¿Desesperación o consuelo?


Los creyentes de Tesalónica le habían contado al apóstol Pablo sus inquietudes respecto a la muerte de sus familiares. Se preguntaban qué sucedería con ellos cuando Cristo viniese a buscar a los suyos. El apóstol los tranquilizó revelándoles de parte del Señor que todos los rescatados de Cristo, muertos o vivos, oirán el llamado del Señor e irán a su encuentro (1 Tesalonicenses 4:13-18). Y concluye diciendo: “Alentaos los unos a los otros con estas palabras”. Por otro lado les habló de los que pierden a uno de los suyos y “que no tienen esperanza”. Si no hay esperanza respecto a los que se fueron, no hay consolación posible. Por eso permanecen sumidos en la tristeza, haciéndose miles de preguntas: ¿Dónde están? ¿Desaparecieron en la nada? ¿Están en una especie de descanso? ¿Están sufriendo en los tormentos? ¿Se han reencarnado? ¡Cuántas preguntas sin respuesta carcomen a los que no quieren creer lo que Dios dice!

Dios no deja al hombre en la duda. Efectivamente, no hay ninguna esperanza para los que mueren en sus pecados (Juan 8:21, 24), es decir, sin haber creído en Jesucristo, sino “una horrenda expectación de juicio” (Hebreos 10:27). Pero para los que han depositado su confianza en el Hijo de Dios, quien murió por ellos en la cruz del Gólgota, no se trata sólo de esperanza, sino que tienen una seguridad: “estar con Cristo” por toda la eternidad, “lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).

Sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Jeremías 29:11

No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 1 Tesalonicenses 4:13


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