Escuchando y Hablando La Palabra de Dios

Aunque lo queramos negar, vivimos momentos muy asombrosos en la historia, unos en que Dios cumple sus profecías antiguas a un ritmo extremadamente acelerado. Desde el restablecimiento del estado de Israel en 1948, hemos visto el cumplimiento de muchas promesas de Dios hechas a Su pueblo. Eso confirma Su fidelidad y la realidad de lo profético a muchos cristianos quienes quizás previamente habían dudado de ello como consecuencia del modernismo. Actualmente, vemos un creciente énfasis no tan sólo en la profecía bíblica, sino también en los dones proféticos individuales. Podemos ver el surgimiento de miles, y quizás millones, de sitios en Internet que se dedican únicamente al tema de la profecía.

De hecho, justo en los pasados días he recibido literalmente docenas de profecías por e-mail, algunas referentes al mundo, algunas en torno a ciertas naciones específicas, muchas para Israel, y algunas para mi propia vida personal. Muchas profecías hablan de paz y prosperidad, mientras que otras predicen desastre y caos. Y si su e-mail se parece al mío, eso es algo bastante común. Parece que con el paso del tiempo, lo profético recibe cada vez más atención, y no sólo por parte de los cristianos. Muchos judíos religiosos también enfatizan la profecía. Aún en el mundo secular, va en aumento la popularidad de personajes como Nostradamus (1503-1566) y otros, quienes alegan poder predecir el futuro.

Yo creo que todo ese interés nos indica algo importante, aparte del mensaje profético específico. Las Escrituras no evidencian un aumento en actividad profética durante tiempos de paz y prosperidad. Las voces proféticas anunciaban la palabra de Dios en la tierra de Israel en momentos antes o durante la crisis, tiempos semejantes a los que vivimos hoy día.

Además del colapso económico, horrendos desastres naturales, deterioro moral, guerra y terrorismo, vemos que aumenta la apostasía en una Iglesia adormecida, y el mundo interpreta el bien como mal, y el mal como bien. De la misma forma en que Dios se ha revelado en medio, y por medio, de la nación de Israel durante su historia, así lo hace todavía hoy día. Dios está acomodando las fichas para redimir a la humanidad. Y al igual que Israel en sus momentos de crisis, la Iglesia y el mundo necesitan desesperadamente la palabra divina. Dios interviene en nuestros tiempos, y Él se mueve no para que nos sintamos cómodos. Mientras la humanidad es estremecida hasta la médula, es inevitable que dos cosas sucedan: (1) Los hombres buscarán ansiosamente la dirección y el consuelo de Dios, y (2) Satanás tratará de engañar y confundir a la gente.

Cuídese de los Falsos Profetas
Cuando comparto con cristianos alrededor del mundo, observo que caen en una de tres posiciones respecto a lo profético. Algunos están totalmente obsesionados con la profecía, viendo algo profético en cada cosa que ocurra. Otros la rechazan totalmente, creyendo que ya no existe una voz profética en medio de la Iglesia. Pero la mayoría de los cristianos caen entremedio de estos dos extremos. Sin embargo, se sienten confusos, y se preguntan si podrán reconocer la voz de Dios, y por medio de quién vendrá. No saben en quién creer. Hay demasiadas voces, y se cuestionan: ¿Es esa voz de Dios o de los hombres? Muchos dudan, recordando la advertencia de Yeshúa (Jesús) en Mateo 7:15, que dice: "Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces."

Ciertamente, esa duda es sabia y justificada. Algunos podrán recordar el fervor profético que tuvo un auge para el año 1988. Comenzando con un libro titulado 88 Razones por las que el Rapto Podría Ocurrir en 1988, el mundo cristiano fue inundado de profecías diciendo que en ese año vendría el Mesías. Hasta se predijo que llegaría entre el 11 y el 13 de septiembre, fecha cuando se celebraría la fiesta judía de Rosh HaShaná (Fiesta de Trompetas) y el nuevo año judío. Se publicaron otros siete libros sobre el tema, y cuatro diferentes personas alcanzaron reconocimiento internacional al alegar que eran uno de los dos testigos del libro de Apocalipsis. Cuando el año pasó sin incidente, muchos en la Iglesia se sintieron devastados. Y la controversia fue tan grande que muchas congregaciones se dividieron como resultado.
En la actualidad, si usted busca en Google las palabras "Obama y la profecía," podrá encontrar casi dos millones de artículos donde el presidente de EE.UU. es descrito como el salvador del mundo o el propio anticristo. Búsquedas de nombres de otros líderes mundiales, incluso temas como "señales de los tiempos," "gran avivamiento," o "gran apostasía" le dará igual de diversas menciones. Basado en esos números, es evidente que la gente busca de quién aferrarse durante estos tiempos de dificultad, y no es extraño que la gente ande confusa.

El propósito de este estudio no es decirle a quién debe o no debe escuchar, o quiénes son los "verdaderos" profetas. La meta es que examinemos nuestra propia responsabilidad como creyentes y que hagamos las preguntas necesarias para descubrir el corazón de Dios respecto a la profecía. Para ello, debemos mirar de donde todo esto proviene: la Biblia hebrea y el rol de los antiguos profetas. La naturaleza de Dios y Su Palabra no cambian, y la tarea profética que encargó hace miles de años es la misma hoy día.

¿Qué es un Profeta?
¿Cuál es la tarea de un profeta? O mejor aún, ¿qué es un profeta? Muchos creen que el profeta es alguien que puede predecir el futuro, uno que nos puede decir lo que va a ocurrir, y cuándo. Sin embargo, según el paradigma hebraico en que vivieron los antiguos profetas, era mucho más que eso. El profeta hebreo era un portavoz de Dios, alguien escogido para hablar al pueblo por parte del Señor y compartir Su mensaje, cualquiera que fuese. La tarea siempre ha sido la de percibir la palabra de Dios, discernir su aplicación contemporánea y pronunciarla de manera obediente.

Nunca fue fácil pararse frente al pueblo y decir: "Así dice el Señor a esta generación..." El mensaje a menudo hacía que el mensajero cayera pesado a la gente. Las Escrituras aclaran, no obstante, que los antiguos profetas eran hombres y mujeres quienes vivían en constante cercanías a Dios, el poderoso Creador del universo, y estaban concientes de la bajeza del ser humano. Sabían lo que era estar ante la presencia del Gran Rey, en santa reverencia, y escuchar Su voz.

Muchos de los cristianos hoy en día han dejado de ver la asombrosa majestuosidad de Dios, y más a menudo reverencian y temen a los hombres que a Dios. Frecuentemente, llenamos nuestros momentos de oración y adoración con nuestras propias peticiones y expresiones, y no esperamos en silencio para escuchar a Dios. Los profetas, sin embargo, comprendían lo que Jeremías describía como estar ante el consejo del Señor y escuchar Su palabra (Jer. 23:18).

Moisés: El Primer Profeta

Según el judaísmo, Moisés fue el primer y más grande de los profetas de Dios (Deut. 34:10). La tradición judía enseña que él vio todo lo que los demás profetas vieron en conjunto, y aún más. Vio toda la Torá, además de los Profetas y los Escritos, las otras dos secciones de la Biblia hebrea que serían escritas en el futuro. De esa manera, toda subsiguiente profecía fue expresión de lo que Moisés ya había declarado.

Éxodo 7:1-12 describe cómo el Señor usó a Moisés para preparar el modo en que los posteriores profetas deberían funcionar después de él: "Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: 'Mira, Yo te hago como Dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tú hablarás todo lo que Yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje salir de su tierra a los Israelitas" (vs.1-2) El Diccionario Expositivo Vine explica que el trasfondo de esa declaración se encuentra en Éxodo 4:10-16, donde Moisés argumenta con Dios diciendo que tiene impedimento del habla, y que por lo tanto no puede llevar las Palabras de Dios al faraón. Pero Dios le prometió que Aarón sería su portavoz: "...Aarón hablará por ti al pueblo. El te servirá como boca y tú serás para él como Dios" (Éx. 4:16). De esta manera, podemos ver claramente que un "profeta" es alguien que habla por otro y sirve como su propia boca.

Los profetas no serían adivinos, como los magos en la corte del faraón de Egipto; por lo contrario, serían sólo portavoces. Dios hablaría a Moisés quien, en esa especial relación, transmitiría Su mensaje al pueblo por medio de su hermano Aarón. Pero el mensaje sería propiedad plena de Dios. Definitivamente, Moisés experimentó más que cualquier otro profeta lo que significaba estar en la presencia de Dios. Por medio de Moisés, Dios definió la tarea del profeta. Aunque ese papel pudiera haber cambiado un poco a través de la historia de Israel, su esencia nunca cambió.

Características de un Profeta

Moisés estableció el estándar de lo que sería un profeta, y todos los futuros profetas deberían reflejar esas características esenciales para poder caminar en sus pisadas. En el libro Profecía Pasada y Presente, el autor Clifford Hill delinea ocho rasgos específicos de un profeta. Si examinamos cada uno de ellos, podremos comprender cómo deberían ser los profetas para ser escogidos por Dios y hablar por Él.

1. Eran enviados, y ellos lo sabían. Eran mensajeros, y no oradores recitando sus propias palabras. Cada uno podía señalar un momento específico en que recibió su llamado al ministerio de profeta. Para Moisés, fue la zarza ardiente (Éx. 3); Isaías estuvo ante la presencia del Señor y fue redargüido por su propia inmundicia (Is. 6:1-8); y Jeremías reconoció que fue escogido antes de nacer (Jer. 1:5). Ellos sabían que estaban al servicio de Dios y no de los hombres; por lo tanto, se sentían responsables sólo delante de Dios por el mensaje que pronunciarían.

2. Se mantenían bajo la autoridad de Dios. A diferencia de los sacerdotes que ministraban los ritos religiosos, o los escribas que copiaban e interpretaban la ley, únicamente los profetas tenían la autoridad de pronunciar, "¡Así ha dicho el Señor!" Dios les dio Su autoridad porque funcionaban bajo Su autoridad. En Jeremías 26:9, le preguntaron al profeta por qué sólo daba mensajes de destrucción. Su respuesta en verso 12 fue simple pero profunda: "El SEÑOR me ha enviado a profetizar contra esta casa…" En 2 Crónicas 18:12-13 leemos sobre Micaías quien, mientras iba de camino para hablar al rey, le aconsejaron que su palabra fuese "favorable." Respondió diciendo: "Vive el SEÑOR, que lo que mi Dios me diga, eso hablaré." Los profetas no podían cambiar el mensaje por conveniencia o por comodidad del hombre, sin importar cuán poderosos fuesen esos hombres. Para ellos, no había mayor autoridad que la de Dios.

3. Eran hombres de absoluta obediencia. Una vez que habían recibido un mensaje por parte de Dios, no quedaba lugar para la discusión. Menos de un 100% de obediencia en su transmisión podía acarrear terribles consecuencias. 1 Reyes relata la historia de un profeta anónimo que valientemente confrontó al rey; proclamó la palabra de Dios y fielmente siguió las instrucciones de Dios, incluyendo el rechazo de comida y bebida. Pero cuando regresaba a su casa, se apartó de las instrucciones divinas en lo que parecería ser un insignificante detalle, y el resultado le fue desastroso y funesto.

4. Estaban totalmente comprometidos, y nada los podía silenciar. Pese a cualquier oposición, fuese amenaza, violencia física, intimidación o encarcelamiento, estaban entregados a cumplir su llamado en pleno. "Ha hablado el Señor DIOS, ¿quién no profetizará?" (Amós 3:8b).
5. Tenían que ser personas de tremenda fe para realizar la tarea que Dios les había encomendado, y su fe era forjada en el horno de la experiencia. Podían confiar en el Señor porque Él había demostrado ser fiel en cada situación. Arriesgaban sus vidas, confiando en Su inmutable carácter. Habían entrado ante el mismo trono de Dios; habían escuchado Su voz, y su fe era inconmovible.

6. Eran personas de gran compasión. Hablaban del amor de Dios hacia la nación de Israel con ternura, y reconocían que aún las palabras más ásperas de Dios reflejaban Su urgencia por evitar que Israel se dirigiera hacia el desastre. Los profetas eran espejos de un Dios que ansiaba salvar a Su pueblo, y no condenarlo.
7. Eran hombres de oración, identificándose con los pecados del pueblo e intercediendo ante Dios por ellos. Lloraban por los pecados de la nación, a veces argumentando en defensa de los israelitas. A menudo le recordaban a Dios las promesas que había hecho, y rogaban que liberara a Su pueblo, no por mérito propio sino por celo de Su Nombre entre las naciones. Eran intercesores del Señor por la nación escogida.

8. Eran patrióticos. Amaban, apoyaban y defendían los intereses de su nación con total devoción. Su corazón patriótico, sin embargo, se inspiraba en el hecho de que Dios se había vinculado estrechamente con la nación de Israel, y su relación con Dios significaba que también tenían que amar, apoyar y estar vinculados con Su pueblo y Su tierra. Ellos reconocían que la reputación de Dios estaba en la balanza durante cada controversia que surgía con el pueblo. Su relación con Israel era la película por medio de la cual se revelaría al mundo, y los profetas sabían que terminaría con el cumplimiento de Sus palabras. Aunque el pueblo fuese dispersado, sería nuevamente recogido. La nación de Israel sería restablecida. Ellos apostaban sus vidas en ello porque amaban a Su nación.

Los profetas no eran líderes del tipo que tuviesen responsabilidad con la adoración en el Templo; no tenían funciones sacerdotales, pastorales ni políticos, y no tenían seguidores. Eran hombres y mujeres ordinarios, llamados a servir al Supremo Dios mientras declaraban las palabras divinas que mandaba decir a Su pueblo. Frecuentemente se sentían solos y en huidas, a veces temerosos ante grandes peligros. Pero no tenían interés en recibir la aprobación de los hombres, sino sólo deseaban ser voz de Dios al mundo.

Manifestaciones en Contraste

Con el advenimiento del cristianismo, se desarrolló un marcado contraste entre la manifestación de dos tipos de profecía: la primera era el ministerio del profeta según hemos visto en el Antiguo Testamento, y la segunda era el don de la profecía descrito por Pablo como algo alcanzable por todo creyente. Sin embargo, el propósito de la profecía no es diferente. En el Antiguo Testamento, Dios habló por medio de profetas para dar instrucción y dirección a la nación de Israel, y en momentos particulares de crisis, la palabra exigía un retorno al centro de Su voluntad para que Israel pudiera cumplir su llamado de ser luz a las naciones.
Igualmente, el Nuevo Testamento deja ver claro que la profecía es el medio por el cual Dios también instruye y dirige a los creyentes en Yeshúa. En tiempos de la joven Iglesia, a veces Dios usaba una palabra profética para advertirles sobre peligros o dificultades que se avecinaban. Pablo recibió una advertencia profética más de una vez, además de instrucciones respecto a cierta acción que debería tomar para resguardar su vida. Como tal, la profecía era parte integral de la nueva Iglesia en su vida común. Y cuando los apóstoles hablaban la Palabra de Dios revelada en las Escrituras Hebreas, también realizaban su ministerio de profeta.

En 1 Corintios 14 leemos que Pablo instruyó a los creyentes en Corinto para que procuraran ardientemente el don individual de la profecía. Luego dedicó bastante tiempo, en varias de sus epístolas, a enseñar cómo usar ese don de manera correcta. Claramente, continuaría vigente el patrón que Dios había establecido miles de años atrás de usar a personas que tenían una relación íntima con él como Su portavoz.

Los cristianos del siglo 21 somos parte de una Iglesia y un mundo que anhela de manera desesperada recibir verdadera revelación divina. Tristemente, gran parte de lo que se conoce como profecía hoy día no expresa el corazón de Dios en lo absoluto, sino que son ideas del hombre. Una continua dieta de predicciones incumplidas y palabras desatinadas han dejado a la Iglesia desnutrida e incapaz de enfrentar los momentos difíciles que se avecinan. Muchos sólo procuran palabras que le hagan "cosquillas" al oído, pero lo que realmente necesitan es una verdadera y poderosa declaración directamente del corazón de Dios.

Escuchemos Su Voz...
Dios nunca ha dejado de hablar a Sus hijos. Su voz puede ser escuchada en la grandeza de Su creación, en la risa de un niño, en el susurro de un ser querido, en el retumbar del trueno, y en la voz suave y apacible. E igual que en milenios anteriores, Dios todavía nos puede hablar por medio de otros creyentes. Clifford Hill nos ofrece una lista de varias formas en que podemos probar si un mensaje proviene de Dios o del hombre.

Evalúe cada palabra según la Palabra de Dios. Siempre compare el contenido, el espíritu y el corazón de la profecía con la revelación escrita que ya tenemos. Cualquier palabra profética que recibamos debe hallar un principio paralelo en las Escrituras, o si no, es una profecía falsa.
Ore diligentemente para que el Señor le dé confirmación por el Espíritu Santo, un testimonio de la verdad o falsedad de dicha palabra.
Esté atento al Señor para escuchar Su voz. Así como Jeremías, tenga la disposición de esperar en silencio, permitiendo que Dios le dé entendimiento.
Cualquier palabra legítima del Señor glorificará a Dios. Nunca será jactanciosa ni atraerá la atención hacia el mensajero.
Recuerde, el deseo de Dios es siempre salvar y no condenar. Si miramos bien a los profetas hebreos, vemos que las advertencias de Dios eran condicionales, ofreciendo oportunidad para el arrepentimiento y retorno a Él.
En el antiguo Israel, un profeta se juzgaba según el cumplimiento o no de sus palabras. Si su profecía no se cumplía dentro del tiempo que estableció, era claro que no procedía de Dios y que era un falso profeta. Ese criterio todavía aplica hoy día.
Finalmente, los profetas de antaño eran hombres de incuestionable integridad. De hecho, el carácter moral del profeta era una principal forma en que los israelitas y la primera Iglesia juzgaba a los profetas. Así debe ser también actualmente.

Nuestra Responsabilidad

Yo creo que la lección que Dios quiere que aprendamos de toda la atención que recibe la profecía modernamente es sencilla. Él quiere que miremos a los profetas de la antigüedad como nuestros verdaderos ejemplos: debemos permanecer en Su presencia hasta que oigamos Su voz, escuchando más y pidiendo menos, y conocerlo tan íntimamente de modo que no escuchemos a otras voces sino la Suya.

Verdaderamente, éstos son tiempos asombrosos, y Dios requiere un grupo de fieles seguidores para que sean Su expresión al mundo. Dios procura un pueblo:

- que le escuche;
- que sea obediente, y que le dé el 100% de su empeño el 100% del tiempo;
- que sea valiente y fiel, constante en su confianza pese a las circunstancias;
- que tenga temor santo de Dios, y no de los hombres;
- que esté comprometido con Él a toda costa, dispuesto a entregar su vida como los profetas de la antigüedad;
- que esté sometido bajo Su autoridad, reconociendo que tendrá que responder a Dios, y sólo a Dios, por cada palabra que pronuncie en Su nombre.

Por lo tanto, nuestra tarea es sencilla, pero no fácil. Debemos amar al Señor nuestro Dios de todo corazón, mente, alma y cuerpo. Las Escrituras Cristianas nos instruyen a que discernamos las señales de los tiempos y que probemos cada profecía a la luz de la Biblia (1 Juan 4:1). Debemos animar y edificar al cuerpo de creyentes, e interceder por los santos y las naciones. Debemos reconocer el corazón amoroso de Dios por Su nación y pueblo de Israel. Debemos ser de la misma orden de los profetas antiguos: amando, apoyando, intercediendo, defendiendo y estando al lado de quienes Dios ha escogido como la niña de Su ojo. Cuando eso se convierta en nuestra realidad, revelaremos la naturaleza y el propósito de Dios a esta generación, irradiando Su gloria a las naciones durante el presente período crucial de la historia.

Por Rvda. Cheryl Hauer
Directora de Desarrollo Internacional

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