ORAD SIN CESAR
Uno de los pocos principios bíblicos en que todos
los cristianos podemos estar de acuerdo, a pesar de nuestras diferencias
denominacionales, es la importancia de la oración. Los cristianos también
comparten con los judíos la creencia de que la oración es una necesidad y un
privilegio. Ambas religiones se basan en una relación con el Dios del Universo,
y reconocen que la comunicación es esencial para una buena relación. Y ambas
reconocen que tal comunicación sería difícil, si no imposible, si no fuese por las
instrucciones fundamentales encontradas en la Biblia.
Dependiendo de la traducción de la Biblia que usted tenga, la palabra oración
(o alguna variante de ella, como orar, orando, etc.) se encuentra casi 600
veces, y la implicación del concepto es aún más frecuente. De hecho, la Biblia
está muy enfocada en esa idea. Ambos Testamentos resaltan la comunicación entre
Dios y el ser humano, y ofrecen ejemplos, refuerzan principios y establecen
promesas. En las primeras páginas de la Biblia, leemos que Adán y Eva caminaron
con Dios en el fresco del día, y Dios claramente usó ese tiempo para
expresarles Sus parámetros sobre la vida en el Jardín. Y con cada generación
sucesiva, desde Adán, Noé, Moisés a los profetas, y desde Mateo, Pablo a la
revelación dada al apóstol Juan, encontramos la repetida importancia y
necesidad de la oración.
Abraham habló con Dios como un hombre habla con su amigo; Moisés argumentó con
Dios en beneficio de los israelitas en el desierto; David clamó al Señor con un
corazón increíblemente apasionado; Daniel se distinguió en la cautividad como
un hombre de oración; Jeremías intercedió con gran angustia por todo Israel.
Elías oró en la montaña, Yeshúa (Jesús) oró en el Jardín, y
Pablo oró en la cárcel. Casi todo libro en la Biblia revela la importancia de
una íntima comunión con Dios, nuestro Padre. Con razón el autor de 1
Tesalonicenses animó a los cristianos para que oraran “sin cesar” (1
Tes. 5:17).
Explorando el Significado de la Oración
Por siglos, los cristianos han luchado con la interpretación y comprensión
correcta de esa instrucción de Pablo a los tesalonicenses. ¿Cómo se puede orar
sin cesar? Algunos pensaron que requería una vida solitaria, apartada de la
sociedad, para dedicarse a la oración y meditación como parte de una orden
religiosa fundada con ese propósito. Por otro lado, muchos hacen “lo mejor que
pueden,” orando sólo cuando tienen una oportunidad y cuando se sienten
culpables por no orar más a menudo. Quizás si miramos los idiomas de la Biblia
para ver cómo nuestros ancestros lo entendían, podremos captar el concepto
desde una perspectiva más apropiada.
Existen siete palabras en el griego que expresan la idea de oración, a veces
traducida como intercesión, súplica, petición, etc. Los eruditos griegos han
explicado que esas palabras no se refieren a distintas clases de oración, ya
que los autores del Nuevo Testamento sólo tenían una definición, pero se
referían a distintos aspectos de dicha acción.
La palabra griega proseuche aparece como 80 veces, y significa
“oración” de manera general, aunque también implica que la oración es válida
sólo cuando se ofrece al único y verdadero Dios de Israel. [En la
transliteración del griego al inglés, la letra griega “X” es usualmente
representada con una “ch,” pero se debe pronunciar como una “j” raspada.] Aitema indica
una petición, mientras que déesis se refiere a la expresión de
una necesidad. Enteuksis se refiere a la confianza en la
oración; eucaristía significa una actitud de gratitud, mientras que euche implica
presentar un deseo del corazón. Hiketeria se traduce como
súplica, y habla de humildad y pasión.
En su libro A Word for Today [Una Palabra para Hoy], J. D.
Watson nos dice que proseuchomai adialeiptos significa orar
sin cesar. De manera literal, significa orar sin tiempo interrumpido. Eso
quizás no nos alivie la conciencia hasta que veamos que ese término se usaba en
la antigua Roma para alguien con una tos persistente. Claro, no era que nunca
se detuviera la tos, sino que la persona tosía a menudo y repetidamente debido a
su persistente condición. De esa misma manera, nos debemos convertir en
“oradores persistentes.” Los momentos que dedicamos a nuestra comunión íntima
con el Señor son críticamente importantes, pero también son importantes
nuestras espontáneas oraciones en reacción a circunstancias o situaciones de la
vida. Y en todo momento, debemos caminar conscientes de la presencia del Señor,
quien es el motivo y objeto de nuestras oraciones.
En el idioma hebreo, hay dos palabras que se usan para designar la oración. La
primera y más importante es tefilá, cuya raíz viene de la palabra
hebrea para “juzgar.” Los rabinos explican que parte integral de la oración es
la introspección, mirando a nuestro interior para discernir nuestras
necesidades, deseos y motivaciones. Tal juicio es necesario para llegar ante la
presencia del Señor con una mentalidad apropiada: en confianza, humildad y
gratitud.
La segunda palabra hebrea es berajot, o bendición, que viene de la
raíz que significa “rodillas.” Evidentemente, se refiere a la acción de
demostrar respeto hacia Dios con las rodillas dobladas ante Su presencia.
Muchas personas, tristemente, creen que el judaísmo es una religión legalista
que promueve la vana repetición de oraciones carentes de significado. No
podrían estar más lejos de la verdad. Aunque la oración congregacional y las
oraciones específicas en ciertos momentos prefijados son parte de la
experiencia judía, la oración espontánea también es parte de la vida diaria de
oración. Los rabinos enseñan que una persona debe encontrar por lo menos 100
razones al día para alabar a Dios con berajot. El día comienza con
la oración de gratitud antes de levantarse de la cama. También bendicen a Dios
antes de comer cualquier cosa, cuando se visten de ropa nueva, cuando ven algo
bello, escuchan un trueno o ven un arco iris, y cuando alguien les da algo
bueno o igualmente algo malo. El judío puede pronunciar una oración de gratitud
en por lo menos 92 otras ocasiones. Tales personas oran como resultado de un
continuo reconocimiento de la fiel presencia del Señor.
En otras palabras, Pablo no esperaba que los creyentes tesalonicenses se
convirtieran en monjes. Al contrario, según la rica herencia judía que formaba
el fundamento de su fe cristiana, enfatizó la importancia de una comunión con
Dios que incluía la oración congregacional, la oración privada, la oración
espontánea, la oración bíblica y la expresión profunda del corazón. Pablo
también deseaba provocar el cultivo de una perspectiva de vida donde todo se
percibe con relación al Señor. Tal reconocimiento llenaría sus corazones de
gozo y esperanza, y tendrían una continua conciencia de su dependencia de Dios
y Su extravagante amor por ellos. Con ese tipo de continuo reconocimiento de la
presencia de Dios, no podrían evitar orar sin cesar.
Oración – Comunión con el Padre
La crianza y la educación judía de Pablo le impartieron una comprensión de
la que carecían los gentiles a quienes escribía. Ya que fue criado dentro de la
vibrante comunidad del pacto del primer siglo, conocía muy bien las Escrituras
hebreas y sabía lo que la Biblia enseñaba sobre la oración. Debió conocer
grandes porciones de la Torá (Génesis a Deuteronomio) y habría
escuchado las historias sobre Moisés, David y los profetas en repetidas
ocasiones durante su vida. En el Templo, la sinagoga y la casa, habría
aprendido sobre la oración a muy temprana edad. Pero más importante que conocer
sobre cómo se debería orar era su comprensión de a
quién se debería orar.
Watson también menciona cinco principios básicos de paternidad que el pueblo
judío asociaba con Dios como su Padre celestial.
1. Reconocían que Su Paternidad significaba que Dios engendra hijos. 1 Crónicas
29:10 le da el título de “SEÑOR, Dios de Israel, nuestro padre,” y
también lo percibían como el que engendró a las naciones.
2. Sabían que Su Paternidad significaba que Dios está muy cerca. Como un padre,
los judíos sabían que Él estaba más cerca que cualquier otro familiar o amigo.
En el Salmo 68, Dios se ilustra como sentado en las nubes con sus miríadas de
carros y ángeles (v. 17). Pero a diferencia de esa grandeza, el salmista
también presenta a Dios a nivel personal - como “Padre de los
huérfanos” (v. 5). ¡Qué contraste!
3. Conocían la Paternidad de Dios en términos de Su amorosa gracia. Dios es
perdonador, tierno, misericordioso y clemente. “Como un padre se
compadece de sus hijos, así se compadece el SEÑOR de los que Le temen” (Salmos
103:13).
4. Percibían la Paternidad de Dios en términos de Su dirección. Jeremías
escribió: "Con llanto vendrán, y entre súplicas los guiaré. Los
haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no
tropezarán; porque soy un padre para Israel, y Efraín es Mi primogénito" (Jeremías
31:9).
5. Veían la Paternidad de Dios según su propia obediencia a Él... Luego de sus
muchas rebeliones y su corrupción, Moisés dijo a Israel: "¿Así
pagan ustedes al SEÑOR...? ¿No es Él tu Padre que te compró? Él te hizo y te
estableció" (Deut. 32:6). En otras palabras: “Después de todo lo
que Dios les ha hecho, ¿así es cómo le pagan? ¿Se atreven rebelarse y
desobedecer Su Palabra?”
La palabra griega para padre es páter, la cabeza patriarcal de la
familia. De allí vienen palabras como “paternidad” y “paternal.” En hebreo, la
palabra aba fue el término familiar usado por los niños en la
antigua Israel, y es usada aún hoy día. Si uno camina por un parque o la playa
en un día cálido de verano en Israel, se escuchan los gritos de “¡Aba,
Aba!,” mientras los niños de todas las edades claman por sus padres.
Es mucho más común que los clamores de “ima,” palabra hebrea
para “madre.” Los padres israelíes, como sus antiguos predecesores, están muy
involucrados en las vidas de sus niños, y a menudo son muy cariñosos con ellos,
incluso en público. La palabra aba aparece tres veces en el
Nuevo Testamento, y también indica una relación íntima y tierna.
El niño israelí común en la antigüedad tendría ese tipo de relación con su
padre. Desde los tres años de edad, hubiese comenzado a estudiar el idioma
hebreo con su aba, luego la Torá, y luego un oficio. Hubiera
escuchado a su padre repetir historias de los héroes de la fe judía y lo
hubiesen observado orar en la sinagoga y cuando dirigía las oraciones y la adoración
con su familia en el shabat (sábado) y cada día de fiesta
judía. La relación hubiese sido repleta de compasión, ternura y amor. Y aunque
fuese íntima, también el padre le hubiese inculcado a sus hijos el respeto y la
obediencia desde su nacimiento. Es triste que muchos cristianos hoy día
sustituyen la palabra aba en las Escrituras por “papi.” Aunque
existen muchas similitudes, esa palabra no conlleva el respeto y la reverencia
que representa la palabra en hebreo.
Cuando el niño judío leía en las Escrituras que Dios era su padre, su
experiencia le decía que Él era un Dios en quien podía confiar; un Dios que le
amaría y le fortalecería, instruyéndolo con paciencia y protegiéndolo
fielmente; un Dios a quien podría acercarse con gozo y risa; un Dios a quien
amaría y serviría, reverenciaría y obedecería. Esa fue la experiencia de Pablo.
Debió ser difícil impartir esos principios a personas convertidas desde el
paganismo, cuya religión no proveía ese fundamento. El judaísmo se distinguía
por los valores que formaba en los niños, las familias, todos los padres y cada
ser humano en general, y esos valores dieron formación a la primera Iglesia.
Características de una Vida de Continua Oración
A medida que los tesalonicenses captaban la naturaleza de Dios por medio de
las instrucciones de Pablo y la revelación del Espíritu Santo, sus vidas y
oraciones fueron dramáticamente transformadas. Eventualmente, orarían sin cesar
de forma natural. Mientras maduraban en ese proceso, la base hebraica del
cristianismo produciría otras características en su nueva vida de oración.
Acceso – la palabra griega prosagogue significa
abrir paso o acceso a un sitio. En tiempos antiguos, se refería a un individuo
que proveía acceso para ver al rey. Así como la reina Ester, nadie podía
acercarse a un rey sin los apropiados permisos, a pena de muerte. Cada corte
tenía un individuo responsable por entrevistar a los visitantes y presentarlos
ante el rey, y evaluaba si eran dignos o si serían aceptados por el monarca.
Las Escrituras Cristianas, el Nuevo Testamento, nos dicen que Yeshúa ha
tomado esa posición para nosotros. Por medio de Él, tenemos acceso al propio
trono de Dios. ¡Qué increíble privilegio tenemos, y cuán agradecidos deberíamos
estar de que, aunque totalmente indignos, hemos sido hechos merecedores de
venir delante del Rey! Efesios 3:12 menciona la palabra prosagogue,
y la combina con la confianza y valentía.
La palabra griega para valentía es parresía. Aparece sobre 30 veces
en el Nuevo Testamento, y se refiere a la acción de hablar. Fue frecuentemente
usada en situaciones políticas del mundo antiguo, y hoy nos podemos referir a
ello en términos de “libertad de expresión.” Implicaba que la persona tenía el
derecho de decir todo lo que pensara. También fue usada con referencia a la
capacidad de expresión verbal de Yeshúa, los apóstoles y otros
creyentes, y significaba que podían hablar la verdad abiertamente con toda
claridad. Eso añade otro profundo elemento a nuestro entendimiento sobre orar
sin cesar. En la actualidad, hemos sido recibidos por el Monarca luego de
nuestra presentación. Tenemos libre acceso ante el trono del Dios Omnipotente,
sin el cual no podríamos orar sin cesar. Nos podemos acercar con toda valentía,
confiando en nuestra posición como un huésped acepto por el Rey. Tenemos
completa libertad de palabra para expresar todo lo que hay en el corazón, ya
sea nuestros temores o deseos, y lo que nos preocupa o nos bendice.
Tal privilegio es difícil de comprender. ¡Y cuán importante es que recordemos
nuestra anterior mención sobre la oración y la actitud apropiada para entrar
ante el trono! Debemos entrar con valentía y libertad, pero también con
humildad y reverencia. Nunca debemos confundir la valentía con el descaro, ni
tratar tan enorme privilegio de acceso con frivolidad.
Gozo – Otra característica de la persona que ora sin cesar es el
gozo, y no puede ser de otra manera. Ya hemos establecido que para poder orar
constantemente, tenemos que estar constantemente conscientes de la presencia
del Señor. Y la Escritura nos dice que en Su presencia tenemos plenitud de
gozo.
El diccionario bíblico Holman define el gozo como “el feliz
estado que resulta de conocer y servir a Dios.” Varias palabras griegas y
hebreas son usadas en la Biblia para expresar la idea de gozo y regocijo. Eso
mismo ocurre en español con palabras casi sinónimas como gozo, alegría,
felicidad, júbilo y deleite. Las palabras más usadas para representar la
palabra hebrea simjá, y el término jara en griego,
son “gozo” (como 173 veces) y “alegría” (como 134 veces). Con sus distintas
variantes, el concepto aparece muchas veces más.
Dichas palabras pueden describir una amplia gama en la experiencia humana,
desde el matrimonio hasta el nacimiento de un bebé, desde una buena cosecha a
una victoria militar. Leemos que Dios mismo experimenta gozo, mientras que Sus
intervenciones en la historia, como la liberación de Su pueblo desde Egipto y
el retorno de la cautividad desde Babilonia, produjeron gozo en Su pueblo.
David habla repetidamente sobre el gozo en el libro de los Salmos, regocijando
en el hecho de que Dios lo libró de sus enemigos. Las epístolas cristianas
están repletas de referencias al gozo, y Yeshúaexperimentó gozo aún
cuando sufrió horrendo dolor y humillación en la crucifixión. A veces se
refiere al abundante gozo que disfrutan los cristianos en torno a su salvación
y futura vida después de la muerte. Los creyentes se regocijan porque Dios los
ha rodeado de su inmutable amor. El gozo es una respuesta ante la Palabra de
Dios, Su recompensa para los creyentes y Su fortaleza, según expresado en el
libro de Nehemías.
Tanto en el hebreo como en el griego, el concepto del gozo captura la esencia
de la alegría, la sensación de felicidad y todo lo que pudiera producir
deleite. Pero el entendimiento bíblico del gozo va más allá del mero
sentimiento humano. La felicidad es una condición temporera totalmente
dependiente de las circunstancias. Si la fuente de la felicidad es removida, la
sensación desaparece. Sin embargo, el gozo es un estado permanente, hallado aún
a pesar del dolor, el sufrimiento y la aflicción. A diferencia de un mundo que
egoístamente procura el placer y que confunde con la felicidad, el verdadero
gozo permite a los hijos de Dios que continúen regocijándose aún cuando les
lleguen problemas. De manera sencilla, el gozo es fruto de una correcta
relación con nuestro Aba.
Esperanza – La valentía y el gozo que hemos discutido como
características de una vida de constante oración son posibles sólo cuando uno
está lleno de una confiada esperanza o expectativa bíblica. Tristemente, la
terminología moderna ha robado la verdadera definición y significado de la
palabra “esperanza.” Hoy día, significa un fuerte anhelo, pero a menudo
acompañado de un sentido de impotencia y desconfianza en ver el cumplimiento
del deseo. Si comparamos varias definiciones de la palabra, vemos que el
entendimiento de esperanza se parece más a desesperanza, con poca o ninguna
expectativa de éxito.
Sin embargo, la palabra “esperanza” aparece como 150 veces en la Biblia, y casi
la mitad de ellas en el Nuevo Testamento. Lamentablemente, los corazones de
muchos creyentes no rebosan de gozo por una seguridad en la expectativa. Al
contrario, lo que sienten es inseguridad debido a ese tipo de vaga esperanza.
Pero en el antiguo mundo, el concepto de la esperanza no era una incierta
sensación de que quizás algo le pudiera suceder. Tenía la connotación de una
certeza. Si uno tenía esperanza, tenía la inmutable confianza en cierto
resultado. Tanto en el hebreo como en el griego, la esperanza implicaba una
profunda y confiada expectativa, una absoluta seguridad.
Por lo tanto, el mensaje desde el principio hasta el final de la Biblia, fuese
en griego o en hebreo, significaba lo mismo. La esperanza que tenemos en las
promesas de Dios, en Su tierno amor y cuidado por nosotros, en Su perdón, en Su
soberanía sobre nuestras vidas, y en Su promesa de vida eterna no es una
incierta esperanza. Es una certeza. Y esa sólida seguridad no sólo nos consuela
y nos anima, sino que nos fortalece e impulsa para que vivamos vidas de gozosa
obediencia.
Cuando el autor de Romanos 15:13 nos dice: “Y el Dios de la esperanza
los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanzapor
el poder del Espíritu Santo,” se refiere a una vida de constante
oración.
El salmista nos dice en el Salmo 33:18: “Los ojos del SEÑOR están sobre
los que Le temen, sobre los que esperan en Su misericordia.” Nuevamente,
encontramos los elementos de una oración sin cesar. Podemos caminar en un
estado de continuo reconocimiento de Su presencia porque siempre estamos
conscientes de Él.
Finalmente, Hebreos 11:1 dice que “la fe es la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve.” Cuán diferentes podrían ser
nuestras vidas si pudiéramos captar lo que el autor de Hebreos realmente dice.
La palabra “certeza” en el griego significa “realidad,” y el verso no es tanto
una definición de la fe, sino una explicación sobre cómo la fe y la esperanza
deben impactar nuestras vidas.
La Fidelidad de Dios nos da Poder
Nuestra relación con el Señor nos debe llenar con una sólida certeza de
quién es Él y quiénes somos en Él. Sabemos quién es nuestro Aba.
Podemos tener una confianza absoluta en Su pasión, en Su amor extravagante por
nosotros, y de que cada palabra que ha hablado se cumplirá. Ese asombroso
conocimiento nos da poder para vivir unas vidas de fiel obediencia, muy
diferentes a las vidas de quienes nos rodean. Tal fidelidad se basa en la
realidad y confianza de que veremos aquello que anticipamos. Y allí se
encuentra la absoluta prueba de que, aunque Dios es un Dios invisible, Él está
vivo, Su Palabra es la verdad absoluta y cada promesa que ha hecho es absolutamente
fiel.
Él es nuestro Aba. Nos sostiene suavemente en la palma de Su
poderosa mano, nos susurra suavemente sobre Su amor por nosotros, y nos atrae
ante Su trono donde nos podemos sentir libres para estar en comunión con Él...
y orar sin cesar.
Por Rev. Cheryl Hauer
Directora de Desarrollo Internacional
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