forma un acróstico del abecedario hebreo, y a veces se conoce como la "Canción de los Ocho." Cada una de las 22 letras del abecedario comienza una sección de ocho versos, creando 176 de los más fervientes versos de toda la Biblia, expresado ardiente amor al Creador y celo por la justicia. Cada verso también contiene una de ocho palabras específicas para designar las instrucciones de Dios: Torá (traducido como Ley), testimonios, promesas, preceptos, estatutos, mandamientos u ordenanzas, juicios y palabra.

Siendo Esdras un hombre de sabiduría y con un llamado divino, estaba agudamente consciente de que los años del exilio habían opacado los sentidos espirituales del pueblo de Dios. Aún para los que regresaron a Israel, la constante oposición y dificultad los tenían desanimados y derrotados. Sin el Templo y su específico sistema de adoración, el pueblo judío era como un barco a la deriva. Esdras estaba decidido ponerlo en rumbo al llenar sus corazones con el amor a la Torá. Esa es la pasión que claramente se percibe en el Salmo 119.

Allí vemos que la Torá no representa una carga ni maldición; es un regalo para ser abrazado y valorado. Es algo que debemos usar para dirigir nuestra vida personal y también para dirigir a la nación de Israel. Las notas introductorias al Salmo 119 en la Biblia de Estudio Nelson, versión Nueva King James (traducido por esta traductora), dicen:

"La ley [Torá] es específica y general, instructiva y restrictiva, liberadora e inaugural, misericordiosa y solemne – es tan compleja como el Señor quien la dio… El salmista no puede dejar de alabar a Dios por Su misericordia y bondad al proveer a Su pueblo estas instrucciones para vivir."

En los versos 17-22, algunos eruditos ven una alusión a la vida de los judíos en el exilio. Debido a su soberbia en desviarse de Dios, el Señor fue forzado a entregarlos al cautiverio entre gente que a veces los maltrataba y los despreciaba. Una entrega a la Palabra de Dios sería su único camino a la redención. El verso 92 lo dice bien: "Si Tu ley no hubiera sido mi deleite, entonces habría perecido en mi aflicción."

Verdadera Libertad Viene de la Obediencia:

El salmista también reconoció la importancia de inculcar en la juventud una comprensión de su justo lugar como pueblo del Pacto de Dios. Mientras establecía yeshivot por toda Babilonia, los siguientes versos pudieron haber resonado en su corazón: "¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando Tu palabra" (v. 9) y "En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti" (v. 11).

Cada línea declara el estado lamentable de la humanidad y su necesidad de la misericordia de Dios, pero el salmista nunca se olvida de alabar al Señor por los beneficios de una vida apasionadamente comprometida con la Torá. Otra serie de ocho palabras se encuentran a través del salmo: salvación, deleite, fuerza, vida, socorro, entendimiento, sabiduría y esperanza. Todas ocurren como resultado natural de una vida de obediencia. Para una gente viviendo en cautiverio, la verdadera libertad sería hallada en la obediencia a las instrucciones de Dios.

Para Nosotros Actualmente:

El Salmo 119, claro está, no es sólo importante para el pueblo judío. Ha sido muy amado por los cristianos a través de las edades. Ha sido tema de incontables sermones y comentarios. Muchos cristianos, amantes de la Palabra, han derramado lágrimas mientras hacen suyas las palabras de Esdras en oración, sintiendo el mismo llanto del corazón. Quizás en sus apasionadas palabras pudiésemos encontrar dirección para nuestras propias vidas.


Pasión por la Palabra:

Otro salmista renombrado, el rey David, habló con la misma pasión que Esdras cuando escribió el Salmo 19: "La ley del SEÑOR es perfecta…el testimonio del SEÑOR es seguro... los preceptos del SEÑOR son rectos…el mandamiento del SEÑOR es puro…el temor del SEÑOR es limpio…los juicios del SEÑOR son verdaderos…" (vs. 7-9). David dijo que todos ellos deben ser deseados más que el oro fino y que son más dulces que la miel (v. 10). Vivimos en días cuando el amor a las Escrituras parece haber menguado. Menos personas leen sus Biblias, y un gran por ciento de cristianos ya no cree que son verdad absoluta ni que exista dirección para sus vidas entre sus páginas. Así como Esdras, debemos aferrarnos a la revelada Palabra de Dios, y ayudar a otros para que hagan lo mismo.

Preparación y Cumplimiento:

Nosotros también somos peregrinos en una tierra extraña, según nos dicen las Escrituras de los Apóstoles (Nuevo Testamento). Nuestra confianza para vivir y nuestro valor para perseverar se encuentran en la Palabra de Dios, así como para los exiliados antiguos. Esdras claramente comprendió la necesidad de la preparación para ser ubicado en Dios y cumplir con su llamado:

"Porque Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del SEÑOR, y a practicarla, y a enseñar Sus estatutos y ordenanzas en Israel" (Esdras 7:10).

En 2 Timoteo leemos: "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra" (2 Tim. 3:16-17).

Aquí, el Apóstol Pablo hace eco de las palabras de Esdras mientras enfatiza la preeminencia de las Escrituras. Dios es su Autor, y en ellas encontramos la verdad. Y Pablo añade que el estudio de las Escrituras nos hará perfectos, lo que en griego significa "capaz o proficiente." Estaremos capacitados y completamente preparados para cumplir con el llamado que Dios nos ha hecho. Así como Esdras, cada cual necesita estar completamente preparado, de manera que el Señor de los Ejércitos lo mueva a donde pueda cumplir Su propósito divino.

Pureza de Corazón:

La violencia y la vulgaridad nos asedian a diario de toda dirección a través de películas, televisión, internet y las siempre-cambiantes normas sociales. Como los cautivos en tiempos de Esdras, estamos rodeados por personas que desprecian al Señor y se burlan de Sus preceptos. Para muchos cristianos, especialmente los jóvenes, la atracción del mundo es demasiado fuerte, y la línea que divide la moralidad de la inmoralidad es cada vez más turbia. Al igual que para los exiliados, nuestros sentidos espirituales se pueden nublar.

La respuesta para hoy es la misma que hace miles de años. La valentía para pararnos contra la ola de inmoralidad, la fuerza para tomar decisiones correctas, la determinación para fielmente obedecer al Señor y aferrarnos a Sus preceptos se encuentran en nuestro compromiso por reverenciar y obedecer la Palabra de Dios.

Esdras halló favor en su antiguo mundo debido a su pureza de corazón, porque estaba preparado en su llamado, y porque determinó seguir las instrucciones de Dios. Que eso también sea el distintivo de la Iglesia y de cada uno de nosotros a medida que andemos unidos en estos asombrosos tiempos.

Por Rda. Cheryl Hauer,

Directora de Desarrollo Internacional

Comentarios