El ARBOL DE LOS PROBLEMAS
Su primer día de trabajo acababa de terminar. Había
sido un día sumamente difícil para aquel carpintero. Un neumático desinflado lo
había atrasado una hora, se le había dañado su sierra eléctrica, y ahora su
destartalada camioneta se negaba a arrancar. Disculpándose una y otra vez, le
pidió a su nuevo patrón que le hiciera el favor de llevarlo a casa.
Camino a su casa, el pobre carpintero permaneció
callado, pero una vez que llegaron, invitó a su patrón a que entrara a conocer
a su familia. Antes de llegar a la puerta, el carpintero se detuvo unos
instantes frente a un pequeño árbol y tocó con las manos las puntas de las
ramas.
Tan pronto como su esposa abrió la puerta, se
transformó el semblante de aquel hombre. En su bronceado rostro se dibujó una
sonrisa, abrazó a sus dos hijos pequeños y le dio un beso a su esposa.
Después de las presentaciones acostumbradas,
acompañó a su patrón hasta el auto. Al pasar cerca del árbol, la curiosidad
venció al patrón y le preguntó acerca de lo que había hecho antes de entrar en
la casa.
—Ese es el árbol de mis problemas —contestó el
carpintero—. No puedo hacer nada para evitar que haya problemas en el trabajo,
pero sí puedo dejar de llevarlos conmigo a la casa. Ni mi esposa ni mis hijos
merecen que les lleve esos problemas. Así que simplemente los cuelgo en el
árbol cada noche que llego del trabajo, y los vuelvo a recoger a la mañana
siguiente. Lo curioso es que cuando salgo por la mañana a recogerlos —añadió
sonriente—, ya no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche
anterior.
Los optimistas escuchan esta anécdota y exclaman:
«¡Qué bueno sería que todos aprendiéramos a dejar nuestros problemas antes de
llegar a casa!» Los pesimistas replican: «¡Qué bueno sería que fuera así de
fácil!» Pero lo cierto es que no hay que ser uno de esos optimistas para lograr
los mismos resultados que obtuvo el carpintero. Hay buenas noticias para
aquellos a quienes les resulta imposible: ¡Sí se puede cuando dependemos de la
ayuda de Dios!
Uno de los discípulos
de Jesucristo que tenía fama de meterse en problemas era el apóstol Pedro. Por
eso es tan significativo que en su primera carta nos dijera: «Depositen en
[Dios] toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.»1 Sin duda Pedro estaba pensando en la cantidad de
veces que le había entregado sus problemas a Cristo, y Cristo se había
encargado de ellos. Más vale que reconozcamos que, al igual que el carpintero,
también nosotros tenemos dónde colgar nuestros problemas. En lugar de
imponérselos a nuestros seres queridos, colguémoslos en el Árbol de nuestros
problemas, que es Dios mismo. Aprendamos de Pedro que podemos depositarlos en
Dios, porque Él cuida de nosotros.
Comentarios
Publicar un comentario