"LAS INVITACIONES DE DIOS"


Hay algo muy poderoso en cuanto a una invitación. El saber que alguien se interesa en uno lo suficiente como para desear nuestra presencia e invitarnos a un encuentro puede tener profundo impacto sobre cómo nos auto-evaluamos. De hecho, pocas cosas nos afirman tanto como el recibir una invitación personal a un evento importante.
Claro está, no todas las invitaciones son iguales. Una invitación para la boda de una amistad, a un almuerzo especial o a un ascenso en el empleo nos hace sentir deseados, apreciados e incluidos. Pero la invitación para servir en un jurado, ser chaperón para un grupo energético de adolescentes, o encargarnos de una clase dominical difícil no tiene el mismo efecto.
Más difícil aún es cuando esa anhelada invitación nunca llega. Cada uno de nosotros, o un ser querido muy cercano, ha experimentado el dolor de nunca ser parte de cierto equipo, de no ser invitado a una fiesta, de no recibir el ascenso deseado, o de no ser incluido porque nunca llegó la invitación. Dicha experiencia puede tener un impacto emocional tan fuerte que tome años en que nos recuperemos.
Por otro lado, si nosotros somos quienes extendemos las invitaciones, nos podemos encontrar en un dilema. ¿Quiénes deben estar en la lista cuando los asientos o los espacios en la mesa son tan limitados? ¿Qué debe uno hacer durante tiempos de celebración cuando un miembro familiar tiene problemas con el otro, o cuando los vecinos de al lado no quieren hablar con los del frente? Decidir a quiénes invitar realmente significa decidir a quienes no invitar, y eso podría quitar el ánimo de un momento que debería ser alegre y divertido.

La Perfecta Invitación – Siempre:

Aunque a menudo no nos percatemos, los creyentes en el Dios del Universo somos recipientes de un constante flujo de invitaciones: algunas que llenan las páginas de la Biblia hasta las que nos llegan directamente de Dios en susurros apacibles. Y son perfectas porque Él es perfecto. Él nunca tiene que decidir a quién incluir y a quién dejar fuera. Sus invitaciones cruzan toda clase de barrera cultural, étnica y económica, y sólo se limitan a nuestra disposición por escuchar y responder. Algunas invitaciones son de manera general, extensivas a cualquiera que tenga oídos para oír, mientras que otras son específicas y personales, incluso, íntimas.
Pero no se equivoque. El Dios que invitó al hombre y la mujer a participar en Su creación, quien invitó a la humanidad para entrar en una relación personal con Él, quien invitó a Israel para ser Su tesoro especial y a las naciones para que le adoren ante Su trono todavía nos invita hoy día. Y aunque algunas de esas invitaciones nos pueden llenar de gozo y alegría, haciéndonos sentir atesorados y especiales, otras nos llenan de temor al reconocer que son oportunidades para que maduremos y crezcamos. Pero sin importar la emoción que pueda producir la invitación, siempre son extendidas desde un Corazón de perfecto amor. Y todas requieren una respuesta.

El Significado de la Palabra:

Zimún es una antigua palabra hebrea para “invitación,” mientras que el hebreo moderno usa hazmaná. Ambas provienen de la misma raíz: z’man, que significa “tiempo,” “preparación,” u “ocasión.” Encontramos z’man en textos como Shehejeyanu, una antigua oración judía que se traduce como: “Bendecido seas Tú, Señor nuestro Dios, Rey del Universo, quien nos ha dado la vida, nos ha sostenido y nos ha capacitado a llegar hasta este momento [z’man].” Se recita con el nacimiento de un hijo, al comprar una casa, cuando se encuentra con una amistad luego de largo rato, cuando se come una fruta que no ha comido en todo el año, o generalmente cuando uno hace algo especial que no hace a menudo. También se usa z’man en la conocida frase del libro de Ester 4:14 “¿Y quién sabe si para una ocasión como ésta [z’man hazé]  tú habrás llegado a ser reina?”
Como vemos arriba, la palabra z’man es usada en la Biblia para referirse a un momento preciso. Eclesiastés 3:1 también dice que todo tiene su tiempo (z’man) y propósito específico bajo el sol. En el hebreo moderno, hazmaná corresponde más a nuestro concepto actual de ser invitado. Indica que uno será bien recibido a cierto lugar en un momento específico. También implica que uno tiene la libertad de aceptar o rechazar la invitación.
Por otro lado, cuando se utiliza zimún, es más parecido a una “cita,” indicando un tiempo o momento de encuentro acordado. Cuando un judío antiguo extendía una invitación, señalaba un tiempo fijo de reunión y no preguntaba si uno podía venir o no. Modernamente, zimún se usa sólo cuando se requiere la presencia de una persona en cierto momento y lugar, como una cita en corte. Hazmaná podría ser arbitraria, pero zimún no puede ser ignorada.
Zimún es usada en muchas partes de la Biblia, a menudo con la palabra moed, que significa claramente “tiempo señalado,” como con las fiestas bíblicas. Cuando Dios establecía un momento y extendía una invitación para que Su pueblo participara en un evento con Él, esperaba que lo  tomaran en serio. A diferencia de hoy día, podemos aceptar una invitación si nos conviene o no, pero las invitaciones de Dios toman prioridad.
Sería imposible analizar en un solo libro todas las invitaciones que encontramos en la Biblia, mucho menos en un simple estudio. En este artículo solamente veremos cinco de ellas.


Una Invitación a Esperar:

Para algunos, lo más difícil en nuestras vidas es esperar. En el libro por Adele Calhoun titulado Invitations from God [Invitaciones de Dios], la autora dice que “la invitación de Dios más común” es la espera. Casi todos los personajes importantes en las Escrituras tuvieron que atravesar momentos de espera. Noé esperó 40 días en el Arca durante la tormenta, y luego 150 días antes de desembarcar cuando terminó de llover. Moisés esperó 40 años en Madián y 40 años más en el desierto. Israel esperó 400 años para ser liberado de Egipto. David, Isaías, Jeremías, Gedeón, Elías, Pablo, Pedro e innumerables otros héroes bíblicos fueron forjados en el crisol que llamamos “la espera.”
Para muchos de nosotros, ésta es una invitación que preferiríamos ignorar. Requiere que nos libremos de nuestra necesidad de controlar a las personas y circunstancias, y que realmente confiemos en Dios. Requiere que soltemos nuestras propias agendas, nuestras cosas y expectativas irreales, para creer que Dios está en control y que Su tiempo es mucho mejor que el nuestro.
Vivimos en un mundo gobernado por una adicción a la prisa. Comida rápida, filas cortas, conversaciones deprisa, oraciones ligeras, reuniones breves, etc., todo intenta ser eficiente y productivo. La tecnología, que ha provisto una vida más fácil a esta generación que cualquiera anterior, ha complicado nuestra obsesión por resultados inmediatos. Hemos llegado al punto que no podemos esperar, y la característica principal de nuestra sociedad es la impaciencia. El previo sacerdote y autor Henri Nouwen dijo: “Personas impacientes siempre esperan que cosas verdaderas ocurran en algún otro lugar. Por ende, siempre quieren ir a ese otro lugar. Es más fácil ir a otro lado que quedarse donde están y esperar.”
Pero Dios continuamente nos recuerda que en la quietud y en la confianza en Él, en la espera y en el descanso, encontramos nuestra verdadera fuerza (Isa. 30:15). Las Escrituras Cristianas nos dicen que la paciencia es fruto del Espíritu Santo, cultivada y acrecentada en nuestros corazones por la disposición de rendir nuestras vidas caóticas a Dios y esperar en Él. Para muchos, el Salmo 69:3 describe nuestra experiencia de impaciencia: “Cansado estoy de llorar; reseca está mi garganta; mis ojos desfallecen mientras espero a mi Dios.” Pero una fe auténtica reconoce que Dios va a actuar donde uno se encuentra, si tan sólo está dispuesto a esperarlo. Salmo 62:5 dice: “Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de Él viene mi esperanza.”

Una Invitación a Adorar:

La adoración es realmente uno de los conceptos más importantes y frecuentemente expresados en la Biblia. Dios invita a todo el que es llamado por Su nombre a adorarle en espíritu y en verdad. En http://bible.org se ofrece la siguiente definición: “Adoración es la respuesta humilde de hombres ante la auto-revelación del Altísimo Dios. Se basa en la obra de Dios. Se alcanza por medio de la intervención de Dios. Es dirigida hacia Dios. Es expresada por labios a través de la alabanza y en la vida por medio del servicio.” Esa definición aclara que la adoración ocurre como respuesta a la invitación, instigación y capacitación de Dios mismo. Es mencionada en varias formas cientos de veces en las Escrituras.
Es importante notar, sin embargo, que la Biblia casi dedica tanta atención a la adoración falsa como a la verdadera. En los primeros capítulos de la Biblia, el sacrificio de Caín fue rechazado por Dios porque era una adoración falsa (Gén. 4:5). Tres mil personas murieron en un día por causa de una adoración falsa del becerro de oro hecho por Aarón (Éx. 32). El reino de Israel fue dividido debido a la idolatría y adoración falsa del pueblo (1 Reyes 11:31-33). La caída de Jerusalén fue atribuida directamente a la apostasía y la falsa adoración de la nación (Jer. 1:16; 16:11; 22:9). Claramente, una adoración equivocada fue causa de indecible sufrimiento para los israelitas.
En las Escrituras Cristianas, Pablo escribió que Dios es justo en condenar al hombre cuando adora erróneamente: “Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén.” (Rom. 1:25). Yeshúa (Jesús) también expresó claramente la importancia que Dios adjudica a la adoración correcta: “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que Lo adoren” (Juan 4:23).
Dios invita a hombres y mujeres para que sean adoradores, verdaderos adoradores, quienes por medio de vidas entregadas y obedientes, le adoren en espíritu y en verdad. Hay varias palabras tanto en griego como en hebreo que se traducen como “adoración.” El sitio de Internet http://bible.org menciona varias de ellas.
La palabra más frecuentemente usada para adoración en el Antiguo y Nuevo Testamento significa “postrarse.” La palabra hebrea es shaha y la griega es proskuneo. Ambas palabras denotan la acción de inclinarse o postrarse en sumisión y veneración. En ambos casos, la postura externa refleja la actitud interna de humildad y respeto. En su relación con adoración, se denota un elevado concepto de Dios y una baja opinión de uno mismo, reconociendo a Dios como perfecto y al hombre como imperfecto.
Otro par de términos que enfatiza la actitud de reverencia es la palabra hebrea yaré y el término en griego sebomai. La idea en ambos idiomas es el temor a Dios en el sentido de asombro y admiración del esplendor y la grandeza de Su infinita majestad.
Un tercer par de palabras en la Biblia enfatiza el servicio. El término hebreo de avodá, y su contraparte griega latreuo, representa las ideas de trabajo, labor y servicio. En las Escrituras Hebreas, eso mayormente se refiere al servicio sacerdotal. Sin embargo, las Escrituras Cristianas nos dicen que todos los creyentes somos miembros del sacerdocio de Dios (1 Ped. 2:5, 9), así que ese término aplica no sólo a unos pocos, sino a toda la congregación.
Dios requiere que los que esperan en Él abandonen sus vidas agitadas, que reconozcan Su absoluta presencia y que se acerquen a Él en toda reverencia y devoción. Les invita a que se acerquen a Su presencia en humildad, pero en confianza, asegurando que cada una de sus palabras y acciones expresen amor y gratitud a Dios.


Una Invitación a Seguir:

En Invitations from God, Calhoun narra su experiencia de seguir tras otro automóvil hasta llegar a cierto destino. Aunque la idea parecía ser sencilla al principio, pronto descubrió que seguir un auto de cerca no es para los tímidos. Forzada a atravesar semáforos amarillos y algunos rojos, quedándose atrás, perdiendo de vista su auto-guía, se dio cuenta que es más difícil seguir que dirigir.
Seguir a alguien requiere verdadera humildad, atención cuidadosa y la necesidad de tomar riesgos. Calhoun reconoció que algo en ella resistía seguir a otra persona, especialmente cuando sabía que podía llegar bien sin esa ayuda. Pero seguir a otro requería que dejara a un lado su propia voluntad para seguir al líder.
Calhoun también señala que hoy día se enfatiza mucho la posición del líder. Los estantes en las librerías están repletos de libros sobre el liderazgo, y abundan muchos seminarios y ayudas para líderes. Nos dicen que todos somos líderes en nuestra propia esfera de influencia, y que todos tenemos potencial de ser líder a cierto nivel. Ciertamente, un buen liderato es esencial para la Iglesia y el mundo. Pero en una cultura obsesionada con el tema del liderazgo, nadie quiere ser seguidor. El líder posee el control, poder y estatus, y es el centro de la atención. ¿A quién le gusta saber que tiene gran potencial para seguir?
Sin embargo, eso es exactamente lo que Dios procura cuando nos invita a venir y seguirle. Cuando aceptamos Su invitación, le damos permiso para que desarrolle nuestro carácter y moldee nuestro corazón. Ya no somos los toscos personajes de antes, haciendo lo que nos da la pura gana de hacer. Ahora debemos aceptar el reto de seguirle, volteando cuando Él voltea, deteniéndonos cuando Él se detiene, tomando otro camino cuando Él toma otro camino, amando a quien Él ama, y sirviendo a quien Él sirve.
Y el servicio es de crítica importancia para el verdadero seguidor del Señor. Hay sobre 1,400 referencias en las Escrituras sobre personas que sirven. Algunos son esclavos, pero a otros Dios llama Sus “amigos,” como Abraham y Moisés. Personas como Isaac y Jacob, José y Josué, Caleb y Samuel, David y Salomón, Isaías, Daniel, Zacarías, Pablo, Timoteo y docenas más son descritos como siervos, y funcionan como ejemplo de lo que Dios mismo estima. Entregaron sus vidas en total y gozosa sumisión, y aceptaron Su invitación de humillarse y seguirle.
Encontramos varias veces en los libros de Números, Deuteronomio y Josué, que Caleb siguió plenamente al Dios de Israel. Sirvió al Señor con gran valentía, dispuesto a luchar contra los gigantes en la Tierra, además de contradecir a sus propios hermanos israelitas que hicieron un reporte negativo. Desde su juventud hasta su vejez, su vida ejemplificó el mandato de hacer justicia, amar la misericordia y caminar en humildad delante de su Dios. Por ello, el Señor lo recompensó enormemente.

Una Invitación a Ser Imagen de Dios:

Tanto el judaísmo como el cristianismo comparten la creencia de que el hombre fue creado a imagen de Dios. En ese respecto, creen que el hombre es diferente al resto de la creación, y que la creación es una bendición. Génesis 1:27-28 dice: “Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla…’” Dios llenó la Tierra con vida, y a consecuencia de esa bendición, el hombre debe imitar a Dios y continuamente procurar bendecir la Tierra por medio de la justicia.
Por esa razón, cada individuo tiene el derecho inherente de ser tratado con dignidad y respeto. Como la imagen de Dios está estampada en cada ser humano, la destrucción de una vida disminuye a Dios y destruye la humanidad.
Respecto a Génesis 1:27, los eruditos judíos dicen que la palabra “a” puede ser interpretada a manera de “como.” Eso significaría que “Dios creó al ser humano como imagen Suya,” que añade otra dimensión basada en el antiguo concepto de imagen. Históricamente, cuando emperadores conquistaban tierras lejanas, construían monumentos en honor a sí mismos con la intención de conservar su control político allí. Esos monumentos llevaban la propia imagen del emperador. Servían como constante recordatorio de que él era quien realmente mandaba. El seguidor de Dios, según los eruditos, tiene esa misma función como portador de Su imagen. Es un indicador de la autoridad de Dios, recordando a todos quienes vean la imagen divina en el creyente de que Él está en verdadero control.
En Éxodo 33:18, Moisés expresa el deseo de ver más de cerca a Dios: “Te ruego que me muestres Tu gloria.” Más tarde, el Señor se le revela como “El SEÑOR, el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado…” (Éx. 34:6-7a). Ese mismo Dios nos invita a ser Su imagen, a reflejar Su gracia y bondad a todo el que nos encontremos de frente, como anuncio al mundo de que el Dios perdonador y misericordioso está en control. No puedo imaginar mayor privilegio que ese.

Una Invitación a Venir:

Finalmente, una de las más bellas e irresistibles invitaciones es que simplemente vengamos a Él. “Ven a Mí,” nos invita, “y Yo te daré las peticiones de tu corazón. Ven y te protegeré y te libraré, te quitaré tus pecados y te lavaré para que seas más blanco que la nieve.” Invita al sediento para que venga y beba, al hambriento para que venga y coma, al cansado para que venga y descanse, al ciego para que venga y vea, al sordo para que venga y escuche. Invita al cojo para que venga y sea restaurado, al enfermo para que venga y sea sanado.
“Ven,” dice, “y sé lleno de Mi bondad, sé satisfecho de la grosura de Mi casa; ven y sé perdonado, limpiado y redimido.” Lo único que tenemos que hacer es responder. Yeshúa nos dice: "Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar” (Mateo 11:28).
Encontramos invitaciones como estas a través de todas las Escrituras. En ellas, Dios tiene un claro propósito: de sacarnos de la oscuridad de nuestro propio “yo” y de llevarnos a la luz de Su amor, para que podamos decir alegremente con el salmista: “¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de Tus alas. Se sacian de la abundancia de Tu casa, y les das a beber del río de Tus delicias. Porque en Ti está la fuente de la vida; en Tu luz vemos la luz” (Sal. 36:7-9).
Por Rev. Cheryl Hauer
Directora de Desarrollo Internacional


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