VIVIENDO PACIENTEMENTE EN UN MUNDO IMPACIENTE


Mi esposo y yo servimos al Señor a tiempo completo en Estados Unidos por casi 20 años. Nuestro hogar era nuestro centro de trabajo y actividad las 24 horas del día. Desde infantes a personas retiradas, desde madres solteras a familias en crisis, ministramos el amor del Señor a todo el que se nos acercara en busca de ayuda. A menudo teníamos 20 personas o más en nuestra mesa durante la cena, muchos de los cuales vivían con nosotros por cierto período de tiempo. Una joven mujer y su hijo de dos años llegaron a integrarse a nuestra familia y ministerio por 11 años. Con niños bajo mis pies y un teléfono al oído, escribía manuales educativos y de entrenamiento para nuestro personal, mientras aconsejaba a adolescentes encinta y conducía estudios bíblicos. Y en medio de todo eso, yo era reconocida por mi paciencia. Con un temperamento equilibrado y el gozo del Señor, era muy difícil que algo me irritara.

Pero recientemente, el Señor me reveló cuán lejos me había apartado de ese ideal. Viviendo en Israel, uno es constantemente enfrentado con oportunidades para demostrar mayor paciencia, especialmente cuando uno se encuentra en el tráfico. Mientras mi esposo conducía el auto por las atestadas calles de Jerusalén, me encontraba más y más irritada con los conductores a nuestro derredor. En cierto momento, un hombre particularmente asertivo se nos adelantó y yo exploté en ira, gritando, aunque no me podía escuchar, y enojadamente señalé en su dirección. De repente me sentí avergonzada de mí misma y me arrepentí. En ese momento el Señor comenzó a recordarme otros incidentes parecidos.

Últimamente, vez tras vez he reaccionado con impaciencia, ya sea en el tráfico, en el mercado o en las filas, como si mi existencia, mis metas, mi tiempo, mis deseos y mis planes fuesen más importantes que las personas que me rodeaban. De alguna manera, llegué a creer que yo era el centro de todo, y me di cuenta cuán a menudo dejamos que las circunstancias gobiernen nuestras reacciones. Por alguna extraña razón, fácilmente pensamos que tenemos el derecho de exigir cosas de los demás, y que podemos reaccionar con ira y hablar sin pensar. Y raras veces llamamos esas reacciones como lo que realmente son: puro egoísmo. Confesar meramente que “yo fui un poco impaciente” no suena tan malo como si dijera la pura verdad: “Fui terriblemente egoísta.”
El Testamento Más Nuevo refleja la exhortación encontrada en el Más Antiguo: de amar a los que nos rodean, e incluso, de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Yeshúa (Jesús) dijo a Sus discípulos que serían conocidos no por su sólida doctrina sino por su amor el uno al otro. La impaciencia es la antítesis del amor y, como un virus o fuerte catarro, es altamente contagiosa.

Adquiriendo la Paciencia: 

Decidí que la única manera de procurar una “inyección de paciencia” era repasando lo que la Biblia dice al respecto. Y, claro está, eso incluye una mirada a los fundamentos hebraicos de nuestra comprensión cristiana. A medida que oraba y pedía la dirección del Señor en este estudio, me vinieron dos cosas a la mente.

Cuando primero vine a los caminos del Señor, nuestro pastor decía: “¡Nunca oren por la paciencia!” Lo decía porque el Señor no contestaría esa petición al milagrosamente hacer bajar sobre uno un manto de serenidad. Por lo contrario, el Señor contestaría esa petición con situaciones que realmente requiriesen la paciencia. Según nuestro pastor, sería un entrenamiento muy incómodo.

A manera interesante, los rabinos han dicho eso mismo por generaciones, enseñando que muchos de los regalos que Dios da a Sus hijos responden a ciertas situaciones. La sanidad sólo puede llegar cuando uno se encuentra enfermo o herido. Liberación sólo es posible si uno se encuentra en servidumbre. Tal es el caso con la paciencia, dice el judaísmo. Sólo puede cultivarse en medio de circunstancias difíciles.

Pero el Musar (una antigua y tradicional disciplina judía que ofrece dirección para vivir una vida agradable a Dios) nos da la esperanza de un camino menos doloroso para alcanzar nuestra meta. Nos enseña que la impaciencia surge de una creencia errónea de que somos dueños de nuestro destino. Tal perspectiva niega el hecho de que Dios es soberano y está en control de cada aspecto en nuestras vidas. La verdad es, dicen los rabinos, que aunque no perdemos todo el control ni vivimos pasivamente, nuestras vidas están integradas a Su gran propósito en términos de tiempo, espacio, espíritu y materia. Nuestras circunstancias son dirigidas por Manos que no son nuestras. Y la mejor manera de cultivar la paciencia, dicen ellos, es contemplar quiénes realmente somos en relación con el resto del universo. Una comprensión de nuestra “pequeñez” y Su enormidad debe poner todo en justa perspectiva.

Mi segundo pensamiento fue el verso en Gálatas 5:22-23: “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.

Cuando los cristianos hablan sobre esos importantes conceptos, frecuentemente se refieren a ellos como “los frutos” del Espíritu, pero de hecho el autor usa el término en el singular. No es una lista de frutos individuales. Así como la granada está llena de cientos de semillas, o un segmento de naranja contiene docenas de saquitos de jugo, colectivamente son una sola fruta. Y al igual que esas semillas y esos sacos, cada uno podría ser único y especial, pero está bien unido con los demás. Miremos el lenguaje original más de cerca para que nos revele esa verdad de manera más profunda:

1. Amor: Especial entre esta lista de atributos, es el único destacado como un mandamiento por los escritores de la Biblia. Desde tiempos de los antiguos israelitas hasta los días de Yeshúa, el pueblo de Dios ha recibido la orden de amar: amar al Señor, amar el uno al otro, amarnos a nosotros mismos, y aún amar a nuestros enemigos. Por lo tanto, no es sorprendente que encabece la lista. El amor es como la cáscara de una fruta que sostiene todo el interior.

2. Gozo: Un comentarista definió el gozo como una “gracia exteriorizada.” Se refiere al sentido de felicidad que florece en momentos de dificultad.

3. Paz: Tanto en el hebreo como en el griego, esta palabra tiene un gran número de significados, pero en esta situación conlleva la idea del orden en medio del caos.

4. Paciencia: Aunque veremos esta palabra con más profundidad más adelante, aquí se puede definir como tolerancia o resistencia ante la prueba.

5. Benignidad: Esta palabra no significa “ser bueno,” sino que indica actuar por el bien de una situación o persona, sin importar cuán difícil sea.

6. Bondad: Esta palabra se refiere al más elevado carácter moral, evidenciando excelencia y virtud no afectadas por las circunstancias.

7. Fidelidad: La connotación aquí es de un compromiso absoluto y total, 100% de veracidad sin importar las consecuencias.

8. Mansedumbre: A menudo definido como un carácter ecuánime o tranquilo, el significado aquí es balance con una sensación de calma y longanimidad.

9. Dominio Propio: Esta palabra implica perfección, y apropiadamente termina la lista que comenzó con el amor.

Nueve Atributos – Un Fruto: 

El autor de Gálatas ha descrito nueve atributos visibles de una vida santa. Nos podríamos sentir tentados de mirarlos por separado, orando quizás por la benignidad o por la paz, e ignorando los demás. O quizás los pudiéramos ver como peldaños que se deben procurar en el orden que se mencionan, y subir cada uno a la vez. Eso sería muy típico de nuestra perspectiva occidental del mundo donde hacemos compartimientos y vemos cada aspecto individual de la vida como independientes uno del otro. Pero es importante recordar que los autores del Nuevo Testamento eran hombres judíos que percibían al mundo desde una perspectiva hebraica. Veían al mundo de forma íntegra, con cada aspecto de la vida como una unidad interconectada. El individuo, su familia, su comunidad, su nación y su Dios formaban una unidad sinérgica, y todo lo que impactaba una parte de la unidad impactaba a toda.

Yo creo que el Señor desea que miremos esos versos con unos ojos hebraicos: nueve características individuales pero no independientes, vinculadas inextricablemente y hasta sobrepuestas, cada una formando parte de la otra. Juntas, son manifestaciones de la vida que Dios desea que expresemos.

Por lo tanto, si oramos por uno de esos atributos, oramos por todos ellos. Así vemos que la fidelidad es posible por la paciencia; la paciencia permite que perseveremos en la benignidad; la bondad se manifiesta cuando florece el gozo; la paz trae orden en medio del caos; y el dominio propio revelado por medio del amor produce perfección en cada situación. Mis pequeñas explosiones de impaciencia, al examinarlas cuidadosamente, revelan no sólo la falta de paciencia, sino también falta de gozo, paz, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio y, sobre todo, amor.

La Paciencia Definida: 

Las definiciones del diccionario para “paciencia” proveen aún más evidencia de la importancia de esa comprensión hebraica. Mientras lea lo siguiente, busque los componentes de los otros ocho atributos del fruto del Espíritu.

Paciencia significa: (1) soportar dolor o dificultad sin queja; (2) manifestar control bajo provocación o tensión; (3) no ser presuroso o impetuoso; (4) tener compostura en medio de la adversidad; (5) ser capaz o estar dispuesto a soportar problemas.

La palabra hebrea por “paciencia” enfatiza un aspecto de entre varias características encontradas en Gálatas. La palabra es savlanut, y significa tolerar, sufrir, soportar o llevar una carga pesada. La palabra es usada en las Escrituras y en las enseñanzas de los sabios, y frecuentemente significa llevar una carga. A veces esa carga puede ser en términos de tiempo, como en la espera, como también por causa de persecución, oposición, maltrato, falta de respuesta por parte de otro y expectativas no alcanzadas. Ya sea en español o hebreo, no hay duda que ser paciente significa cultivar la capacidad de sufrir.

¿La Paciencia es Posible Hoy Día?

Cuando yo era niña, me encantaba caminar con mi madre hasta la oficina del correo. Cada dos días, íbamos a ver lo que contenía nuestro buzón de correo postal, y me fascinaba recibir de vez en cuando una carta de mi prima que vivía a muchas millas de distancia. A veces esa carta tomaba varios días, o hasta una semana, en llegarme. Cuando cumplí un poco más de edad, descubrí que existía entrega de correo de un día para otro, y me asombraba cuán rápidamente las cartas podrían viajar.

Pero los tiempos han cambiado mucho desde entonces. Desde el cablegrama, hasta la máquina de facsímiles, la computadora y el celular, hemos llegado a días de comunicación en tiempo real e información instantánea. Vivimos tiempos descritos por los investigadores como un estilo de vida virtual, y estudios recientes demuestran que pagamos un alto precio por ello. Con nuestra comunicación por teléfono celular, correo electrónico, Internet y chateo, hemos creado una amalgama de problemas de salud parecidos a las adicciones y desórdenes alimenticias, pero lo más notable entre los problemas relacionados a la tecnología es la impaciencia.

Lo queremos todo en el momento. Sea éxito, riqueza, una respuesta, cualquier cosa, lo queremos todo ahora mismo. Y nos hemos engañado en pensar que tenemos el derecho y el poder de obtener todo AHORA. Sin embargo, muy pocas veces experimentamos el AHORA en nuestra existencia humana.

El rey Salomón nos enseñó que vale la pena ver el final de un asunto porque siempre es más beneficioso que el principio. Y la Torá (Génesis a Deuteronomio) dice que Dios demuestra la virtud de la paciencia. Los rabinos enseñan que Él preservó a Lot y sus hijas de la destrucción en Sodoma porque, generaciones después, Rut y su nieto David serían sus descendientes y producirían gran bendición para Israel. La paciencia infinita del Señor, quien puede esperar varias generaciones para que una situación aparentemente negativa produzca un resultado positivo, contradice nuestra inclinación mortal del tiempo por gratificación instantánea.

El Musar nos recuerda que la increíble paciencia de Dios se evidencia más claramente cuando desobedecemos o no hacemos lo que es correcto. Aún así, Dios nos extiende Su tolerancia. Si no fuese por Su paciencia, nuestro castigo sería inmediato. No habría margen para el error ni segundas oportunidades, ni tampoco opción para aprender y crecer. La longanimidad de Dios nos permite experimentar Su perdón y restauración vez tras vez.

Los Sabios Dicen:

El Talmud (comentario rabínico de la tradición judía y las Escrituras Hebreas) también dedica mucha atención al tema de la paciencia, describiéndola como un ingrediente clave para la crianza y enseñanza de niños. De hecho, el Talmud dice que un hombre de “temperamento corto” (o impaciente) ¡no puede ser maestro! Dice que el aprendizaje se basa en la confianza. Los estudiantes no pueden confiar en un maestro o una maestra que no tiene paciencia y, por lo tanto, no podría haber verdadero aprendizaje.

Desgraciadamente, los seres humanos tenemos un temperamento corto por naturaleza. Nuestros juicios apresurados o juicios previamente formados ocasionan la impaciencia hacia los demás y pueden precipitar unas reacciones o una conducta injusta. ¡Cuán increíblemente bendecidos somos de que nuestro Salvador y Redentor es un Dios de longanimidad y tiene infinita paciencia con Sus impacientes hijos!

En las Escrituras: 

La paciencia aparece docenas de veces en el Testamento Más Antiguo como en el Más Nuevo. Nos dicen que Dios nos tratará según Su paciencia; que Sus escogidos deben demostrar la paciencia; que debemos caminar con paciencia y tolerancia; que nos fortalecerá con la paciencia; y que sobre todo debemos ser pacientes unos con otros. En muchos de esos versos identificamos la asombrosa paciencia de un Dios que nos ama.

“El Señor no se tarda en cumplir Su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con ustedes, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

“El SEÑOR es lento para la ira y abundante en misericordia, y perdona la iniquidad y la transgresión…” (Números. 14:18).

“Entonces pasó el SEÑOR por delante de él y proclamó: ‘El SEÑOR, el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad’” (Éx. 34:6).

“Pero Tú, Señor, eres un Dios compasivo y lleno de piedad, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad” (Salmos 86:15).

Estos son unos simples ejemplos de las repetidas veces que las escrituras nos hablan de la misericordia y paciencia de Dios, de Su paz y bondad, y de Su gentileza, gozo y benignidad. En otras palabras, los nueve atributos en Gálatas, incluyendo la paciencia, son distintivos de una vida santa porque son características de Dios mismo. Estas resumen en pocas palabras quién es realmente Dios. Él es amor. Él es paz. Él es gozo. Él es paciencia.

Y en esa paciencia, Dios espera por nosotros. No desperdicia Su tiempo jugando con Sus dedos o “Solitario” mientras espera por el momento apropiado. Dios nos carga y nos lleva. Mientras pospone el juicio, sufre nuestra impaciencia. Nosotros le causamos dolor, le ocasionamos esa carga que lleva. Y Su increíble, extravagante y misericordioso amor, llamado jésed en hebreo, lo impulsa a perseverar en esa paciencia.

Paciencia con Israel: 

Dios no sólo es paciente con nosotros como individuos y con la humanidad en general. En toda la Biblia, vemos repetidos ejemplos de la disposición de Dios por esperar por quienes Él ama, incluyendo la nación de Israel. Desde el libro de Génesis en adelante, Él habla por medio de Sus profetas, dejando entender a Su pueblo lo que experimentaría si se mantiene fiel a su relación de pacto con Él. Les promete Su amor y fidelidad, además de Su cuidado y protección, sin importar dónde se encuentren en la tierra. Y les promete Su divina intervención para volverlos a traer a su tierra ancestral desde los cuatro confines de la tierra. En la actualidad, Dios está cumpliendo esas promesas, luego de tres mil años de relación amorosa y paciente con Su pueblo. Tres mil años es un largo tiempo para esperar, pero los sabios narran una maravillosa historia que revela dicho corazón paciente de Dios.
Una vez un rey poderoso se casó con una bella y noble mujer, y celebró una extravagante ceremonia nupcial en que todos los reinos vecinos fueron testigos de su increíble amor por ella. Aún la ketubá (documento de acuerdo nupcial) era inusual en su gran esplendor. Era extenso, y en sus muchas páginas hizo múltiples promesas a su nueva esposa. “Te daré muchas tierras como tu propiedad personal...” le prometió, “y te daré tu propio establo con los mejores caballos.” También le prometió muchas casas, sirvientes, cosechas, viñas, etc., y describió con lujo de detalle cuán buenos serían y cómo las naciones envidiarían todo lo que su amoroso esposo le daría.

Poco después de la boda, el rey fue llamado a una de sus tierras lejanas para resolver una situación apremiante entre ese pueblo. Desdichadamente, le tomó muchos años en resolver el conflicto y estabilizar la situación, durante los cuales su esposa esperaba que regresara.

Representantes de las naciones vecinas comenzaron a hablar con la mujer y a tratar de hacer que dude de la fidelidad de su esposo. Le decían: “¡Te ha abandonado! Nunca volverá. ¿Cuándo aceptarás que ya no te ama? Si te amara, hubiera encontrado la forma de estar aquí.” Repetidamente lanzaban insultos contra su esposo y trataban de convencerla de que ya nunca regresaría. Pero cada vez que lo hacían, volvía a leer su ketubá, y esas palabras la consolaban. Aunque todavía no había recibido todo lo que le había prometido, esas palabras estaban llenas de un amor tan apasionado que la llenaban de confianza sobre su regreso.

Y finalmente un día el rey regresó a su hogar. Se apresuró a abrazar a su esposa, y le dijo: “Mi amada. Me maravillo de que pudieras esperar todos estos años por mi regreso con tanta paciencia y fidelidad.”

“Mi Señor,” respondió. “No fue sencillo. Los años han estado repletos de dolor y mucho sufrimiento. Mis vecinos te insultaban y me llamaban ‘necia’ por esperar. Me decían que nunca volverías a mí. Pero cada día leía la ketubá que me diste y me llenaba de esperanza. Sabía que tú también esperabas pacientemente, y que algún día regresarías.”

Los sabios dicen que así es Dios con Israel. Las naciones se burlan diciendo: “¿Cuánto tiempo vas a esperar? ¿Vas a morir por un Dios que te ha abandonado? ¡Él nunca regresará por ti!” Pero los escogidos de Dios se reúnen en sus sinagogas, en sus mesas de Shabat y en sus salas de estudio para leer la Torá. Allí, Dios les promete muchas cosas y Sus palabras están repletas de apasionado amor. “Les bendeciré, les daré una hermosa tierra, les haré fuertes, serán fructíferos y multiplicarán, les redimiré, caminaré entre ustedes...” Mientras leo Sus palabras, me consuelan y me llenan de esperanza.

Cuando llegue el Día de la Redención, dicen los sabios, cuando Israel se encuentre delante de su Dios, el Santo les dirá: “Mis queridos hijos, me asombra de que pudieran esperar por mí todos estos años!” Y ellos le responderán: “Señor, si no fuera por Tu Torá, hubiésemos desmayado. No fue fácil; los años han estado llenos de dolor y sufrimiento. Las naciones del mundo hace tiempo nos trataron de convencer que Te habíamos perdido. Se burlaron de nosotros y nos dijeron que éramos necios por esperar en Tu regreso. Pero la Torá que nos diste estaba tan llena de Tu amor que nos dio paciencia para esperar.”

La Paciencia Santa es como una Danza: 

Aún en el griego, la palabra por “paciencia” se relaciona con el sufrimiento. Requiere que el pueblo de Dios se rinda a Él y espere que Su mano se mueva a su favor, pese a las circunstancias. Es más que esperar irremediablemente con nerviosismo. Significa rendirse en absoluta confianza, esperando por Dios como Él ha esperado por nosotros. En el Nuevo Testamento, Yeshúa dice a Sus discípulos que llevemos Su yugo, que es fácil y ligera. Sólo se siente pesada cuando dejamos de ser pacientes y olvidamos de que nos ha prometido que Él llevará esa carga con nosotros.

El pastor y maestro americano T. D. Jakes dijo que la paciencia santa es como una danza. Uno debe responder a Su movimiento, moviendo los pies según el ritmo de Dios. Debemos  sincronizar nuestra vida según Sus direcciones, dejando que nos dirija. Pero si tratamos de forzar nuestros pasos por alcanzar cosas inmediatas, si nos dejamos llevar por nuestro egoísmo e impaciencia, y ya no esperamos por Él como Él ha esperado por nosotros, perdemos Su ritmo. Y lo que debió ser una bella danza se convierte en un torpe caos.

Un reformador judío del séptimo siglo llamado Ba’al Shem Tov, quien creía que el judaísmo debería ser una religión llena de gozo, cántico y danza, dijo: “Me paro y me caigo; me paro y me caigo; me paro y me caigo... pero todo el tiempo, sigo danzando.” ¡Quizás él y T. D. Jakes tenían la misma idea!

Por Rvda. Cheryl Hauer

Directora de Desarrollo Internacional

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