LAS AGUAS DE DIOS


Estoy segura de que casi todos han sido conmovidos por el diverso sonido del agua: por el rugido ensordecedor de una poderosa cascada, por la vasta expansión del océano y su oleaje que golpea repetidamente la orilla, por el burbujeante canto de una quebrada mientras corre por las rocas en su torcido camino hacia el mar o por el silencio apacible de un lago rodeado de pastos verdes. Si las piedras pueden clamar (Lucas 19:40) y los árboles aplaudir (Isa. 55:12), entonces el agua también puede hablar. No requiere profunda meditación para comprender las lecciones que el agua nos puede enseñar. Son tan simples y aparentes que una persona aún no-creyente podría reconocerlas.

Los cuerpos naturales de agua no sólo "hablan" sino que también "escuchan" y responden a la palabra y la voluntad del Señor. El mar se partió en dos y permitió que pasaran los hijos de Israel (Éx. 14:21). El agua saltó de la roca cuando Moisés habló y la golpeó (Éx. 17:6). Las aguas del Río Jordán "se detuvieron y se elevaron en un montón" cuando los pies de los sacerdotes las pisaron (Jos. 3:16). Las aguas amargas se tornaron dulces en el desierto (Éx. 15:25). Yeshúa (Jesús) caminó sobre el agua (Mat. 14:25) y también la convirtió en vino (Jn. 2). Es asombroso cómo toda la creación de Dios, no sólo el hombre, tiene la capacidad de responder a Su voz y de alabarle (Sal. 69:34).

Dios escribió mucho acerca del agua en la Biblia, usando sus varias formas como herramientas de enseñanza. Veamos cuántos ricos tesoros podemos desenterrar sobre este maravilloso elemento de la naturaleza.


El Gran Mar

En el tercer día de la creación (Gén. 1:10), Dios creó los mares. No aparece otra palabra en el hebreo para "mar," como existe el "océano" en español. La principal característica que vemos en la Biblia del mar es su inmensidad. Habla de las aguas "poderosas" (Éx. 15:10), el "grande y ancho" mar (Sal. 104:25), y "lo más remoto" del mar (Sal. 139:9). El Mar Mediterráneo se conoce como el "Gran Mar." El concepto de la "arena" del mar indica lo incontable, y se usa casi veinte veces en la Biblia, como en Oseas 1:10.

Cuando Dios dijo a los hijos de Israel que todo lo que les ordenó no estaba lejano (que no era demasiado difícil para comprender o cumplir), sino que estaba cercano, usó el mar para ilustrar lo que es muy lejano: "Ni está más allá del mar, para que digas: '¿Quién cruzará el mar por nosotros para traérnoslo y para hacérnoslo oír, a fin de que lo guardemos?' Pues la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la guardes" (Deut. 30:13-14). También usa la palabra "mar" para describir cuán amplio será nuestro conocimiento de Dios durante la era mesiánica: "...porque la tierra estará llena del conocimiento del SEÑOR como las aguas cubren el mar" (Isa. 11:9).

El lavacro de bronce (1 Reyes 7:23), que era una pila de agua donde los sacerdotes se lavaban las manos y los pies en el recinto del Templo de Salomón, era tan enorme que lo llamaban "el Mar." De hecho, tenía una altura de 7½ pies (2.25 metros) y un diámetro de 15 pies (4.5 metros) en su borde superior. Su espesor era del ancho de un palmo. Descansaba sobre 12 grandes bueyes de bronce. Una de las cisternas bajo el Monte del Templo era tan grande que a éste se le decía el "Gran Mar."

Esa inmensidad es la que uno percibe cuando está a orillas del mar y mira hacia el horizonte. (Igual que cuando uno está en el desierto y no ve nada más que estériles colinas en cada dirección.) La infinidad de la distancia es abrumadora, y así también contrasta la inmensidad de Dios con nuestra propia pequeñez. El ritmo incesante de las olas golpeando la orilla también hace a uno pensar en la fidelidad de Dios y la infinidad de su amor.

Es interesante notar que, aunque tres-cuartas parte de la superficie terrestre consiste de mares y océanos, el nuevo cielo y la nueva tierra no tendrá mar (Apoc. 21:1). Un comentario de Barnes sugiere que la tierra será totalmente habitada en ese tiempo, y que ningún espacio será "desperdiciado" por grandes cuerpos de agua. El comentario de Wycliff propone que, porque el mar representa la intranquilidad, la muerte y la destrucción, y porque los mares dividen geográficamente a las naciones, no habrá grandes mares en el futuro reino de paz y perfección. El profeta Miqueas dice que Dios arrojará "a las profundidades del mar todos nuestros pecados" (7:19). Ya que no habrá más mar en el final de los tiempos, quizás Dios demuestra así cuán lejos ha arrojado nuestros pecados. ¡El mar, donde fueron lanzados, ya no existirá! ¡Aleluya!


"Hay un Río..."

"Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios..." (Salmo 46:4). ¿Realmente existe ese río, o es un mero lenguaje figurativo? En Génesis 2:8 leemos que "el Señor Dios plantó un huerto hacia el oriente, en Edén." No dice que el jardín era el Edén; dice que el jardín se encontraba en Edén. No sabemos cuánta área cubriría el Edén, pero de allí fluían cuatro ríos (Gén. 2:10-14). Conocemos dos de ellos porque aún actualmente llevan el mismo nombre: el Tigris y el Éufrates. De los otros dos ríos, el Pisón y el Gihón, no conocemos dónde se encuentran hoy día. Sin embargo, han provocado mucha discusión e investigación en épocas recientes porque existe la posibilidad de que corran bajo tierra y atraviesen la Tierra de Israel de norte a sur. En la década de 1960, se realizaron una serie de perforaciones subterráneas, y descubrieron mucha más agua debajo del desierto del Arabá al sur de Israel que previamente sospechado.

En tiempos recientes, el túnel de Ezequías, a poca distancia de los muros de la ciudad antigua hacia el sur del Monte del Templo, ha llegado a ser un atractivo punto turístico. Ese túnel fue excavado de la piedra hace 2,700 años en tiempos bíblicos, y se puede caminar toda su trayectoria en agua que alcanza desde los tobillos a las rodillas, agua que proviene de un manantial cercano llamado Gihón. Algunos han sugerido que ese podría ser el remanente el Río Gihón del Edén. Esa es mera especulación, pero el verso arriba indica que realmente una vez corría un río desde Jerusalén.

Ezequiel ve ese río en su visión del Templo, y los detalles de toda su visión abarcan ocho capítulos del libro. Muchos creen que esa visión se refiere a la era mesiánica: "Después me hizo volver a la entrada del templo; y vi que brotaban aguas de debajo del umbral del templo hacia el oriente, porque la fachada del templo daba hacia el oriente. Y las aguas descendían de debajo, del lado derecho del templo, al sur del altar" (Ezeq. 47:1). Mientras más lejos fluía el río hacia el este, más profundo se hacía, hasta que ya no se podía cruzar. A las riberas del río había árboles que producían fruto para alimento y hojas para medicina. El río fluía hasta llegar al Mar Muerto, tornándolo dulce de modo que peces ya lo podían habitar. ¡Qué agua sanadora es esa! Joel 3:18 también profetiza acerca de ese río.

En Apocalipsis, donde habla acerca del nuevo cielo y la nueva tierra, vemos una descripción similar acerca del río: "Después el ángel me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero" (22:1). Aquí, sin embargo, leemos sobre algo que existió desde el principio en el huerto del Edén: el árbol de la vida. Sus hojas también son para sanidad, "sanidad de las naciones" (v. 2).¿Podría ser ese el restaurado Río Gihón? Posiblemente... Dios renueva todas las cosas.

Pero aún no hemos terminado. No olvidemos las palabras que habló Yeshúa durante la ceremonia de la libación de agua en la Fiesta de los Tabernáculos. Podemos suponer que, según era la costumbre en esos tiempos, la gente se reuniría tras el sacerdote con gran gozo y cántico mientras se dirigían al Estanque de Siloé (que recibe su agua del Manantial de Gihón) para llenar un recipiente de agua "viva." Al regresar al Templo, el sacerdote vaciaría el agua sobre el altar, y todos gritarían a una voz, "¡Hosana!" o "¡Sálvanos, te rogamos!" (Salmo 118:25). Durante ese punto culminante de la ceremonia, Yeshúa anunciaría: "Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como ha dicho la Escritura: 'De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva'" (Jn. 7:37-38).

Al igual que existe un río que fluye desde la ciudad y del trono de Dios terrenal, existe un río que fluye desde cada creyente. La fuente de esa vida, que es Yeshúa y el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros, alimenta al corazón hambriento y sana al alma herida. No tenemos que esperar hasta el final de los tiempos para ver los beneficios de ese río. Por lo tanto, yo creo que podemos aplicar las palabras del Salmo 46 a nuestras vidas también: "y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares...hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios...Dios está en medio de ella [de usted y de mí también], no será sacudida" (vs. 2, 4-5).


Manantiales en el Valle de Baca

"¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en Ti, en cuyo corazón están los caminos a Sion! Pasando por el Valle de Baca lo convierten en manantial, también las lluvias tempranas lo cubren de bendiciones. Van de poder en poder, cada uno de ellos comparece ante Dios en Sion" (Sal. 84:5-7). Nadie conoce dónde se encuentra el valle de Baca, que significa "lágrimas." Baca ilustra un valle de angustia y tristeza, quizás describiendo poéticamente lo mismo que el "valle de sombra de muerte" en el Salmo 23. Como el Salmo 84 en su totalidad habla del peregrinaje hacia la casa de Dios en Jerusalén, algo que hacían los hombres judíos tres veces al año para la Pascua, Pentecostés y la Fiesta de Tabernáculos, es posible que tuviesen que atravesar un valle de ese tipo en su camino a Jerusalén.

Ese "valle" podría ser una forma poética de referirse al largo y caluroso camino. También estaría lleno de peligros, como ladrones y bandidos que acostumbraban acosar a los viajeros. Quizás eso les provocaba malos recuerdos de cómo alguna persona amada hubiese sido herida o asesinada allí en el pasado. Quizás la mención de "manantiales," según Matthew Henry, es una referencia a la costumbre de los viajeros en cavar hoyos en la tierra donde reposaban por la noche. Si llovía, ese pozo se les llenaba de agua, proveyéndoles refrigerios de bendición. As iban "de poder en poder" a lo largo del tedioso camino. Esos manantiales les bendecían a ellos y a otros, de la misma forma en que Dios "nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción..." (2 Cor. 1:4).

Barnes nota que al llegar cerca de Jerusalén, los viajeros irrumpían en gozosos cantos y salmos de alabanza. Se olvidaban de las incomodidades y los peligros del viaje para adorar a Dios en el Templo. Esas personas habían logrado crear un "oasis" en el desierto, y su tierra árida se llenaba de pozos de agua fresca. Isaías 35 también expresa algo similar. El profeta promete que un día el desierto florecerá, y hemos visto el cumplimiento de esa profecía en Israel. Ese texto añade que "...aguas brotarán en el desierto y arroyos en el Arabá. La tierra abrasada se convertirá en laguna, y el secadal en manantiales de aguas" (vs. 6-7). Ese río espiritual también debe brotar en nuestros corazones durante nuestro árido peregrinaje por el desierto.

El verso 6 detalla que ellos mismos son quienes "...lo convierten en manantial." Durante los tempranos días del sionismo, antes de declarase el estado de Israel en 1948, los primeros pioneros tenían razón por quejarse de los inservibles pedazos de tierra que habían comprado a precios elevadísimos. Pero en vez de abandonarlos, muchos morían mientras se esforzaban por secar los fétidos pantanos llenos de malaria. Hoy día, esos terrenos son hermosos campos agrícolas. Los que convierten terrenos en manantiales no sólo deciden enfrentar las dificultades a toda costa, sino que también determinan tornar los valles tenebrosos en lugares de sosiego y bendición. No existe nada más refrescante que un manantial en medio del desierto en un día caluroso de pleno verano. Sus palabras y actitudes, ¿son fuente de refrigerio y bendición para otros? ¿O su letanía de quejas meramente produce más angustia a los demás?

Santiago nos advierte: "De la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso una fuente echa agua dulce y amarga por la misma abertura? Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua dulce" (Sant. 3:10-12). Una noche salí a comer con un par de amistades cristianas. Durante la cena, discutimos temas como la administración del Presidente Obama, el abuso de niños, el aborto, el incremento en el islamismo en los Estados Unidos y el triste caso de la negligencia paterna. Al despedirnos, sentí que necesitaba un refrescante baño mental, y regresé a mi casa tratando de recordar Filipenses 4:8, que dice: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten."

¿Eso significa que no podemos discutir asuntos políticos ni hablar de las horrendos circunstancias que enfrentamos en la sociedad moderna hoy día? No. Sin embargo, debemos tener cuidado de no inundarnos con ese tipo de conversación de modo que contamine nuestro manantial, impidiendo que podamos hablar palabras de aliento y esperanza sobre situaciones aparentemente sin esperanza (Ef. 4:29). ¿De qué vale que siempre hablemos de los mismos males que los demás hablan a nuestro alrededor? ¿Podemos ser de los que elevan "cánticos en la noche" (Job 35:10), como Pablo y Silas cuando estaban encadenados en prisión (Hech. 16:25)?

Por lo tanto, seamos como los que convierten sequedales en manantiales durante nuestras conversaciones. Podemos dar informes positivos: declarar que, a pesar de las circunstancias intimidantes, Dios está en Su trono y está en control, que Dios será exaltado entre las naciones, que no debemos temer, etc. Estamos viviendo en los últimos tiempos, así que no nos debe sorprender que las cosas vayan de mal en peor. Esas cosas tienen que suceder para que la palabra y la voluntad de Dios sean cumplidas. Guardemos las palabras de nuestras bocas y nuestros pensamientos, y no permitamos que las aflicciones de este mundo, o de nuestras propias circunstancias, nos roben la felicidad que proviene de la Roca viva, de quien recibimos nuestra agua vivificante. Permita que fluyan palabras de edificación de nuestro interior a otros.


Cascadas que Golpean y Saltan

"Un abismo llama a otro abismo a la voz de Tus cascadas; todas Tus ondas y Tus olas han pasado sobre mí" (Sal. 42:7). Este es el único verso en la Biblia que habla de las cascadas de agua. Y aunque Israel tiene numerosas cascadas, muchas se secan durante las partes más cálidas del verano. Por otro lado, el Salmo 42 es un salmo de angustia que pudiese haber sido escrito por David. (Aunque algunas Biblias dicen que éste es un salmo de los hijos de Coré, el libro de los Salmos en hebreo e inglés de Artscroll Tehillim lo adjudica a David.) Sus palabras fácilmente podrían reflejar el tiempo en que huía del Rey Saúl. Uno de sus escondites favoritos era Ein Gedi, un oasis en el desierto cerca del Mar Muerto. En sus partes más recónditos, hay un refrescante caudal de riachuelos, charcos y cascadas.

¿Ha estado usted alguna vez cerca de una cascada? Según la altura de su caída y la cantidad de agua que fluye, su "voz" puede ser ensordecedora, y se puede escuchar a la distancia mientras uno se va acercando. Una vez, cuando me paré al lado de una gran cascada en Alaska, su poderoso estruendo literalmente casi me quita el aliento. Me tuve que retirar para poder respirar de forma normal. ¿Alguna vez se ha parado usted debajo de una cascada? El agua puede darle un gran masaje en la espalda; pero si es muy fuerte, lo puede ahogar. Su poder golpea incesantemente. Esa es la idea tras las palabras anteriores del salmista. Sus problemas lo agolpaban incesantemente y sin alivio. Pero sin embargo, las palabras concluyentes de su angustia fueron: "Espera en Dios, pues Lo he de alabar otra vez. ¡El es la salvación de mi ser, y mi Dios!" (v. 11).

¿Cómo fue transformada la angustia del salmista en adoración? ¿Será posible que el salmista, mientras observaba una cascada, comenzó a ver algo más que simple incesante agobio? Hannah Hurnard, autora del libro clásico Pies de Ciervas en los Lugares Altos, vio algo más. Fue en los Alpes de Suiza que Hurnard recibió su inspiración para escribir gran parte del libro. Allí se sintió cautivada por una cascada. Quedó impresionada por el absoluto abandono del agua a medida que se lanzaba por el borde del precipicio hasta caer abajo. Ella escribió esta "canción" del agua: "¡Oh, ven, ven, vamos corriendo, más abajo noche y día. ¡Qué gozo es bajar, bajar... Humillarse cada día!" El agua no saltaba con temor de ser despedazado abajo contra las rocas, sino que saltaba con enorme gozo y confianza.

Este pasado febrero, en un bello e inusual día cálido casi como de primavera, fui con una amiga al norte, y visitamos la Reserva Natural del Río Iyon (Tanur) en Metullah. El Río Iyon, procedente del Líbano, es una de las tres quebradas que alimentan el Río Jordán. Ésta baja desde las alturas por un profundo desfiladero, creando así cuatro preciosas cascadas. Como recién había terminado de re-leer el libro de Hurnard, decidí sentarme a mirar el agua, enfocando mi vista en una pequeña porción de agua mientras ésta caía desde la altura hasta finalmente llegar al charco. El gozo y el total abandono con que saltaba el agua como fino rocío, en que casi podía visualizar cada gota individual, me hizo reír de carcajada. ¡O, cuánta libertad se puede sentir al soltarse de esa manera y saltar al vacío sin temor alguno! Cuando nos podamos percatar de cuánto Dios nos ama, y podemos echar fuera todo temor porque sabemos que estamos seguros en Su amor, entonces podremos tomar ese salto al vacío y adorar al Señor aún en la caída (1 Jn. 4:17-18).


Manteniendo el Flujo del Agua

Durante tiempos bíblicos, una maniobra militar común para conquistar una ciudad era bloquear su fuente de agua (2 Reyes 3:25). Entre 1964 y 1967, Israel tuvo que pelear una guerra por causa del agua. Siria y el Líbano amenazaron con cortar dos de los ríos que alimentan el Río Jordán. Actualmente, el 98% de toda el agua del Río Jordán es compartida entre Siria, Líbano e Israel para uso doméstico y agrícola, y lo que en la antigüedad fue un poderoso río ahora sólo existe un angosto riachuelo, e incluso queda contaminada cuando corre por algunas áreas. Eso es semejante a nuestras almas. Satanás no sólo procura bloquear el flujo de nuestra agua espiritual, sino también intenta contaminarlo. El pecado hace ambas cosas, pero Juan tiene la respuesta para eso: "Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Jn. 1:9).

La Palabra de Dios es agua viva. Yeshúa ha purificado a Su Iglesia con el agua de Su palabra (Ef. 5:25-26; también vea Juan 15:3 y 17:7). Además, Proverbios 13:14 dice: "La enseñanza del sabio es fuente de vida, para apartarse de los lazos de la muerte." Mientras más leamos y obedezcamos la enseñanza de Dios, que no es mera palabrería impresa como cualquier otro libro, sino aliento de Dios que posee vida, más puro y fuerte será el flujo de agua viva que brote de nuestros corazones.


Por Charleeda Sprinkle,
Editora Asistente

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