La conversión
Adolphe
Monod (1802-1856) escribió: «La conversión no es un desarrollo gradual, una
mejoría progresiva de todas las buenas determinaciones. La voluntad y las
intenciones humanas podrían estar desarrollándose y mejorándose durante un
siglo, pero nunca podrían dar algo diferente de lo que son en sí mismas. Saulo
de Tarso seguiría siendo Saulo de Tarso, y Pablo nunca hubiese existido.
Mediante la conversión él no se volvió mejor, sino diferente; no fue más fiel a
sus principios que antes, sino que sus principios cambiaron».
Eso fue lo que Jesús explicó a Nicodemo, ese maestro de la ley: “Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No
te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6-7). Y
el apóstol Pablo declara de parte de Dios: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:17-18).
Así, llenos de agradecimiento, podemos dar “gracias al Padre que nos hizo aptos
para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de
la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien
tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:12-14).
“Ellos mismos cuentan… cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir
al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9).
Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre
ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo el Señor. Jeremías
2:22
Jesucristo… nos lavó de nuestros pecados con su
sangre. Apocalipsis 1:5
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