Aferrándonos a Dios

“Amando al SEÑOR tu Dios, escuchando su voz y allegándote a El; porque eso es tu vida y la largura de tus días, para que habites en la tierra que el SEÑOR juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob”

En Levítico capítulo 21, leemos que Dios exige una serie de cosas de los sacerdotes para que éstos puedan ejercer su servicio en el Tabernáculo en completa santidad. La lista de exigencias para los sumos sacerdotes es aún más estricta que la de los demás sacerdotes. De esa manera, podemos entender que mientras más nos acerquemos en intimidad a Dios, como el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo, más santos debemos ser. Los creyentes en Yeshúa (Jesús) anhelamos tener esa intimidad con Dios…y la tenemos. Yeshúa es nuestra justicia (2 Cor. 5:21), y nos podemos acercar confiadamente ante el trono de gracia (Heb. 4:16). Como el amor de Dios es eterno y hemos sido perdonados, ya nada nos puede arrebatar de Su mano (Juan 10:28). Sin embargo, nuestro amor hacia Dios se puede enfriar (Mat. 24:12), y a menudo nos podemos sentir más alejados de Él de lo que debiera ser o quisiéramos.


¿Qué ocasiona nuestra distancia? No es por tener un defecto físico, por tener sarna, o por haber tocado un muerto, como Dios exigía de los sacerdotes durante tiempos bíblicos, sino por cosas como el negocio, distracciones, o pecado. Esos factores nada tienen que ver con el amor de Dios hacia nosotros, porque Dios siempre nos amará y siempre nos podremos acercar a Él. De hecho, si leemos a Levítico 21 con eso en mente, casi podríamos escuchar a Dios decir: “Quiero tu totalidad. Nada nos debe distanciar.” En un matrimonio, a veces los negocios, el trabajo, las amistades y hasta los hijos pueden robar la intimidad. En una relación matrimonial, la intimidad es algo crítico, y aún más en nuestra relación con Dios.

La palabra hebrea davak describe intimidad, traducida al español a veces como cuando una persona se aferra, se allega o se apega a algo o a alguien como si fuese la única salida o esperanza. ¿A qué cosa Dios quiere que nos aferremos como el pegamento? Davak podría referirse a una relación matrimonial, a una amistad con alguien aparte de la esposa o el esposo (como al rey, o como Rut y Noemí), a la tierra de Israel, a la Palabra de Dios y a Dios mismo. La mayoría de las veces es usada en la Biblia de manera positiva, pero también hay advertencias en la Biblia para evitar aferrarnos o apegarnos a algo. Utilizando un ejemplo es la mejor manera de comprender el significado de algo, así que comenzaremos con el texto en Génesis.

Aferrándonos en Matrimonio:

La palabra davak aparece por primera vez en Génesis 2:24: “Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Ese pasaje destaca la fórmula para un buen matrimonio. Primero “dejará,” luego “se unirá” o se aferrará, y finalmente “serán una sola carne.” Creo que ese orden es intencional. Si se ignora una de las partes, o se hacen en otro orden, puede haber problemas.


Dejará: Una pareja tiene que salir de la casa de sus padres para establecer la suya propia. Aunque todavía amen y respeten a sus padres, tienen que estar físicamente separados de sus padres. Así como tuvieron que aprender a someterse a la autoridad de sus padres cuando vivían con ellos, ahora se someten el uno al otro. Si nunca aprendieron a honrar, respetar y obedecer a sus padres, indudablemente tendrán dificultad en someterse a la pareja. Tienen que dejar atrás la independencia, para ser dependiente. Tienen que dejar atrás la unicidad, para estar unidos. El rabino Zlotowitz, en su comentario sobre Génesis, dijo: “Cuando el hombre estaba solo, su condición no era ‘buena’ [2:18]; una vez hecha la distinción entre hombre y mujer, ya no era posible que el hombre se pudiese realizar solo.” Ambos dejarán de ser “yo” para ser “nosotros,” de tener “lo mío” para tener “lo nuestro.” El individuo no desaparee, sino que es parte del otro.

Se aferrará: Muchas versiones de la Biblia simplemente usan la palabra “se unirá,” pero la Biblia hebrea usa aquí la palabra davak, implicando la adherencia o apegamiento entre marido y mujer. Zlotowitz señala que los animales pueden funcionar independientemente, pero “la mujer fue creada del hombre para demostrar que sólo en el compañerismo pueden ambos formar un ser humano completo.” Se apegan, porque sólo en ese vínculo pueden formar algo entero. Cualquier separación les hace sentir incompletos. El aferramiento habla de permanencia, un compromiso de corazón. Si no se puede dejar atrás toda previa relación, si parte del corazón se queda atrás, no se puede aferrar por completo a su pareja. Por lo tanto, el “dejar” tiene que ocurrir primero, y el aferramiento depende de cuán bien se haya dejado todo atrás. Si el hombre está todavía amarrado a la falda de la madre, no puede aferrarse por completo a su esposa. Hay un dicho judío que dice: “Cuando un hijo se casa, se divorcia de su madre.”

Existen uniones informales donde dos personas viven juntas sin haberse oficialmente casado. Han dejado atrás a sus padres y se han unido en la carne, pero no hay un compromiso que los mantenga unidos entre sí. No puede haber un aferramiento sin compromiso, y no puede haber un compromiso de por vida sin amor. Verdadero aferramiento y amor implican que la pareja está dispuesta a decir “hasta que la muerte nos separe.” Es un amor sin egoísmo y sin reserva. Tiene que ser incondicional, porque cada circunstancia puede ser una excusa para la separación. Claro está, hay numerosos elementos en este aferramiento que hace que el matrimonio se mantenga unido: el perdón, la sumisión, el pensar en el bienestar del otro, la honestidad, la transparencia, etc.

Serán una sola carne: Sólo cuando una pareja haya dejado todo y se haya aferrado, podrá verdaderamente ser una sola carne de por vida. Porque Dios tomó parte del cuerpo de Adán para crear a Eva, podemos decir que desde un principio eran una sola carne. Por lo tanto, cuando un hombre y una mujer se unen físicamente, están volviendo a unir lo que fue originalmente una sola carne. Aunque cada sexo puede vivir independientemente como soltero, el hombre y la mujer sin dudas están más completos cuando son una misma carne, así como Adán y Eva lo eran desde un principio.


¿Está usted aferrado en matrimonio, o está perdiendo el pegamento? Quizá si considera los tres aspectos de un matrimonio, podrá ver dónde está el problema. ¿Está considerando casarse? Use la receta de Dios e incluya las tres fases, en el orden adecuado.


Una Mujer Gentil Aferrada a una Mujer Judía:

Cuando Noemí, la suegra de Rut, decidió regresar a su casa en Israel desde Moab, pidió a sus dos yernas gentiles que regresen con sus familias. Pero Rut se allegó a Noemí y le dijo: “No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rut 1:16). Este verso se usa mucho como parte de la ceremonia de bodas, pero los cristianos debemos mirar con más detenimiento el contexto en que fue dicho.


Los judíos estudian el libro de Rut durante tiempos de Shavuot (Pentecostés), recordando cuando Dios entregó la Torá al pueblo en el Monte Sinaí. Una de las razones para ello es porque Rut ejemplifica a una persona gentil (no-judía) que acepta voluntariamente obedecer la Torá. Rut sabía que al irse con Noemí, significaba más que simplemente vivir con su suegra. Implicaba hacerse judía, y para ser judía, tenía que dejar atrás a sus dioses moabitas y aceptar al Dios judío. Posiblemente, Noemí había conversado con Rut acerca de su fe y religión, y cuando le pidió a sus nueras que se quedasen en Moab, el verso 14 dice que “ellas alzaron sus voces y lloraron otra vez; y Orfa besó a su suegra, pero Rut se quedó con ella.” Aunque nuestras traducciones al español usan la palabra “se quedó,” la palabra hebrea es la misma: davak. Rut se allegó o se aferró a Noemí de manera física, pero también fue más allá.


En el pequeño libro de Francine Rivers titulado Inconmovible: Rut, ella ilustra el viaje que tuvieron que hacer las mujeres desde Moab como un largo, arduo y peligroso trayecto, sin la protección de hombre alguno. Pero sabemos que Rut perseveró sin regresar atrás. Luego fue fiel a Noemí, ofreciendo trabajar día tras día en el candente sol para que no pasasen hambre o tuviesen que pedir limosna. Nunca cuestionó las costumbres judías, que le debieron parecer muy extrañas. La Ley Mosaica ordenaba a los terratenientes que dejasen espigas en el campo para los pobres (Lev. 19:9). La ley judía también requería que el pariente de un difunto hermano se casara con la viuda para que no le faltara herencia al hermano (Deut. 25:5-7). La misma ley detallaba exactamente cómo se realizaba la transacción, y qué se hacía con el pariente si éste rehusaba cumplir con su cuñada: ésta le removía una sandalia (Deut. 25:8-10). ¿Y qué del acto de Rut en ir de noche a la era, desarropar sus pies y acostarse allí? Las Escrituras no nos dicen si Rut cuestionó o pidió explicación a Noemí sobre esas instrucciones. Sólo sabemos que Rut confió totalmente en Noemí y siguió sus instrucciones al pie de la letra. Esa conducta evidenció su amor y lealtad, características del concepto de allegarse o apegarse a alguien.


Pero no debemos pasar por alto la más importante lección aplicable a los cristianos. La relación de Rut con Noemí, y la relación con su adoptada nación de Israel, es representativa de la que debe existir entre los gentiles creyentes y el pueblo judío. Nosotros, como Rut, debemos aferrarnos al Dios de Israel y a la familia de Noemí, los judíos. El apóstol Pablo nos describe como ramas silvestres injertadas a la raíz y al tronco del buen olivo (Rom. 11). Noemí, Rut, Booz y David son ancestros de nuestro Mesías Yeshúa. Los cristianos entendemos que Yeshúa es como Booz, el pariente que nos redime. Nosotros, quien antes estábamos lejos, ahora hemos sido hechos cercanos. Las promesas y los pactos de Israel son también nuestros (Ef. 2:11-22). No removemos los derechos del pueblo judío a su relación con Dios, pero podemos disfrutar esa relación juntamente con ellos. Aunque al momento, el pueblo judío rechaza nuestra anterior reprensible historia de antisemitismo, algún día nos reconocerán como co-herederos y hermanos en la fe.


Zacarías fue uno quien profetizó sobre eso: “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ‘En aquellos días diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán el vestido de un judío, diciendo: “Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros”’” (Zac. 8:23). No hemos visto el cumplimiento de esa profecía, pero estamos viendo el principio de ello a medida que los cristianos redescubren sus raíces judaicas. Me fascina escuchar las enseñanzas y aplicaciones bíblicas a través de un profesor o rabino judío, quien comprende todas las implicaciones verbales de una expresión que se pierden en una traducción a otro idioma. ¡Qué diferencia hace! Escuché cuando alguien preguntó a un rabino judío: “¿Cuánto del significado de las Escrituras se pierde en una traducción?” Respondió diciendo: “Es como recibir un beso por teléfono.” ¡Se pierde muchísimo! ¡Podemos aprender tanto de nuestros amigos judíos!



Aferrándonos a la Tierra:

Justo antes de que los hijos de Israel cruzaran el Río Jordán hacia la Tierra Prometida, las hijas de Zelofehad preguntaron a Moisés sobre su situación. Su padre había muerto sin hijos varones, así que preguntaron si ellas podían recibir la herencia debida de su familia. El Señor instruyó a Moisés que les permitiera heredar su porción con la condición de que se casaran dentro de su propia tribu, para que no pasase a manos de una tribu ajena. “De esta manera, ninguna heredad será traspasada de una tribu a otra tribu, pues las tribus de los hijos de Israel retendrán cada una su propia heredad” (Núm. 36:9). El texto en hebreo vuelve a usar el verbo davak con respecto a la heredad, a diferencia del citado verbo “retener.” Cada tribu debería “aferrarse” a su propia herencia. El pueblo de Israel no debía despreciar su herencia y regalarla, como hizo Esaú tan fácilmente. Debería adherirse y apegarse a la Tierra, en lugar de entregarla a otro.


Cientos de años después, el profeta Isaías describe ese apegamiento a la Tierra en términos de un matrimonio: “Nunca más se dirá de ti: Abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás: Desolada; sino que se te llamará: Mi deleite está en ella, y a tu tierra: Desposada; porque en ti se deleita el SEÑOR, y tu tierra será desposada. Porque como el joven se desposa con la doncella, se desposarán contigo tus hijos…” (Is. 62:4-5). Esa es la evidencia de que a Dios no le agrada que Israel entregue porciones de su Tierra a nadie.


AFERRÁNDONOS A DIOS Y A SU PALABRA

“En pos del SEÑOR vuestro Dios andaréis y a El temeréis; guardaréis sus mandamientos, escucharéis su voz, le serviréis y a El os uniréis” (Deut. 13:4). Una vez más, la palabra hebrea utilizada en este texto, traducida como “uniréis,” es originalmente davak. El libro de Deuteronomio usa esa palabra en referencia a Dios más que en cualquier otro libro de la Biblia. Eso es significativo, porque allí se resumen los 40 años del pueblo en el desierto, y contiene los últimos consejos de Moisés. Ese verso podría definir lo que significa aferrarse a Dios: andar tras Él, temerle (reverenciarle), guardar Sus mandamientos, obedecer Su voz y servirle. Cada palabra tiene un significado diferente, y cuando se ve en su totalidad, uno se ha “aferrado” a Dios. Cuando hacemos todas esas cosas, ya no hay distanciamiento.


¿Y cómo hacemos eso? “Amando al SEÑOR tu Dios, escuchando su voz y allegándote a El; porque eso es tu vida y la largura de tus días, para que habites en la tierra que el SEÑOR juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob” (Deut. 30:20). Fíjese, que si nos aferramos a Dios, Él nos une a Su Tierra. Dios quiere que lo que Él ama, nosotros también amemos.


Otra cosa sucede cuando nos aferramos a Dios. “Porque como el cinturón se adhiere a la cintura del hombre, así hice adherirse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá’—declara el SEÑOR—a fin de que fueran para mí por pueblo, por renombre, por alabanza y por gloria…” (Jer. 13:11). Mientras más nos aferremos a Dios, más nos pareceremos a Él y podremos testificar de Él ante las naciones. Recordemos lo que nos dijo Yeshúa: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar…Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:14, 16).


Aferrarnos a Dios es aferrarnos a Su Palabra. “Me apego a tus testimonios; SEÑOR, no me avergüences” (Sal. 119:31). Cuando leo ese texto, el salmista expresa la misma desesperación que Rut cuando se aferró a Noemí y rogó irse con ella. Pienso también en la mujer con el flujo de sangre que tocó el borde del manto de Yeshúa (Mat. 9:20). Igualmente, “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente…” (Sal. 42:1-2). Otras frases usadas en el Salmo 119 para describir ese anhelo son: buscaré, amaré, cantaré de, correré en pos de, no olvidaré, esperaré, me deleitaré, meditaré, y me regocijaré en Su Palabra. Por lo tanto, Su Palabra se aferrará a nosotros y nos dará vida. Pero si no nos aferramos a Dios y a Su Palabra, problemas se nos aferrarán, así como cuando una de las partes de un matrimonio comienza a aferrarse a otra cosa o persona ajena.


NO TE AFERRARÁS A…

Dios advierte que no nos aferremos a ciertas cosas:

A otros dioses - “No mencionéis el nombre de sus dioses, ni hagáis a nadie jurar por ellos, ni los sirváis, ni os inclinéis ante ellos, sino que al SEÑOR vuestro Dios os allegaréis, como lo habéis hecho hasta hoy” (Josué 23:7b-8). Dios es un Dios celoso, y no puede soportar que algo o alguien se interponga entre nosotros en nuestro corazón.

Pareja Incrédula - Dios le dijo al rey Salomón que no se uniera a mujeres extranjeras y paganas, pero éste tuvo 700 esposas, y su corazón se aferró a ellas. “No os uniréis a ellas, ni ellas se unirán a vosotros, porque ciertamente desviarán vuestro corazón tras sus dioses. Pero Salomón se apegó a ellas con amor” (1 Reyes 11:2). El apóstol Pablo hizo la misma recomendación a los cristianos: “No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Cor. 6:14). El plan de Dios con los cristianos es que se casen con personas que compartan la misma fe en Yeshúa. Sin embargo, Pablo también aclara que una conducta amorosa puede ser testimonio de la fe que se lleva adentro.

Cosa Indigna - “No pondré cosa indigna delante de mis ojos; aborrezco la obra de los que se desvían; no se aferrará a mí” (Sal. 101:3). El Nuevo Testamento detalla algunas de esas cosas indignas: “…inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes…” (Gál. 5:19-21). Quizás no participamos en algunas de esas cosas de manera directa, pero podemos participar en ellas por medio de la vista y a través de la televisión. Yo sé que soy culpable. Que el Señor nos ayude a caminar en santidad y pureza de corazón.


Dejándolo Todo para Aferrarnos a Dios:

¿Hemos analizado la parte del aferramiento, pero qué de la parte de dejarlo todo? Hay que abandonar ciertas cosas primero. ¿Qué nos pide Dios que abandonemos? ¿Una adicción, una relación no saludable, un ídolo o un mal hábito? Podrían ser cosas buenas, pero no las más convenientes ni la voluntad de Dios en un momento dado. Tenemos muchos ejemplos bíblicos de personas que lo dejaron todo para poder aferrarse a algo.


Abraham dejó su hogar y país. Lot abandonó a Sodoma. Rebeca dejó atrás a su madre y padre. Jacob se separó de Labán. Los hebreos salieron de Egipto. Rut dejó atrás a Moab. Eliseo salió de su casa para aprender bajo Elías. Los discípulos de Yeshúa dejaron sus empleos y familias. Zaqueo abandonó su deshonestidad. Aunque fue difícil dejar todas esas cosas, lo que vino luego fue mejor. Por lo tanto, anímese, que cualquier cosa que abandonemos permitirá que nuestras manos estén más libres para tomar a Quien nunca nos abandonará—¡porque se nos aferrará como el pegamento! “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:38-39).

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