¡No puede fallar!
Esta
frase es empleada muchas veces en los medios de comunicación, trátese de una
operación quirúrgica delicada, de un examen, de un partido de pelota… Los
comentaristas nos dan a entender que si se produce un error, las consecuencias
son inevitables para las personas implicadas en el asunto. En cambio, en otras
ocasiones esas mismas faltas podrían corregirse en intentos posteriores.
Pero hay una decisión que no permite fallo alguno, es decir, la de nuestro
futuro eterno. Cada uno debe tomarla un día u otro; es la decisión más
importante de nuestra vida. El no ponerse en regla con Dios tendrá
consecuencias terribles y eternas para todos los que no lo hayan hecho. Porque
después de la muerte tendrá lugar el juicio (Hebreos 9:27), y en el más allá no
habrá un examen de recuperación, es decir, no habrá otra oportunidad. En la
tierra se decide dónde pasará el alma la eternidad.
Dios se acercó a nosotros en la persona de su Hijo, testigo del infinito amor
que sentía por nosotros. La vida de Jesús, su muerte en la cruz y su
resurrección hacen de él el Salvador de los que creen en él. ¡Cuán grave sería
despreciar el don de Dios! Es preciso escoger entre estas dos opciones: creer
en el Señor Jesús para ser salvo, o rechazarlo, lo que significa estar
condenado. “El que tiene al Hijo (Jesucristo), tiene la vida; el que no tiene
al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).
Aproveche hoy la oportunidad que Dios le ofrece.
Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones. Hebreos 3:15
Y de la manera que está establecido
para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así
también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos. Hebreos
9:27-28
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