Equipado para la batalla
Para ganar una guerra, hay que reconocer que se
está en ella.
Jesús
nunca nos dijo que la vida cristiana sería fácil. De hecho, nos advirtió lo
contrario. En Juan 16.33, Él aseveró solemnemente: “En el mundo tendréis
aflicción”. La historia de la iglesia y el testimonio de nuestras vidas
muestran que esto es así.
Cada
mañana, cuando usted y yo nos despertamos, estamos en una guerra. Muchos
creyentes simplemente no toman en serio esta realidad. Sin embargo, cuando
hablamos de guerra espiritual debemos recordar que cada día vivimos en medio de
una batalla real y personal que debemos enfrentar.
No
reconocerlo resulta en una derrota constante y dolorosa. Los cristianos nos
sentimos confundidos y desmoralizados, porque no entendemos por qué seguimos
fracasando espiritualmente. Justo cuando creemos que hemos vencido algo, esto
se yergue de nuevo para derrotarnos.
Tomados
desprevenidos:
Una de
las principales razones por la que los creyentes son derrotados, es porque el
enemigo los toma totalmente desprevenidos. Estos creyentes simplemente pasan
sus días sin darse cuenta de la guerra que se libra en sus vidas. Al mismo
tiempo, cuestionan la Palabra de Dios, diciendo: “Señor, si este Libro es todo
lo que dices que es, y si el evangelio es tan poderoso como has prometido,
¿porqué, entonces, no está funcionando en mi vida?”
El
problema no es que a la Palabra de Dios le falta poder, sino que muchas veces
no reconocemos la intensa batalla espiritual que hay alrededor de nosotros.
Estamos en guerra, y es una lucha por nuestras vidas, no nuestra vida física,
sino por nuestra vida espiritual. La única manera de sobrevivir a este
conflicto es preparándose para la batalla.
Reconocer
al enemigo:
En
Efesios 6.10-18, el apóstol Pablo nos dice que nos preparemos vistiéndonos “de
toda la armadura de Dios”. Al pensar en cómo prepararnos, debemos comenzar
sabiendo contra quién estamos luchando. Pablo identifica perfectamente al
enemigo en Efesios 6.12: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Pablo está diciendo aquí que nuestro enemigo es el diablo y todos sus perversos
ángeles —todas sus huestes demoníacas— que actúan en contra de nosotros cada
día.
¿Qué es
lo que quiere el diablo? Su objetivo principal es hacernos dudar de la verdad
de las Escrituras. Quiere que los intereses mundanos desvíen nuestra atención
de las cosas de Dios. Quiere lograr este objetivo y cualquier otra cosa que
haga inefectivo nuestro testimonio y servicio al Señor. Si llegamos a ese punto
de inefectividad espiritual, nos convertimos en unos soldados del reino
inútiles y derrotados.
En segundo
lugar, debemos reconocer la situación. Muchos cristianos sinceros oyen la
palabra “guerra” y la rechazan, diciendo: “Este asunto de armas y de guerra
parece tan opuesto a Dios. Creo en la paz, y por eso no creo que la Biblia
hable, en realidad, de una batalla”.
Conscientes
de que estamos llamados a ser pacificadores (Stg 3.18), veamos honestamente lo
que dice la Biblia en cuanto a la guerra espiritual. Al escribir a su discípulo
Timoteo, Pablo le dice que él es, en realidad, un “soldado de Jesucristo” (2 Ti
2.3, 4). Asimismo, en 2 Corintios 10.4, Pablo se refiere a “las armas de
nuestra milicia” en medio de una batalla espiritual.
Pablo
estaba, sin duda, familiarizado con el lenguaje de la guerra. Como ciudadano
romano del primer siglo d.C., debió haber sido testigo de mucha actividad
militar. Además, él mismo fue a menudo una víctima de los caprichos de las
autoridades romanas. Debemos creer que, por la inspiración del Espíritu Santo,
Pablo tuvo mucho cuidado en cuanto a las palabras que utilizaba al describir
nuestra condición espiritual. Cuando eligió términos como “guerra”, “armas” y
“soldado”, no cabe duda de que entendía que todos estamos en medio de una gran
guerra, no de la carne, sino del espíritu.
En tercer
lugar, tenemos que estar vestidos debidamente para la batalla. Piense en cómo
se viste usted cada mañana. Todos elegimos una ropa adecuada al día. Si voy a
la iglesia el domingo, me visto de traje y corbata. Si voy a pescar, me pongo
unos viejos pantalones sucios y una camisa, y no me importa mojarme. Si voy a
fotografiar una montaña cubierta de nieve, me pondré una chaqueta contra el
frío, con bolsillos para accesorios de cámara. Y, si voy a una batalla, tendré
que ponerme, desde luego, mi armadura.
Ponerse
la armadura:
Cuando
Pablo dice en Efesios 6.11 “vestíos de toda la armadura de Dios”, quiere decir
exactamente eso: tenemos que ponernos siempre cada pieza de ese equipo de una
manera deliberada y meticulosa. Si entramos al campo de batalla sin protección,
nos convertimos en blanco fácil del ataque del enemigo.
Por
tanto, miremos cada pieza que aparece en Efesios 6.13-17, para ver lo que hace
y cómo podemos ponérnosla. Yo sugeriría que nos pongamos una pieza a la vez, de
arriba abajo. Esto es lo que yo hago todas las mañanas. Examino cada pieza de
la armadura, y me recuerdo a mí mismo su propósito tan pronto como salgo de la
cama.
Imagine,
primero, un hermoso casco, y piense que se lo pone en la cabeza, mientras dice:
“Señor, elijo ponerme el yelmo de la salvación hoy para proteger mi mente. Quiero
pensar sólo lo que tú pienses, Señor. Quiero darte las gracias, porque cada vez
que Satanás me envíe uno de sus pensamientos, este yelmo de la salvación
protegerá mi mente”.
Hay que
recordar que la batalla comienza en nuestra mente; ésta es la zona de combate
de Satanás. La batalla puede deslizarse después hacia nuestras emociones y
acciones, pero siempre comienza con nuestros pensamientos. Por consiguiente,
nuestra mente debe ser protegida todo el tiempo.
Imagine,
después, una gran pieza de armadura corporal, y diga: “Señor, elijo ponerme la
coraza de justicia que proteja mis emociones. Quiero sentir sólo lo que tú
sientes. No permitas que reaccione de acuerdo con mis emociones, sino que
responda basado en la verdad que hay en mi mente”. Esto es importante, porque
muchísimas personas están a merced del temor, de la ansiedad, de las
tentaciones o de otras influencias negativas. Si usted permite que le dirijan
donde ellas quieren, su vida espiritual experimentará una derrota total.
En tercer
lugar, cíñase el cinturón de la verdad, y diga: “Señor, elijo ponerme la
verdad, porque anhelo permanecer centrado en tu Palabra. Quiero vivir en la
verdad, andar en la verdad, y dar testimonio de la verdad”. Cuando estamos
familiarizados íntimamente con las Escrituras, no podemos ser engañados por las
mentiras de Satanás. Las falsas enseñanzas son desechadas cuando sometemos al
filtro de las Escrituras todo lo que oímos.
En cuarto
lugar, piense en sus pies y ore, diciendo: “Señor, elijo ponerme el calzado de
la paz. Dondequiera que vaya hoy, quiero ser un pacificador. Quiero que mis
pisadas sean evidencia de la paz que tengo en el Espíritu Santo”. El calzado de
los soldados romanos tenía largas púas debajo de las suelas para ayudarles a
plantar sus pies firmemente en el suelo. Del mismo modo, nosotros podemos, con
el calzado de la paz, afianzar confiadamente nuestros pies sobre la base de
Jesucristo.
En quinto
lugar, imagine ese gigante escudo romano, del tamaño de una puerta, y diga:
“Señor, tomo el escudo de la fe. Quiero darte las gracias porque, no importa
cuántos dardos encendidos me lance el enemigo hoy, no importa cuántas pruebas o
tentaciones pueden venir, puedo estar a salvo detrás de la enorme protección de
la fe”. Recuerde que la fe es una fuerza poderosa que marca la diferencia entre
el fracaso y el éxito, entre la amarga derrota y la victoria.
Por
último, rodee sus dedos con la Palabra de Dios, y diga: “Señor, elijo tomar la
espada del Espíritu, tu santa Palabra. Padre, gracias por esta arma espiritual
que penetra tan profundamente para hacer que haya convicción y
arrepentimiento”. La Biblia, nuestra única arma, es a la vez defensiva y
ofensiva. Nos permite desviar los golpes del enemigo, y traspasa el corazón del
hombre pecador. La victoria depende de tomar la Escritura y saber bien cómo
usarla.
Cubierto
por la fe:
Ahora
bien, ¿cómo ponerse esta armadura? Por la fe. Aunque usted no pueda ver
físicamente el aparejo para la batalla, puede tener la confianza de que Dios le
cubrirá totalmente con su poder y con su presencia al lanzarse cada día a un
mundo tenebroso.
El
peligro que debemos evitar, es la creencia de que podemos elegir qué piezas de
la armadura necesitamos para cada día. ¿Iría un soldado a la batalla equipado a
medias? ¡Por supuesto que no! Él sabe que cada detalle es vital para su
supervivencia. Del mismo modo, si nos falta alguna pieza cuando entramos en
nuestro campo de batalla espiritual, Satanás atacará con toda seguridad esa
área débil desprotegida. Es por eso que Pablo nos manda específicamente a que
nos pongamos toda la armadura de Dios.
Lamentablemente,
la armadura de Dios es una verdad espiritual que muchos creyentes no aprecian,
o simplemente no toman con seriedad en absoluto. Quiero retarle, entonces, a
vestirse deliberadamente para la batalla espiritual que enfrentará cada día.
Dios nos ha proporcionado el equipo; lo único que tenemos que hacer es
ponérnoslo.
Usted
está yendo a una batalla hoy. ¿Está equipado para la misma?
por
Charles F. Stanley
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