En el momento de la decisión
Todos
los seres humanos, a lo largo de nuestra existencia, nos vemos confrontados a
escoger entre diferentes opciones, por ejemplo respecto a los estudios, una
profesión, un cónyuge, un domicilio… Pero hay una decisión capital, la más
importante de todas, pues define nuestro futuro eterno. Es la decisión de
escuchar o no a Dios. El resultado eterno de esta decisión es el cielo o el
infierno, y las consecuencias ya son visibles en la tierra.
Pero el creyente también tiene que tomar decisiones. Lot, por ejemplo, tomó una
mala decisión (Génesis 13). Se dejó seducir por la llanura de Sodoma, sobre la
cual pendía el juicio de Dios. No escuchó la advertencia divina y perdió todo.
Jonatán, amigo de David, le manifestó mucho cariño y humildad. Pero un día tuvo
que escoger entre la corte del rey Saúl, incansable perseguidor de David, con
todos los privilegios, y David, con quien tendría que errar por las montañas
huyendo del rey. La decisión era difícil. Su corazón lo empujaba hacia David,
pero su razón lo retenía cerca de su padre. ¡Al final tomó la decisión
equivocada!
Pero leamos la historia de Daniel. Desde su llegada a Babilonia, ese joven
exiliado tuvo que escoger entre servir a Dios o a los ídolos del monarca
pagano. Sin vacilar tomó la decisión de no contaminarse en la corte del rey de
Babilonia. ¡Y nada lo hizo cambiar de opinión! Más tarde, ni siquiera la
amenaza de ser echado en el foso de los leones lo hizo claudicar. Después de
setenta años de cautiverio seguía siendo fiel como el primer día. ¡Tomó la buena
decisión y honró a Dios durante toda su vida!
Escogí el camino de la verdad. Salmo 119:30
¿Quién es el hombre que teme al Señor? Él le
enseñará el camino que ha de escoger. Salmo 25:12
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