Una gran fe
(Léase
Mateo 8:5-13)
Jesús entró en Capernaum, ese pueblo donde había hecho muchos milagros. La
mayoría de sus habitantes permanecían indiferentes, pero allí vivía un
extranjero, un centurión del ejército romano. Su profesión no lo había
endurecido; era sensible al sufrimiento de su siervo. Reconoció en la persona
de Jesús al enviado de Dios; por ello fue a su encuentro con confianza y
humildad. No se consideraba digno de recibir al Señor en su casa.
Este militar, que conocía la disciplina del ejército romano, reconoció por la fe
la autoridad del Señor. Estaba seguro de que una sola palabra de Jesús
movilizaría todo el poder divino para curar a su siervo. ¡Qué fe tan
maravillosa! En el mismo instante, el centurión recibió una respuesta: “Ve, y
como creíste, te sea hecho” (v. 13). La respuesta divina fue según la medida de
su fe.
La fe tiene dos aspectos. Primeramente está la fe que salva, la cual consiste
en reconocerse perdido y creer en el Señor. En este ámbito no hay fe grande ni
pequeña: creemos o no creemos. Dios no salva según nuestra medida de fe, sino
debido a la obra de Cristo.
Luego está la fe puesta en práctica, la que se manifiesta día a día. Ésta nos
conduce a ver las cosas como Dios las ve, a comprender lo que él quiere, a orar
y a actuar con inteligencia. Dios honra una fe así en las respuestas que da, y
quiere fortalecerla. Nos pide que imitemos la fe de los que vivieron cerca de
él (Hebreos 13:7). Imitemos el discernimiento, la humildad y el amor de este
centurión.
Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente
di la palabra, y mi criado sanará… Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste,
te sea hecho. Mateo 8:8, 13
Acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe. Hebreos 10:22
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